Cómo Matar A Un Héroe

Capítulo 49

Se terminaba de lavar el rostro por tercera vez. En el fondo, ella esperaba que las ojeras y el sentimiento de tristeza que la corrompían desaparecieran para siempre, pero ni siquiera el jabón podría arrancarle el dolor de su corazón roto que se reflejaba en sus ojos. Ya nada sería igual. Ya no existía esa duda de que si Kevin la quería o no, pues anoche había quedado más que claro que el amor de él le correspondía a otra mujer. Olivia no tenía opción, tomó su mochila, las llaves de su auto, que por cierto su padre le había devuelto, y manejó. He aquí la otra súbita razón de su sufrimiento. ¿Por qué Kevin tenía que enamorarse de una de sus mejores amigas? Ahora los días se transformarían en un infierno, el cual tendría que ser consumido por dentro, pues a pesar de que el rostro quisiera desbaratársele de dolor, no lo demostraría. Ella quería a Erika, y no pensaría causarle ningún daño.

Una vez más, Olivia se quedaría callada.

—Buenos días, Liv —dijo la joven apenas subió al vehículo. No cabía duda, su felicidad era palpable.

—Buenos días, Erika —Olivia recurrió a todas sus fuerzas para fingirle una sonrisa.

—¿Te sientes bien? Te noto enferma.

—Estoy bien, solo no pude dormir.

—¡Yo tampoco! Tengo que ponerte al tanto de todo lo que me sucedió anoche.

Olivia se aferró al volante, trató de hacerse oídos sordos y no escuchar absolutamente nada de lo que su amiga pudiera decirle, pues lo que menos necesitaba era ponerse a llorar y tener que dar explicaciones o mentirle con que James la había vuelto a buscar.

James…

—¡Mira Liv, ahí está mi bonito! ¿Podemos detenernos solo un par de segundos? ¡Por favor, quiero verlo!

Olivia frenó con calma, tanto que incluso a Hugo y a Gabriel les pareció sospechoso.

—Hola —la sonrisa de Kevin era otra poesía de amor. Tenía puesto el traje de payasito que Olivia le había regalado aquella vez en su cumpleaños. Y como esta vez, Kevin había optado por recargarse en la ventanilla del lado de Erika, y no en el de ella, un beso mañanero fue inevitable.

Liv estaba a punto de llorar, sin embargo, tuvo que tragarse sus lágrimas cuando el muchacho la saludó.

—Hola, Liv.

—Hola, Kevin.

—Te ves cansada. Fue mi inoportuna visita de anoche, ¿verdad?

—No te preocupes, no fue eso —mintió.

—Seguramente el maldito de James sigue con los mensajes, ¿verdad, amiga? —Erika le acarició el brazo.

—Sigue enviando algunos —cortó.

Gabriel se levantó de la jardinera, cogió una barra de chocolate de la hielera de Hugo y después se acercó al auto.

—¡Oye! —reprendió a Kevin—. Muévete, que no tenemos todo el día. Tenemos que seguir trabajando.

—Voy, patrón.

Y cuando el chico le dio el último beso a Erika, Gabriel se inclinó sobre el lado de Olivia tendiéndole la barra de chocolate sin decirle ni una sola palabra. Ella entendió perfectamente su silencio.

—Gracias —susurró cuando Gabriel se alejó, permitiendo que el coche finalmente pudiera avanzar.

La última vez que Erika y Olivia se vieron, fue cuando Liv se disculpó con ella bajo la excusa de necesitar el baño, y en cuanto tuvo la oportunidad, echó a correr por los pasillos hasta donde los sanitarios le entregarían aquella calma y soledad que ella tanto necesitaba. Sin embargo, cuando entró y buscó un cubículo en el que pudiera encerrarse, sin querer se golpeó el brazo con Adriana.

—¿Liv? —preguntó la joven, viendo con triste confusión cómo su amiga se encerraba en un sanitario—. Olivia, ¿eres tú? ¿Estás bien?

—No —respondió llorando. Sus propias lágrimas la ahogaban.

—Liv, ¿qué te pasó?

—Por favor Adriana, déjame, quiero estar sola.

—Olivia, no me voy a ir. Estás mal, hasta aquí presiento lo destrozada que te sientes y quiero que me digas qué te ha sucedido. Vamos, darly, habla conmigo.

Derrotada por su propio dolor, Olivia abrió la puerta y se lanzó a los brazos de la joven que no dudó ni un solo segundo en recibirla.

—Soy una tonta.

—Pero ¿qué te ha pasado?

—Adriana…, tenías razón. Estoy enamorada de Kevin.

—¿Del pioj… Kevin?

—Sí, y siento que me seco por dentro. Ya no tengo más lágrimas para llorar, y aun así no puedo detenerme. Me siento muy mal.

—No entiendo, ¿cuál es el problema de que él te guste?

—Que no soy correspondida. Sus sentimientos le pertenecen a Erika.

—¿A Erika? Entonces qué mal gusto tiene.

—Adriana, por favor, no te burles. Hoy en la mañana ella me ha hecho aparcar el coche en el semáforo, y los he visto besarse.

—¡Oh, Liv! —le acarició el cabello—. No sé qué decirte, no sé cómo curar un corazón roto. Te han lastimado, y mucho.

—No digas nada. Tú me lo advertiste, y yo, tan pobremente ilusionada con mis fantasías, corté tu amistad…




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