Las horas también se le iban a ella. Al principio todo fue color de rosa. Océanos que brillaban y olas rompiéndole en la cara, desayunos ricos, horas enteras nadando con peces de colores, atardeceres hermosos, hamacas bajo el sol, y noches perfectas, pero, cada vez que ella miraba el cielo, el mar, las estrellas, la luna y a ella misma en el espejo, lo recordaba a él. Lo necesitaba y extrañaba tanto que su necesidad se perdía en su recuerdo. Él vivía en ella, y ella para él. Hoy, a su noveno día de viaje, se hallaba sentada en el diván del saloncillo preguntándose si aquel viaje no iba a ser un suicidio. Eran solo tres días los que había planeado pasar lejos de su casa y su familia, y al entender que James no daba señales de quererse marchar, un miedo impresionante la inundó.
James se postró en el marco de la puerta, sujetaba una copa, su quinta copa de vino. No le pareció lo que miraba; una tristeza, un capricho y una potencial amenaza.
—¿Qué tienes? —le preguntó mientras trataba de mantener el equilibrio. Estaba ebrio.
—Nada.
—No es verdad.
—James, te he dicho que no tengo nada.
—No es verdad.
—Dijiste que solo serían tres días. Llevamos aquí más de una semana.
—¿Y?
—Quiero irme a casa. No me quiero perder mi graduación.
—Tu graduación —repitió con escarnio.
—¿Hablaste con mis papás?
—¿Sobre qué?
—Dijiste que les avisarías en dónde estamos para que no se preocuparan... James, no lo hiciste, ¿verdad?
—Lo olvidé.
—¡Se van a preocupar!
—No es para tanto.
—¡Llevo más de una semana fuera de mi casa! ¡Claro que se van a preocupar! Devuélveme mi teléfono.
—Lo perdí.
—¡Basta! ¡Devuélveme mi teléfono! ¡Sácame de aquí! ¡Quiero ir a casa! ¡Quiero volver!
—Lo extrañas a él, ¿no es así?
—No… —mintió— ¿Por qué dices eso?
—No me quieras ver la cara de estúpido. Te he visto llorar, ¡y sé que le lloras a él! —entonces arrojó la copa contra la pared.
—No le lloro a nadie, James.
—¡No me mientas! ¡Dime la verdad!
—¡Quiero irme a casa! ¡Regrésame a casa!
—¿Para qué? ¿Para que lo primero que hagas al llegar sea correr a sus brazos? ¿¡Es eso!? —James caminó hasta ella, la sujetó de los hombros y sacudió hasta que Olivia comenzó a llorar—. ¡Dilo, di que lo sigues queriendo! ¡Grítalo, maldita sea!
—¡¡¡SÍ!!! —Olivia explotó— ¡Lo sigo queriendo!
—Es increíble que al otro lado del mundo sigas queriendo ser su perra.
—Prefiero ser eso, que seguir con la farsa de que te amo.
—¡Entonces! ¿¡Por qué volviste a mí!?
—¡Porque pensé que podría repararlo! ¡Porque me dolía verlo con ella! ¡Lo quería destrozar, quería que sintiera el mismo dolor que yo sentí! —después se limpió las lágrimas—. Perdón, James, pero es imposible volver a pegar un plato que se ha roto.
—Te acostaste con él, ¿verdad? —James tenía los ojos vidriosos.
—No, eso jamás.
De pronto, se quitó el cinturón y amenazó con golpearla.
—No te lo voy a permitir, Olivia. O estás conmigo, o estás muerta.
—James…, aléjate…, por favor…
Olivia se levantó, quiso huir, pero el cuerpo de aquel hombre servía como una barricada enorme que no la dejaría pasar. Lo miró a él, y después miró el barandal del balcón. Apretó los ojos, y entonces saltó.
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Editado: 18.02.2023