Cómo Matar A Un Héroe

Capítulo 67

Encerrada en un diluvio de tristeza, yacía la joven de ojos moribundos y sonrisa muerta. De repente, en medio de su sueño acogedor, oyó, del lado de la pared donde descansaba su cabeza, un ruido seco y lento. Aquello parecía ser un frotamiento acompasado sobre una superficie de ¿madera? posiblemente. Al principio la agotada mentalidad de la joven creyó que se trataba de algún perro callejero que se frotaba los colmillos o las garras contra la pared. Pero, más tarde cayó en cuenta de que era imposible que perros salvajes se encontrasen en lugares como estos debido a la gran abundancia de agua y arena caliente.

Olivia se colocó de pie, gimió cuando una punzada de dolor le sacudió el brazo, y finalmente pegó su oído completamente a la pared al escuchar una vez más aquel cruel sonido que le regalaba toneladas inalcanzables de esperanza.

—¿¡Hay alguien ahí!? ¡Ayúdenme, por favor, me tienen encerrada!

Aquel grito pareció espantar al culpable del sonido, pues durante los siguientes veinte minutos, no se volvió a escuchar nada más. A la siguiente hora, cuando la muchacha ya comenzaba a perder las esperanzas, volvió a ser testigo de cómo es que los rasguños, si es que se les podía llamar así, volvían a reaparecer.

Olivia se debatió en una lucha constante. ¿Quedarse callada ahora representaba una opción, o era en realidad un miedo más?

—¿¡Hay alguien ahí!?

—Aap kaun hain? —murmuró una voz que más bien parecía ser infantil.

—¿No hablas español? —Liv volvió a hacer su esfuerzo, y al no escuchar respuesta, supuso lo peor —. Jodida mierda del idioma —su corazón se desplomó treinta pisos hacia el suelo, pero no se daría por vencida, siguió intentando con los otros dos idiomas que conocía—. Tu parles français? Do you speak english?

—My mom says don't talk to strangers.

Entonces lo supo. Aquella voz era la de una niña.

—Oh! you´re a children. Ok, ok. Listen, my name is Olivia, I have a problem and I need to get out, but I left my keys outside. Is there no way you can give them to me?

—My mom is in charge of the rooms, she has many keys on her belt. It won't let me grab them.

—Do not worry. Don't you know of any other place where I keep copies?

Olivia perdió el aliento al escuchar cómo los pasos de la pequeña se estaban alejando.

—¡No, no, no! ¡Vuelve! Hey, come here! ¡Stop!

Rendida, triste y desanimada, Liv se dejó caer de espalda contra la pared comenzando a llorar, pues sabía que aquella era su única oportunidad para escapar. James estaba fuera, y con eso tendría el tiempo suficiente para buscar su pasaporte, dinero y correr sin que nadie la viera, pero esto claramente no iba a suceder si la pequeña no regresaba.

Unos veinte minutos después, luego de que los pies descalzos de Liv sintieran frío por las baldosas del suelo, comenzó a escuchar, por fuera del diminuto cuarto de baño, cómo alguien seguía arañando.

Primero se escuchó un quejido, segundo un bufido y al último un tintineo metálico. Su corazón se aceleró. Las pequeñas manitas de la niña llegaron hasta la puerta del baño, esperó a que las presurosas llaves dieran vuelta y finalmente la abrió.

No era una niña, era un hermoso niño de procedencia Hindú, de piel bronceada y cabello largo.

—Oh! Thank you very much, thank you really.

Olivia le revolvió el cabello, lo cargó y llevó a la cama, en dónde más tarde lo sentó mientras ella buscaba su pasaporte, credenciales y dinero. La joven intentó utilizar el teléfono, pero las líneas estaban muertas. Convencida de que tendría que salir de aquella casa con sus propios pies, Olivia rebuscó entre las maletas de James y luego dejó varios dólares en las pequeñas manitas del niño.

—Tell your mommy to buy something with this. If they ask you who gave it to you, tell them you found it in a forgotten suitcase. Please don't tell him that you have helped me. Do you understand?

El pequeño asintió.

Liv besó una vez más esa dulce cabeza, y luego de meter todo lo que necesitaba a su bolso de mano, salió corriendo. ¡Era libre!

Corrió lo que pudo, lo que sus pies le permitían correr en medio de aquella espesa arena blanca. Qué tristeza que un lugar tan bello como las Maldivas ahora le recordara al mismísimo y cruel infierno.

El viento le azotó en el rostro, algunos mosquitos se le pegaron en los labios, y cuando su corazón estaba a punto de desfallecer, pudo verla. Era una pequeña palapa con paredes de concreto y techo de palmera que se alzaba en el horizonte. Al frente, en su puerta principal y decorada con conchas y una cortina de cuentas coloridas, había un borroso letrero que rezaba, en letras divehi: Estación de policía.




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