El teléfono apuñaló el silencioso frío de la noche. Sonó una vez, después otra, otra y otra más. En un principio se pensaba que nadie lo iba a tender; Verónica había caído tan cansada que, lo primero que hizo al sentir la suave cobertura de sus sábanas, fue caer en un profundo sincope de debilidad. Nicole, por su parte, había abusado de los somníferos a tal grado que incluso ya no necesitaba consumirlos para caer noqueada. El único que deambulaba como un zombi, ojeroso, cansado y pálido, era un agotado Kevin que apenas y lograba recaudar las fuerzas suficientes como para mantenerse de pie.
—Residencia Palacios, ¿en qué puedo servirle? —pero nada. No había respuesta— ¿En qué le puedo servir? ¿Hay alguien?
Al otro lado, Olivia luchaba para apretarse los labios y no estallar en gritos de dolor. Lloraba, Livia lloraba como si no hubiese un mañana, como si fuera a morir esa misma noche sin decirle cuanto lo quería y cuánto lo había echado de menos. Las estrellas regresaban a casa. El corazón de Olivia palpitó tan fuerte que apenas y le dio tiempo de recuperarse.
—Kevin —exclamó en un alarido de agradecimiento.
—¿Olivia? —la pregunta se revolvía en una amalgama de tristeza y desilusión.
—Sí Kevin, soy yo —la voz se le cortaba.
—Dios del cielo, Olivia, ¿en dónde estás? Todo aquí es un caos. Tu padre se ha ido a California para buscarte.
—Yo entiendo que tienes muchas preguntas, pero por favor, necesito que le pases este recado a mi padre.
—Por favor, solo dime en dónde estás.
—Estoy en las Maldivas.
Por alguna extraña razón, la respuesta le rompió el corazón al muchacho. Olivia continuó:
—Tengo poco dinero, conseguiré que me lleven a Londres y después tomaré un vuelo a España. Kevin, por favor, dile a papá que lo veré en Madrid, que allá me espere. Él sabe a dónde iré.
—No me cuelgues, por favor.
—Tengo que irme, Kevin. Te veré pronto.
—Te amo —pero cuando el muchacho profirió aquellas palabras, era tarde, la llamada se había cortado y una vez más, ella quedaba fuera de sus manos.
Olivia mintió, le dijo a la policía que un hombre la había asaltado y que solo consiguió robarle la maleta. Liv no quería que la interrogasen o enviaran a algún centro policiaco más grande. Lo que ella de verdad deseaba, era largarse, tomar algún avión y llegar a Madrid, el único lugar en el que, por el momento, se podría sentir protegida. Consiguió que las autoridades la llevasen hasta el aeropuerto más cercano, en el que compró el primer boleto de avión que saliera con destino a Londres. Ella sabía que contaba con muy poco dinero en efectivo, pero al menos las tarjetas que había conseguido traer desde Álamos, la ayudarían al menos a llegar hasta España. Ahí se encontraría con su abuela paterna y el resto de hermanos de su padre. Estaría a salvo, estaría en casa.
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Editado: 18.02.2023