Cómo Matar A Un Héroe

EPÍLOGO

En las paredes de aquella casa rebosante de felicidad, aún se pueden ver las imágenes que cuentan una historia de muchos momentos mágicos, de momentos que uno desea recordar cada segundo de su vida. Los retratos se expanden en líneas largas y hermosas que llegan, desde la sala, hasta la cocina y viajan por las habitaciones. Revelan países y tiempos antiguos como nuevas historias que ahora se contarán. Se le puede ver a un joven sonreír, dichoso de poder ver a través del cristal del London Eye que muestra gran parte de la ciudad de Londres. A ella, con medio cuerpo dentro del mar de estrellas en las Maldivas y con las heridas ahora ya limpias, el cabello largo y salvaje, mientras grita y hace topless, demostrando lo feliz que se encuentra por sus viajes a toda Latinoamérica, al mundo y a los rincones de su vida.

Un periódico descansa sobre la mesa de centro, debajo de una taza de café que su esposo ha dejado a medio terminar. Aquel periódico debió haber terminado en la basura, sin embargo, ella quería leer un poco más sobre aquella noticia, aquellas letras que rezaban «El reconocido empresario de California, James Cardos y la famosa actriz británica. Antonella Pioneri, anuncian que pronto se convertirán en padres. La actriz tiene tres meses de embarazo».

Ella sonrió recordando que también debía ocuparse de los suyos. Había acomodado varios emparedados en una charola azul de metal, cuando de pronto, escuchó el grito.

—¡Mamá, no me lo quiere dar!

Ella corrió a la habitación, encontrando a sus dos hijos peleando por lo que parecía ser la réplica de un álbum de fotografías, pero que, en lugar de tener imágenes, había frases. Los recuerdos se agolparon en su corazón.

—¿De dónde lo sacaron? —preguntó en medio de una sonrisa que delataba qué tan importante era para ella.

—Alberto lo sacó de una caja que estaba debajo de tu cama, mamá.

—Y Natalia lo trajo aquí, mamá.

—¿Saben qué? —ella volvió a sonreír—. No importa quién y en dónde lo encontraron. Vayan con su papá, yo llevaré la comida.

—¡Sí mami!

Los dos salieron corriendo. Parecían un torbellino de brillantina.

Olivia le quitó el polvo que durante años se acumuló en la portada. Detrás de aquella gruesa capa de suciedad abandonada, se alcanzaban a distinguir letras de colores que decían: «¡La aventura nos aguarda!». Sonrió al recordar aquella película que no podía ver sin llorar, y que también se había vuelto una perfecta introducción de su vida.

—¡Papá! —los dos niños llegaron corriendo al encuentro, no sólo de su padre, también al de sus cuatro tíos que estaban absortos en un videojuego.

—¡No puede ser! —Gabriel levantó a Alberto procurando que no fuera a lastimar el gran vientre de Adriana—. Estos niños están cada vez más grandes.

—¡Y son un amor! —Erika le besó las mejillas a Natalia, quien se reía y luchaba para escapar hacia los brazos de Hugo.

—No entiendo —dijo Pepito—, ¿cómo demonios le hiciste para tener mellizos, Kevin?

Kevin… El nombre que sonaría siempre, en cada momento y en cada lugar. El nombre que provocaba una calidez inmensa en el pecho.

—Pregúntenle a ella —miró a Liv.

—Y si les soy sincera… Yo tampoco tengo idea.

Ocho rostros felices; seis adultos y dos niños, tres parejas perfectamente enamoradas y dos niños que pasaron la tarde jugando y riendo de lo pasado, de las bromas, de los recuerdos, y hasta de lo malo. Alberto llevaba el cabello un poco largo, y cada vez que Olivia, su madre, lo sujetaba por el mentón y le besaba la cabeza, no podía dejar de pensar en el niño que alguna vez le salvó la vida, en aquel que hurtó las llaves del cinturón de su madre y le abrió la puerta entregándola a un nuevo intento de vida y a la libertad. Olivia jamás supo el nombre de aquel pequeño Hindú, sin embargo, el abrazar día a día a su hijo, le daba esa sensación de agradecimiento que jamás perdería.

Cuando la noche se llegó, los niños se quedaron dormidos y ya todos se habían despedido para marcharse, Liv entró a su recámara, se acostó al lado de Kevin y le puso el libro en las piernas. Él estaba escuchando Yellow.

—¿Qué es esto? —preguntó pasando las páginas.

—Nuestras aventuras.

—Las fotografías las colocamos en las paredes. Nos olvidamos del libro.

—Nuestros hijos ya están grandes. ¿Te parece si llenamos este libro con recuerdos del ahora?

—Recuerda que tenemos todavía un viaje por hacer este año. Tenemos que ir a los Ángeles para ver a tus padres y saber si mi madre por fin se quiere regresar, que lo dudo, pero bueno, no la obligaré. Si con Nicole se siente bien, entonces que se quede un par de semanas más. Tengo que entregarle algunos trabajos de diseño a tu padre, y aprovechando todo eso, podremos empezar a inmortalizar esos recuerdos. Después y cuando llevemos los regalos al hospital, podemos fotografiar a Natalia y a Alberto disfrazados de payasitos, ¿y por qué no? también te disfrazo a ti.

Liv le rosó los labios con los suyos en medio de una sonrisa.

—Me encanta la idea. Cómo me gustaría que Verónica pudiera estar aquí y compartir con ella todo lo que estamos haciendo. Desde que se casó y se fue a Londres, la echo mucho de menos.




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