Corro despavorido del departamento en donde viví con mi madre. No pude soportar la horrible escena. Mi madre, tirada en el piso, manchada de sangre y todo por mi culpa, yo la había matado sin piedad. En mi mente ha transcurrido más de una hora después de haber cometido aquel horrible crimen, pero sigo corriendo, no puedo detenerme o quizás no quiero hacerlo. Tengo miedo de que me alcancen los alaridos de dolor que emitió mi madre antes de morir.
Solo porque algo en mi interior me dice que me detenga lo hago, a pesar de que me encuentro en un callejón que al parecer es el lugar de encuentro de varias bandas de delincuentes. Miro con atención todo el lugar tratando de mantener la calma y encontrar un lugar para dormir, el sol ya se está escondiendo.
— ¿De qué huyes muchacho? — dice una voz rasposa detrás de mí. No me muevo. Siento tanto miedo que tengo el cuerpo paralizado.
— ¿He visto a muchos como tú? Ven, cuéntame tu historia, quizás pueda ayudarte — vuelve a decir la voz detrás de mí, pero esta vez en un tono más agradable. Me he volteado, pero aun siento miedo en mi interior.
—Ven siéntate a mi lado —dice el viejo barbudo y harapiento que ahora puedo ver con claridad mientras me acerco a él.
— ¿Qué fue lo que hiciste? —me pregunta el viejo, ya que me encuentro sentado a su lado.
—Maté a mi madre —le digo sin ninguna expresión en mi rostro.
— ¿Cómo mataste a tu madre? —me pregunta el viejo, sin señal de sorpresa en su rostro. Parece que ya sabe todo lo que ha sucedido, pero quiere escucharlo de mí.
—No lo sé, recuerdo haber estado matándola desde que yo tenía nueve años.
—Cuéntame todo con detalle, como te dije quizás puedo ayudarte —me dice el señor un poco insistente.
No tengo fuerzas para nada, deseo cerrar los ojos para escapar de todo, pero ni siquiera eso puedo hacer, solo fijo mi vista hacia la nada. No sé cómo, pero he empezado a contarle mi historia a este misterioso señor y ya no puedo detenerme.
Mi madre y yo vivíamos en República Dominicana. Nunca conocí a mi papá, pero eso no me importó, porque tenía la mejor mamá de la bolita del mundo, eso es lo que yo le decía siempre a todos mis compañeros de colegio. En especial a mi mejor amigo José, lo compartíamos todo, incluso morimos el mismo día, porque cuando lo maté todo lo bueno de mi vida murió con él. Ese día mi madre le pidió a la mamá de José que lo dejara dormir en nuestra casa, ya que era mi cumpleaños número nueve. Estábamos tan contentos, estoy seguro que esa fue la última vez que experimenté felicidad. Mi madre nos hizo unos espaguetis para cenar, recuerdo que en nuestra inocencia tomamos una taza con espagueti y lo usamos como si fuera cabello. Nos reímos como nunca, pero a mi madre no le agradó aquello y nos mandó a dormir. Eran a penas las nueve de la noche, así que no teníamos sueño.
—Eduardo, ¿estas durmiendo? —Me preguntó José susurrando para que mi madre no lo escuchara.
—No —le respondí, a pesar de que ya empezaba a darme sueño.
—Vamos a jugar a las luchas —me dijo y me dio un fuerte golpe en la espalda.
—No, ya me está dando sueño, mejor mañana —le respondí.
—No te apures, si no jugamos no voy a volver a jugar contigo —me dijo en forma de reclamo.
—Está bien —le dije y lo empujé tan fuerte que se cayó de la cama. Los dos nos reímos mucho, nuestra última risa. Después de eso él se levantó del suelo y me tiró al piso y ahí empezamos a luchar. Él me tiraba en la cama y yo lo tiraba aún más fuerte, pero lo hacíamos solo en la cama para no darnos un mal golpe. Todo iba bien hasta que yo lo agarré por el cuello para hacer una llave de lucha, lo iba a tirar sobre la cama, pero resbalé y su cabeza cayó en el piso. Solo escuché un crujido. Al ver que mi amigo no reaccionaba y sus extremidades estaban hacia arriba intenté moverlo, pero estaba rígido, luego dijeron que el crujido que yo había escuchado era el de su cuello al romperse, pero ahora sé que no fue eso, estoy seguro de que esa era mi vida que empezaba a destrozarse. En ese entonces al ver a mi amigo en esa condición corrí hacia donde estaba mi mamá. No podía mentir, le dije a mi madre ahogado en llanto que yo había matado a mi amigo. Al principio no me creyó, así que corrió hacia la habitación para ver qué sucedía y ahí vio a mi amigo tirado, con las manos y pies al aire. Fue una escena perturbadora que aún no me deja dormir por las noches. Yo miraba llorando como loco como mi madre trataba de cargar a José a la cama.
— ¡Cállate y vete a mi cuarto! —recuerdo que me gritó mi madre desesperada. Luego de eso llamó a la mamá de José. Mi madre ya sabía que él estaba muerto, ella era doctora. Recuerdo que la mamá de José lloraba de una forma tan desconcertante que yo salí del cuarto de mi mamá y le dije todo, era el peor momento, pero yo no podía mentir y sabía lo que había hecho.