Cómo maté a mi madre

Séptima Herida

 Juré convertirme en una mejor persona, para que mi madre pudiese tener una mejor vida. Quería darle un poco de paz y felicidad, porque no soportaba verla sufrir tanto. Recuerdo que fui a la Iglesia y me confesé, claro que por vergüenza no dije todas las barbaridades que había cometido, pero dije lo suficiente como para sentirme un poco más liviano. Iba cada domingo sin falta a la misa y luego de eso me quedaba en un grupo de jóvenes. Al principio fue difícil, pero los chicos que ahí estaban lograron que me integrara y hicieron de mi un miembro más de su circulo de amistad. En el grupo tenia muchos amigos, pero con el padre de la parroquia tuve mayor cercanía.  Él me ofreció un hombro en el cual podía llorar y el cariño y atención que tanto necesitaba. Casi siempre me invitaba a acompañarlo a sus visitas a los enfermos y lugares remotos de la ciudad, yo siempre le decía que si, sin peros. Me gustaba salir con él, pues me sentía en paz y podía olvidar por algunas horas mi horrible vida. Todos los sábados en la tarde iba un grupo de niños a la parroquia a recibir su preparación para la primera comunión. Al principio yo podía quedarme en el salón que se encontraba en la casa del sacerdote, pero después  él hacia que yo esperara fuera y prohibía que dejara pasar personas, ya que estaba ocupado. En ese tiempo pude sentir a mi madre más calmada, no feliz, pero en ocasiones alcancé a ver vestigios de paz en su rostro. Hasta fue conmigo un par de veces a la Iglesia, pero siempre lloraba mucho, por eso deje de invitarla. Se supone que estar allí debería provocarle sosiego y no llanto.

Llevaba dos meses yendo a la iglesia y tratando de ser alguien decente, la mayoría del tiempo me sentía mal, pero cuando me encontraba rodeado de personas que reían ellos me contagiaban un poco su optimismo hacia la vida. Un día hasta lloré de tanto reír, aunque pronto esas lágrimas se volvieron fruto de mi dolor, pero nadie lo notó. Se acercaba la Semana Santa y todos los jóvenes haríamos una dramatización de la pasión de Jesús, yo iba a interpretar a Barrabás . Es irónico, ahora usted no lo entiende, pero más adelante verá como los dioses juegan con nuestra vida sin compasión. Era viernes por la tarde y todos estábamos ensayando nuestros respectivos papeles. Yo me encontraba sentado en una silla leyendo mis líneas, cuando vino alguien y empujó tan fuerte la silla que me hizo caer de cara al piso, partiéndose a la mitad uno de mis dientes delanteros. Ni siquiera me dio tiempo de levantarme, porque un hombre de algunos 75 años estaba sobre mi golpeandome con una furia que aun ahora no logro describir. Recuerdo escucharlo gritar una y otra vez que me mataría. De no haber sido por mis compañeros que lo quitaron de encima de mi no sé que hubiese acontecido. Al levantarme del suelo lleno de rabia quise tirarme sobre él para devolverle todos los golpes que me propinó, pero al míralo a la cara me percaté de que estaba llorando mucho. En otros tiempos eso no me hubiese impedido agredirlo, pero estaba tratando de cambiar y dañar a un anciano era algo muy cruel. Tomé del suelo mi libreto y dirigí mis pasos hacia la puerta, pero cuando estaba a punto de salir el señor logró soltarse y otra vez se tiró sobre mi. Me agarró por la boca con tanta fuerza que casi disloca mi quijada.

—De nada te valdrá huir, porque voy a encontrarte y a matarte, maldito violador

Me quedé en shock frente a estas palabras ¿Yo? ¿Un violador? Empujé al señor lo más fuerte que pude y salí corriendo aún así lo escuche gritarme.

—Si, huye, apuesto a que no tenias ese mismo valor cuando te aprovechabas de niños inocentes. ¡Cerdo! ¡ Maldito engendro del Demonio!

No le podría explicar lo que sentí en ese momento, solo le diré que vi como se alejaba nuevamente mi oportunidad de tener una vida mejor. Estaba tan acostumbrado a las desgracias que se podría decir que aquel incidente lo tomé con calma, auque la violación de niños es algo muy serio. Ese día no llegué a dormir a casa, tampoco el día siguiente, estaba esperando que las cosas se calmaran o aclararan. Yo nunca toqué a ningún niño, jamás podría llegar a hacer algo tan asqueroso. Me dolió mucho aceptarlo, pero estaba seguro de que el culpable era el sacerdote, se aprovechaba de los niños que iban al catecismo y yo sin darme cuenta era su complice. Volví el domingo por la noche y recuerdo que encontré a mi madre tirada en el sofá y al sentir que yo entré se levantó y me propinó dos bofetadas.

—¿Cómo pudiste? ¿Acaso eres un maldito enfermo? Sentí pena por ti durante todos estos años, porque tú no buscaste ninguna de tus desgracias. Ahora siento lastima por mi, creí que estabas cambiado, pero ahora puedo decir sin temor a equivocarme que eres una verdadera abominación...

No dije nada, ni siquiera intenté darle alguna explicación. Entré en la habitación y dentro de una mochila introduje todo lo que pude y me marché. Sentía una nueva herida  traspasándome el alma. Sangraba mucho, sangre amarga que se convertía en lágrimas saladas. Mi madre volvió a traicionarme. Hasta el día de hoy no puedo comprender cómo pudo creer que yo podría cometer algo tan... tan... no sé que decirle...  

 

 

Holaa, luego de una larga pausa, voy a volver a publicar de forma constante. 



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En el texto hay: sufrimiento, madre, muerte

Editado: 18.08.2020

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