Cómo maté a mi madre

Cuarta Herida: primera parte

Después del incidente con mi madre el día en que la desfiguré todo continuó igual que antes de que yo fuera al reformatorio. Mi madre me ignoraba, éramos dos extraños con recuerdos en común. De vez en cuando discutíamos, pero nada más. Ni siquiera se mostraba preocupada por mi cuando yo llegaba borracho en la madrugada. La escuchaba roncar como un cerdo ¿Qué madre puede dormir tan plácidamente cuando su hijo está afuera? Solo quería que ella mostrara un poco de interés en mí, aunque fuera para regañarme, era lo único que necesitaba.

Dejé la escuela y me dediqué a las calles, robaba, pero era solo para cubrir mis necesidades. Mientras tanto a mi madre solo le importaba tener a un hombre diferente cada día en su cama. En un momento pensé que se estaba prostituyendo y sentí mucha lastima por ella. Después comencé a escuchar alaridos de placer provenientes de su cuarto y me di cuenta de que solo se había convertido en una perra. Creo que para ese entonces ya tenía catorce años, pero perfectamente podía pasar por alguien de veinte. Estaba tan demacrado a causa de los excesos que nadie me hubiese creído que aún era un niño. Recuerdo que conocí a una muchacha, su nombre era Coba. Murió, yo la maté. La vi por primera vez una noche en el parque de nuestra ciudad. Ella llevaba puesto un vestido verde fluorescente que casi me dejó cegado. La vi acercarse al lugar en donde yo estaba sentado. Se tambaleaba mucho, parecía que iba a caerse a causa de su borrachera. Yo también estaba borracho, pero no tanto como ella. Se sentó a mi lado y susurró algo en mi oído. No recuerdo lo que dijo, pero sí que su aliento era terrible, una mezcla de cigarrillos, alcohol y medicina para la fiebre. Al parecer en ese momento nada de eso me importó porque cinco minutos más tarde nos encontrábamos haciéndolo en un callejón. Fue mi primera vez con una mujer y no lo disfruté. Los recuerdos de lo vivido en el reformatorio me perturbaban. No lo pude soportar y empecé a llorar como un niño. Coba estaba desconcertada todavía en su estado de embriaguez. Se arregló el vestido y se acercó a mí.

—Cálmate, cariño no es para tanto. Supongo que a todos los hombres le pasa, es que también es mi primera vez —me dijo, pero al darse cuenta de que yo seguía llorando entendió que me sucedía algo más. Sacó un par de servilletas de entre sus senos y comenzó a secar mis lágrimas sin decir nada. Las servilletas ya estaban empapadas, pero yo continuaba llorando, atormentado por lo que me habían hecho. Ella me abrazó y por primera vez en mucho tiempo sentí que alguien compartía mi dolor. Quizás creyó que con ese abrazo yo me calmaría, pero ella no conocía la inmensidad de mi sufrimiento, ni que mi soledad era tan grande que no podía ser extinguida. Lloré todavía más, pero mientras más fuerte se escuchaba mi llanto, ella me abrazaba más y más fuerte. Las cosas no se quedaron ahí, en un momento sentí tanto odio hacia todo que comencé a forcejear para que me soltara, pero ella insistía en abrazarme. La mordí y solo así me soltó, pero a pesar de eso se quedó ahí conmigo hasta que me calme. Ni siquiera noté que ella continuaba ahí, pero mientras arreglaba mi ropa ella se volvió a acercar a mí para decirme algo.

— Mañana, aquí a la misma hora.

Esa noche regresé a mi casa solo pensando en lo que me hicieron los malditos enfermos del reformatorio. Me encerré en mi cuarto tratando de descansar, mis pensamientos no me lo permitían, pero tampoco los desagradables gemidos de mi madre que no me dejaban superar el trauma que había vivido.

Cuando desperté ya era de noche, así que me levante y me comí lo primero que encontré en la cocina. Me bañé y me tiré nuevamente en la cama, me sentía mareado. Estaba a punto de volver a dormirme cuando recordé a Coba. No pensaba ir a encontrarme con ella, sentía mucha vergüenza. Luego de pensarlo mucho decidí ir, después de todo fue la única persona que mostró interés por mi bienestar en mucho tiempo. No me esmeré en lo absoluto en vestirme, me puse ropa deportiva holgada y unas sandalias, solo quería sentirme cómodo. Caminé por la fría noche mirando las pocas estrellas que había en el cielo. Me sentí normal, como cualquier muchacho que camina por la calle admirando el paisaje y respirando el aire fresco. Al llegar al callejón Coba ya estaba ahí sentada en el suelo. Al parecer también quería estar cómoda, tenía ropa deportiva y su cabello lo llevaba amarrado en una coleta. No tenía ese horroroso maquillaje corrido como la noche anterior. Estaba al natural lo que me hizo notar que era terriblemente fea, por un momento agradecí que no hubiese sucedido nada entre nosotros.

— Holaa ¿Estas más calmado? — me dijo sonriendo. Su sonrisa era fea en verdad, estaba un poco oscuro, pero aun así pude notar el amarillo y chueco de sus dientes. Quise volver atrás y hacer como si ella no hablaba conmigo, pero volví a recordar que se preocupó por mí y eso me hizo avanzar hacia ella y sentarme a su lado.

— Ja, ja, ja. Si, tuve un ataque de pánico —le dije fingiendo la sonrisa.



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En el texto hay: sufrimiento, madre, muerte

Editado: 18.08.2020

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