CÓmo Me ConvertÍ En Heroe

Capítulos 1 y 2

1

Ángel es un fanático de las historietas. Le encanta sobre todo el hombre araña y el Hombre de Hierro. Es por eso que la mayor fantasía de la monotonía de su vida es escapar al mundo de los súper héroes.

 La capacidad de volar, la fuerza sobre humana y la posibilidad de combatir villanos y amenazas globales, lo sacan de la aburrida vida de un niño de 11 años.

Nunca se imaginó el terror que sentiría el día que su sueño se volviera realidad.

Ángel y su amigo Mario amaban las historietas, los chicos deseaban especialmente poder adquirir números antiguos, de esos que incrementan su valor con los años. El único problema es que para ello se necesitaba dinero que no tenían.

–Si quieren dinero– decía su padre entre risas –Consigan trabajo.

–Tal vez eso haga– le desafió él.

Así fue como Ángel y Mario decidieron ofrecerse como ayudantes del profesor Greg Gil, un viejo que se la pasaba encerrado en su casa, reparando aparatos de lo más extraños. La gente del vecindario le tenía miedo al hombre, que en juventud había hecho experimentos secretos para el ejército hasta el día que había sido obligado a jubilarse, lo que lo convertía en una persona de no muy buen humor. Se sabía que tenía armas de fuego y que le gustaba repararlas también, agregarles accesorios y mejorarlas, o al menos eso se pensaba. No era exactamente el lugar para que dos niños estuvieran, pero la paga era bastante buena, por lo menos para el propósito que los chicos tenían.

–Lo hacemos por el Hombre Araña número 100– le recordó a Mario –Si aguantamos el trabajo por una semana, tendremos dinero suficiente para comprarlo.

En eso pensaban solamente desde hacía ya 9 días, desde que vieron en la tienda de revistas viejas que había llegado uno de los cómics más buscados entre los coleccionistas. Para cualquiera que conociera de historietas, tenerlo sería una maravilla.

En el pueblo donde ellos vivían, había poca gente que realmente le diera valor a las historietas, por lo que el hombre de la tienda lo estaba vendiendo a un precio mucho menor al que valdría en internet.

Tenía que conseguir dinero como fuera, y trabajar con el doctor Gil era la mejor opción.

–¿Seguro que podemos entrar?– le preguntó Mario con temor. Él tampoco quería arriesgarse a estar solo con un loco como el doctor Gil, y no era tan fanático de las historietas como Ángel, pero si de algo sabía era de dinero, y la oferta de cooperar con su amigo y ser dueño por derecho de la mitad de la revista era algo que no podía despreciar.

–Sí– le respondió Ángel –El profesor dijo que no teníamos que avisarle cuando llegáramos. Que empezáramos a trabajar.

Los dos niños entraron y miraron a su alrededor. La casa del profesor parecía más un taller que un hogar, y trataron de abrirse paso entre los restos de aparatos electrónicos a medio reparar que abundaban en el suelo y sobre los muebles. Se sentía un calor estridente en la habitación, como si hubiera demasiadas cosas encendidas irradiando ondas. Se escuchaban bips por todos lados, como si hubiera alarmas de reloj por toda la habitación, pero ni rastro del científico.

–¿Hola?– murmuró Ángel –¿Hay alguien aquí?

Ambos se sobresaltaron cuando una gruesa voz detrás de ellos rompió el concierto de bips con un grito.

–¡Han llegado tarde!– ambos voltearon a la bocina que estaba en la esquina izquierda de la habitación –Los he esperado desde hace más de una hora.

–Eso no es cierto– dijo Mario –Hemos llegado temprano.

Hubo un silencio antes de que la voz respondiera.

–Es cierto– concluyó –Una disculpa. Es que estaba ansioso porque llegaran. Por favor, avancen a la siguiente habitación.

Mario y Ángel se apresuraron a recorrer la habitación abarrotada de televisores desarmados y grabadoras despedazadas. Giraron la perilla y abrieron la puerta para entrar a un cuarto totalmente diferente. Estaba oscuro y lleno con cajas, que, si Mario no estaba equivocado, seguramente contenían más aparatos desarmados.

–He visto pepenadores con más espacio en su casa– murmuró Ángel a su amigo con una sonrisa

–Los he oído– gritó otra bocina del lado derecho de la habitación. Ángel se estremeció de miedo y vergüenza.

Ambos muchachos siguieron caminando hasta que encontraron otra puerta. Mario extendió la mano para abrir la perilla pero el profesor Gil volvió a gritar por el altavoz.

–¡No abran la puerta! Lo que buscan está del lado izquierdo.

Mario bajó la mano y siguió a Ángel, que se había adelantado y miraba con atención una caja que estaba en la esquina de la habitación.

–Abran la caja– dijo la voz.

Mario tomó una de las barras que estaban en el suelo y su amigo le ayudó a desprender los clavos para abrirla. Adentro había muchos protectores de unicel.

–Saquen el contenido de la caja.

Los muchachos obedecieron las indicaciones sin cuestionar nada. Con temor, Mario removió los pedacitos de unicel para descubrir una especie de casco de policía plateado. Ambos lo contemplaron con gran interés.




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