¿ Cómo me llamo, señorita Martinez?

CAPÍTULO 4

DIONNA

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He quedado deslumbrada.

Este sitio es tan elegante. Hasta me arden los ojos por tanto brillos lujosos. Hay muchas personas con trajes garbosos con antifaces de diferentes modelos misteriosos. Mabe no me explicó mucho para quién iba dirigida la fiesta, solo debo cumplir con mi trabajo.

Me siento como una princesa.

—¿Señorita? —pregunta el chaperón con su traje oscuro y antifaz. Cierto. La dichosa invitación que me dio Mabe. La saco de la cartera de marca y se la entrego—. Usted es la señorita Mabe Benavides.

—Sí. Vengo a una reunión con el señor Eduard Smith.

—Oh, el señor Smith —habla con elocuencia—. Por aquí, señorita Benavides.

Indica el lugar, mientras de fondo se escucha con volumen moderado la música favorita de Mabe “Seven- Jung Kook”. No puedo evitar sonreír de emoción por lo que tengo enfrente de mis ojos. Esto será una anécdota que contaré a mis hijos.

Pasamos por las mejores con trajes lujosos y con antifaces.

Hay varios chaperones que llevan copas de vinos por el lugar. Nos detenemos hasta un cuarto. Toca la puerta y la abre señalando que pase. Respiro profundo.

Es hora de actuar.

Medio que paso, el olor a cigarro da a mi nariz, junto al aroma de alcohol. ¿Qué diablos? Pensé encontrar a varios hombres con armas con rostros malvados, pero solo encuentro a un tipo sentado en una silla elegante de color negro. De cierta manera, parece un pequeño cuarto para tener una dichosa comida amena sin el ruido del exterior.

Esta vez, verifico el rostro, no como la otra vez que solo fui por las indicaciones de Mabe. Escudriño con rapidez y compruebo que es el mismo hombre de la foto.

—Buenas noches, señorita Benavides. —Saluda con tono suave. Es atractivo con aires de mujeriego. En su mano, tiene un cigarro—. Puede quitarse el antifaz.

—Buenas noches, señor Smith. Es innecesario eso —contesto sonriendo, mientras camino con paso presuntuoso hasta él. Dejo la cartera encima de la silla elegante y lo miro—. Escuché que quería conocerme.

—Una cita de compromiso.

Me tenso.

¿Qué? ¿Una cita matrimonial? Eso no me dijo Mabe. Oh, Dios. Esta chica…

—Matrimonio.

—Sí. —Se levanta y va hacia el pequeño bar a traer un vino de marca con unas copas—. Es muy interesante. Escuché muchas cosas de su abuelo.

Mabe es muy interesante. De eso no hay duda.

Río suave y cruzo las piernas.

—Siempre me dicen lo mismo —replico, mientras acepto la copa de vino que sirve. Aquel tipo llamado Eduard, se sienta a mi lado. No me gusta que invadan mi espacio privado, pero estoy actuando—. No es el primero que lo dice.

—¿No? ¿Puedo deducir que hay mucho en fila por usted?

Es mi turno de jugar.

—Oh. Sí. Algunos han pasado por mi cama —replico sonriendo. Estiro una de mis manos y pincho su pecho—. Ya sabe, hay mujeres que tienen experiencia en ciertos ámbitos. Por eso, somos famosas entre el sexo opuesto.

Su rostro se endurece.

—Pensé que era una mujer reservada.

Suelto una pequeña carcajada y acaricio su rostro hasta acercarme a su oído.

—No lo creo, señor Smith.

—Me gustan las chicas recatadas. —Sostiene mi muñeca y me observa serio—. No pensé que fuera así. Tuve ideas equivocadas con usted.

Estoy en buen camino.

—Si le interesa ese plano, soy buena con las manos para las cosas rígidas —repito las mismas palabras que practiqué. Mi dedo se desplaza hasta el sur y se detiene antes de llegar a su entrepierna—. Ya sabe. Soy otra clase de chica que pensó que era.

Su expresión es dura, como si hubiera sido estafado.

—¿Tiene pareja?

Sonrío.

—Sí. Son cinco.

—¿Cinco?

—Me gustan varios y cada uno, me complace en diferentes ámbitos —recalco alejándome de él. Dejo la copa de vino sobre la mesa y agarro mi cartera—. Juzgando su expresión, se ha decepcionado. Es comprensible, señor Smith.

Me levanto para proponerme a salir de este lugar.

Quizás, recorra este lugar, mirando la maravilla lujosa que no veré nunca más en mi vida. Odio ser pobre. Es decir, si tuviera dinero, saldría de viajes. Aparte, tendría un novio guapo y millonario.

No. Eso no existe en mi vida.

—No importa.

Detengo mis pasos y volteo a verlo desconcertada.

—¿No le importa que sea promiscua?

La expresión rígida se ha transformado en otra que estremece mi espalda. ¿Mal augurio? Oh, sí. Siempre siento esto antes que pase algo malo. Necesito salir de este lugar ya.




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