¿ Cómo me llamo, señorita Martinez?

CAPÍTULO 5

DIONNA

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Trago saliva.

He salido de un problema para meterme a otro. O eso es lo que se me viene a la cabeza al encontrarme con un desconocido a solas en una habitación. ¿Debería actuar? No puedo pensar en otra cosa que querer estar en mi departamento y en mi cama leyendo novelas en el celular. En efecto, tendré varias anécdotas que contar a mis descendientes.

 —Es muy callada para ser una ladrona.

¿Qué dijo?

—No soy una ladrona, señor.

Sus ojos oscuros y profundos no dejan de escrutarme.

—Si entra de esta manera al cuarto de un hombre, solo puedo pensar que viene a robarse algo o…..—Hace una pausa—. La mandaron a seducirme. Cualquiera de las cosas, no es un buen plan.

¿Qué diablos parlotea este tipo?

—Ninguna de las dos cosas.

—¿No? ¿Por qué le iba a cre…..

No lo dejo hablar. Apoyo una mano en su máscara. Hay pasos afuera de la habitación. Diablos. No. ¿Están buscándome por electrocutar a su líder? Observo a sus ojos oscuros que no paran de observarme.

—Le juro que no soy una ladrona, ni una mujer que se lo quiere devorar —musito—. ¿Puede quedarse en silencio por unos minutos? Necesito su ayuda, señor zorro.

No dice nada y acata a mi mandato.

Sigo escuchando los pasos hasta que desaparecen. Suelto un suspiro y me siento en el suelo derrotada. No pensé que iba a terminar de este modo esa cita matrimonial.

—¿Por qué la buscan?

Sonrío cansada.

—Tuve un encuentro con un pervertido —respondo apoyando mi cabeza a la puerta—. Ya me voy. Solo espere un momento, mis piernas están flácidas.

Respiro profundo y mis ojos van hacia el cuarto. Las luces no son sofocantes. Es una habitación para dormir. Echo un vistazo hasta quedarme en la vista que se asoma en los ventanales. Sin pensarlo dos veces, me levanto y me acerco para ver la vista.

De cierto modo, esto es un edificio.

Permanezco de pie y embelesada por la vista que se muestra.

—Es hermoso —musito sin quitar la mirada—. No pensé que podría apreciar esta imagen en mi vida.

—¿Le gustan los rascacielos?

—Sí —respondo—. Se siente bien. Hace que mis problemas se vuelvan pequeños. Sobre todo, si está lloviznando.

Lo hace. Estamos en invierno.

—¿Le gusta esta época del año?

Río suave.

—Sí. Es invierno, donde la lluvia se hace presente —replico—. El sonido es agradable al oído. —Volteo a mirarlo—. ¿No le gusta esta estación del año, señor zorro?

Él tiene una mirada hacia al frente, donde se pierde.

—No me gusta. Es deprimente.

—¿Lo es? —pregunto—. Puede que lo sea. Leí de un libro que cuando llueve, un dragón está triste.

Él me observa.

—¿Un dragón triste?

—Es una leyenda —respondo riendo—. Puede que para usted sea absurdo, pero lo leí de un libro. Los dragones son criaturas mitológicas. Pueden controlar las estaciones del año. Cuando están tristes, llaman a la lluvia porque su cualidad sobrenatural, no les permiten llorar.

Este es su turno de reírse.

—¿Habla en serio, señorita?

—Me gusta leer ese género. Soy una come libros —respondo sonriendo a pesar que no puede verme por mi antifaz de plumas—. En todo caso, si tanto le desagrada, reemplácelo por otra emoción.

 —¿Es posible eso?

—Lo es, señor zorro —respondo, acercándome a él. Es muy alto. Sé que, si se quita la máscara, saldrá un tipo atractivo—. Si nos agrada algo, es por un suceso que nos pasó. Por ello, podemos cambiar eso. En vez, de pesar eso que le hace mal, piense en los dragones.

Él me observa en silencio.

—Si pienso en los dragones….. —Extiende una de sus manos hasta tocar uno de mis mechones de cabello—. ¿No cree que pensaré en usted, señorita?

¿Qué dijo?

Permanezco sorprendida y sin dejar de observarlo. ¿Por qué el ambiente ha cambiado a esto? ¿Está coqueteando con descaro?

—No piense en mí —replico—. Solo en dragones, señor zorro.

Él ríe y aleja su contacto.

—En la tristeza de un dragón.

—Sí. En todo caso, muchas gracias —digo, acomodando mi vestido—. Debo irme. Fue un gusto de conocerlo. Espero que desde ahora piense en dragones cada vez que llueve. Será más sencillo eso que estar sosteniendo algo que lo hace poner mal.

No dice nada.

Camino hasta la puerta, dejando atrás al desconocido con máscara de zorro.

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