Como perros y gatos

Capítulo XIII Otra oportunidad

En el interior del apartamento de Don Aristóteles, gata y anciano permanecían en un silencioso duelo de miradas, mientras Aristóteles se encontraba de pie frente a la puerta de salida.

Aristóteles tenía a Julieta entre sus brazos, la cual meneaba su esponjosa cola grisácea de manera constante en una clara señal de disgusto, pero el anciano se negaba a soltar a su gata como si esta le pudiese dar la calma que necesitaba antes de dar un paso con el nunca creyó tener que lidiar a esas alturas de su vida. Y es que desde que había aceptado que no quería que el viejo Enrique se marcharse, no dejaba de pensar en una y mil maneras de cómo hablar con el hombre y decir lo que la última vez no pudo terminar de confesar, sin ser capaz de decidirse por ninguna.

Era cierto que al principio temió arrebatar a Enrique de su familia cuando este era un hombre que claramente tenía un fuerte vínculo con su hija y su nieto. Pero luego de todo lo ocurrido y la conversación que había tenido con el viejo Enrique acerca de su amistad, y la cual le generó un atisbo de esperanza, ¿acaso él no merecía también la oportunidad de desear ser feliz?

Finalmente se daba cuenta que su exesposa y su hijo Ricardo tenían un poco de razón. Aunque ello no significaba que fuese a admitirlo frente a estos. Sin embargo, luego de admitir lo que sentía tenía un problema mayor: ¿cuándo fue la última vez que tuvo una cita o siquiera intentó a alguien?

¡Hacía tanto que ya se le había olvidado!

Además, él no era un hombre de declaraciones y palabras sosas y románticas. Y por más que desease una oportunidad con el viejo Enrique, no iba a cambiar, puesto que sentía que como decían: loro viejo no aprende a hablar. Pero sentía —o quería pensar— que aquello no importaba tanto cuando el viejo Enrique había conocido de aquella manera y de esa manera había aprendido a apreciarle.

«Apreciarle».

Aquella palabra le llenó de una ridícula calidez al rememorar lo que Enrique había dicho de él hacía tan solo unos días atrás, y que se convirtieron en el incentivo para animarse a declararse.

Y se había preparado bien para ello: con uno de sus mejores trajes, bien afeitado y con la colonia que Ricardo le había traído en una de sus visitas. Todo esto sumado al toque de estilo que los pelos que dejaba Julieta en su ropa, ya que usaba la esponjosidad de Julieta para calmar su corazón el cual parecía caballo de carreras enloquecido. Solo que su hija gatuna no parecía muy complacida de la idea de ser usada por su padre humano para semejante cosa, y profería sonidos de disgusto y meneaba su esponjosa cola gris al son de su molestia.

—Que cuente que esto también lo estoy haciendo por ti, eh —dijo a Julieta quien le miró como si estuviese cuestionando la cordura del anciano—. Lo hago porque me va a causar pesar que te entristezcas solo por ese perro pulgoso. Así que, por eso, también haré que el viejo Ricardo se quede —aseguró y Julieta gruñó como si le estuviese reclamando a Aristóteles semejante mentira.

Por fin un tanto más calmado, Aristóteles inspiró con profundidad, lo que desencadenó en un ataque de tos que le hizo dejar la gata en el suelo.

¿Quién había dicho que respirar profundamente en las mañanas ayudaba cuando el humo del tráfico no dejaba de entrar por la ventana?

Mínimo lo que podía era desarrollar un cáncer de pulmón con tal contaminación. Sin contar la calima que se hacía tan presente últimamente.

Cuando se recuperó, el anciano se miró en el espejo ubicado a un lateral de la salida y asintió complacido. Se veía como un anciano decente. Aunque con la cara de amargado que su hijo tanto le reclamaba no podía hacer nada, pero al menos, consideraba que se veía bastante bien. Solo le faltaba un ramo de flores para parecer un galán de antaño. Pero Aristóteles no estaba para aquellas ridiculeces y dudaba que al viejo Enrique le agradase un absurdo de ese tipo.

Don Aristóteles desechó la idea de las flores y se alisó con una mano el cabello, intentando disimular las zonas en las que se veía un tanto escaso, y se percató del reflejo de su hijo, quien a sus espaldas le veía con ansioso interés.

Aristóteles bufó y dirigió una mirada pétrea y furibunda a Ricardo, que simplemente sonrió a su padre con falsa inocencia.

—¿Vas a salir? —preguntó Ricardo como si no supiese a dónde se dirigía Aristóteles, quien con gesto enfurruñado se negó a contestarle.

Todavía seguía molesto por la osadía de Ricardo de haber hablado con el viejo Enrique. Y más aún, el hecho de que Ricardo se hubiese negado a marcharse que extendiera unos días más su plazo allí hasta no saber si tendría o no un nuevo «papá».

Aristóteles se preguntaba por qué su hijo tenía que ser tan desagradable y vergonzoso. Con un hijo así no podía evitar pensar en cometer filicidio. Y solo no lo hacía por no dejar viuda a la mujer de Ricardo y huérfanos a sus hijos. Aunque debía admitir que aún lo estaba considerando.

—Papá, ¿si vas de visita no deberías llevar algo? —dijo Ricardo sin amilanarse del todo ante la molestia de su padre, extendiendo una pequeña caja de aquellos detestables chocolates sin azúcar que este le compraba debido a su «edad» y su «incapacidad» de comer cosas normales.

Incapacitado iba a dejar él a Ricardo. Sin contar que, ¿a dónde coño se suponía que iba a llevar aquellos chocolates? Que aquella situación no era ninguna de los dramas telenoveleros que a su hijo tanto le gustaba ver. Además de que en realidad al viejo Enrique no le agradaba el chocolate. Enrique era un viejo de café al igual que él.

—Me llevo yo y eso es suficiente —dijo Aristóteles mirando aquellos chocolates de mala manera—. Más bien por qué no te ocupas de terminar de irte y comienzas a dejar de ser un hijo tan metiche. Que yo no críe hijos chismosos. Ya te estás pareciendo a Doña Julia.

Negando ante las tonterías de su hijo, intentó centrarse en lo que era en verdad importante, y se dispuso a salir hacia el apartamento del viejo Enrique, no sin antes dejar a Julieta en el piso y regalarle una última caricia, y asegurarle que su «condenado pulgoso» no iría a ninguna parte.



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En el texto hay: comedia, lgbt

Editado: 07.01.2024

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