Cómo pescar esposo

CAPÍTULO 2: Cien Hombres y un Destino

Me desperté a las cinco de la mañana con una misión clara: espiar.

Bueno, "espiar" suena feo. Digamos que iba a realizar un "reconocimiento estratégico del territorio". Mucho más elegante. Mucho más profesional. Mucho más James Bond y menos psicópata desesperada.

Preparé café —del fuerte, del que mi abuela Carmela decía que podía resucitar muertos o al menos hacerlos bailar— y me instalé en mi balcón con unos binoculares que había encontrado en el closet. No pregunten para qué los tenía. Todos tenemos secretos.

El puerto estaba despertando. Los primeros rayos de sol pintaban el agua de dorado, y ya podía escuchar el movimiento de la constructora montando su campamento base. Camiones descargando materiales. Voces masculinas gritando instrucciones. El sonido metálico de herramientas chocando.

Y hombres.

Madre santa, había MUCHOS hombres.

Empecé a contarlos con los dedos mientras tomaba sorbos de café. Uno, dos, tres... perdí la cuenta en el veinte cuando mi hermana Yolanda apareció por la puerta de atrás sin avisar, como siempre hacía, porque en Isla Salazón nadie toca el timbre.

—¿Desde cuándo eres observadora de aves? —preguntó, señalando mis binoculares.

—Desde que las aves empezaron a usar cascos de construcción y cargar martillos —respondí sin apartar la vista del puerto.

Yolanda se asomó por encima de mi hombro y soltó una carcajada que probablemente escucharon hasta en el continente.

—Ay, Maritza, por Dios. ¿Ya estás cazando? Acabas de llegar hace dos meses.

—No estoy cazando. Estoy... observando. Estudiando. Analizando el mercado.

—Ajá, claro. Y yo soy Miss Universo —se sirvió café de mi taza sin pedir permiso—. ¿Qué te pasó ayer en el mercado? Don Tulio me llamó diciéndome que gritaste que estabas fértil mientras un pulpo se escapaba. Pensé que había entendido mal.

Vaya. Las noticias viajaban más rápido que el chisme en esta isla.

Bajé los binoculares y miré a mi hermana. Yolanda tenía cuarenta y dos años, tres hijos, un esposo que la adoraba, y esa expresión de "voy a regañarte pero con amor" que solo las hermanas mayores dominan.

—El tratamiento funcionó —dije simplemente.

Yolanda casi escupe el café.

—¿QUÉ?

—Tengo tres meses. Tres meses de ventana fértil antes de que mi cuerpo vuelva a ser una decepción biológica.

Mi hermana dejó la taza, me agarró por los hombros y me sacudió como si fuera una coctelera.

—¡Maritza! ¡Eso es increíble! ¡Maravilloso! ¡Milagroso! —y entonces se detuvo—. Espera. ¿Tres meses? ¿Y el padre?

—Ese es el detalle que estoy resolviendo —señalé hacia el puerto con los binoculares—. ¿Ves esa maravillosa invasión de testosterona y músculos que está montando campamento ahí abajo?

Yolanda me quitó los binoculares y miró. Después me miró a mí. Después volvió a mirar al puerto. Después se rió tan fuerte que tuvo que sentarse.

—No. No, no, no. Maritza Sandoval, dime que no estás pensando lo que creo que estás pensando.

—¿Qué estoy pensando?

—¡Que vas a pescar esposo entre los trabajadores de la construcción como si fueran pargos en el mar!

—Bueno, cuando lo dices así suena medio mal...

—¡SUENA COMPLETAMENTE MAL!

—Yoli, escúchame —me levanté y empecé a caminar por el balcón, porque pienso mejor cuando me muevo—. ¿Cuántos hombres solteros y decentes hay en esta isla? ¿Cinco? ¿Tres? ¿Y la mitad son mis primos!

—Podrías volver al continente, usar una aplicación de citas...

—¿En tres meses? ¿Conocer a alguien en Tinder, esperar a ver si no es un psicópata, presentarlo a la familia, ver si quiere hijos, convencerlo de que sí, YO soy la indicada, y lograr embarazarme? Yoli, por favor. Eso ni en las telenovelas.

Mi hermana se quedó callada porque sabía que tenía razón.

—Además —continué—, míralos. Están aquí por seis meses. Van a necesitar comida. Van a necesitar entretenimiento. Van a estar aburridos, lejos de casa, probablemente muchos solteros... Es como si Dios me hubiera puesto un buffet completo.

—¿Un buffet? Maritza, son seres humanos, no camarones.

—Sí, pero los camarones no pueden darme un bebé, así que los seres humanos ganan.

Yolanda negó con la cabeza, pero vi cómo se le curvaba la boca en una sonrisa. Me conocía demasiado bien. Sabía que cuando yo tomaba una decisión, no había Cura que me hiciera cambiar de opinión.

—Está bien —dijo finalmente—. Digamos que tu plan no es completamente descabellado. ¿Cómo piensas acercarte a ellos?

—Todavía no lo sé. Pero...

—Ah, pues qué casualidad —interrumpió Yolanda con esa voz de "tengo información jugosa"—. Resulta que la empresa constructora está buscando quien les provea comida. Van a montar un comedor temporal en el puerto. Tu prima Gladys iba a hacerlo, pero se enfermó de los riñones y está en cama.

El universo acababa de abrirme las puertas del cielo con mariachis y fuegos artificiales.

—¿En serio?

—En serio. De hecho, iba a venir a preguntarte si querías el puesto. Es buen dinero, Maritza. Tres comidas al día para más de cien hombres. La empresa paga por adelantado cada semana.

No lo pensé ni dos segundos.

—Lo quiero.

—Pero es mucho trabajo. Vas a tener que cocinar como loca, conseguir ayuda, levantarte a las cuatro de la mañana...

—Lo. Quiero.

Yolanda sonrió con esa mezcla de complicidad y preocupación que solo las hermanas entienden.

—Está bien. Voy a hablar con el supervisor. Se llama Ingeniero Castellanos. Viene hoy en la tarde a revisar las instalaciones del comedor. Te lo presento.

—Eres la mejor hermana del mundo —la abracé con tanta fuerza que casi la asfixio.

—Soy tu ÚNICA hermana, tonta —se zafó riendo—. Y Maritza... ten cuidado, ¿sí? No todos los peces que brillan son de oro. Algunos solo tienen escamas bonitas pero tienen muchas espinas por dentro.

—Lo sé. Créeme, después de tres matrimonios, soy experta en identificar pescado espinudo.



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En el texto hay: romcom

Editado: 18.11.2025

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