Cómo pescar esposo

CAPÍTULO 4: El Sistema de Clasificación

Para el cuarto día de operaciones, yo ya había identificado un problema crítico: tenía demasiados hombres en la cabeza y ningún sistema para organizarlos que no me hiciera parecer una acosadora con Excel.

Estaba pelando plátanos verdes a las cinco de la mañana cuando Doña Fina llegó con su termo de café (del bueno, del que ella preparaba en su casa con canela y panela) y me encontró murmurando nombres como persona poseída.

—Martillo, el topógrafo, el del diente de oro, el que lloró, el ingeniero alto, el de la barba, el que se ríe como hiena...

—Muchacha, ¿estás bien? —me tocó la frente como si tuviera fiebre.

—Estoy perdiendo la cabeza, Doña Fina. Necesito un sistema. Una manera de recordar quién es quién sin tener que hacer una lista que mi hermana pueda encontrar y usar como evidencia de mi locura en futuros almuerzos familiares.

Doña Fina se sirvió café en mi taza (sin pedir permiso, porque así funcionaba nuestra relación) y se sentó en un banco de la cocina.

—¿Y por qué no usas lo que conoces?

—¿Qué conozco yo además de cocinar y elegir mal a mis esposos?

—Pescado, niña. Conoces pescado.

Me detuve con el cuchillo en el aire. Plátano verde a medio pelar. Cerebro funcionando a mil por hora.

—Pescado —repetí lentamente.

—Claro. Tu abuela siempre decía que los hombres son como el pescado del mar. Hay de todo: los buenos, los regulares, los que parecen buenos pero están podridos por dentro, y los que se ven feos pero son deliciosos si sabes cocinarlos.

Era brillante. Era perfecto. Era el tipo de sabiduría que solo viene de haber vivido sesenta años y haber visto de todo.

—Doña Fina, acaba de salvarme la vida.

—Todavía no me has pagado esta semana, así que no exageres.

Terminé de pelar los plátanos con renovada energía. El menú de hoy era arroz con coco y pargo frito, uno de esos platos que la gente subestima hasta que lo prueba y tiene una revelación religiosa. Pero más importante que el menú era EL SISTEMA.

—Está bien —le dije a Doña Fina mientras empezaba a preparar el arroz—, necesitamos categorías claras. Como cuando Don Tulio separa el pescado en el mercado.

—Los "Meros" —sugirió Doña Fina inmediatamente—. El mero es el mejor pescado. Grande, jugoso, caro. Prometedor.

—Perfecto. Los Meros son los candidatos top. Los que tienen potencial real.

—Después están los "Jureles". Buen pescado, no tan fancy como el mero, pero decente. Confiable.

—Jureles son los que tienen posibilidades. Los planes B que podrían convertirse en planes A si los Meros fallan.

—Las "Sardinas" —continuó Doña Fina, entrando en modo estratega—. Pequeñas, baratas, se consiguen en cualquier lado. Descartadas.

—Sardinas son todos los que no califican. Los muy jóvenes, los casados, los insoportables, los que comen con la boca abierta...

—Y los "Pez León" —Doña Fina me miró con ojos brillantes—. Hermoso por fuera, venenoso por dentro. Peligroso.

Me reí tan fuerte que casi boto el arroz.

—Doña Fina, ¿dónde ha estado toda mi vida?

—Criando hijos y aguantando a un esposo. Pero ahora que estoy viuda y libre, puedo usar mi experiencia para ayudar a muchachas tontas como tú a no cometer los mismos errores.

—No soy tonta.

—Tres matrimonios, niña.

—... Punto válido.

Terminamos de preparar el desayuno (arepas con queso blanco, huevos pericos, y chocolate caliente que podía curar cualquier resaca) mientras refinábamos nuestro sistema de clasificación.

Las reglas eran simples:

MEROS (Prometedores):

  • Edad apropiada (30-45 años)
  • Sin anillo de casado visible
  • No mencionan novias/esposas en los primeros tres días
  • Tienen modales básicos
  • Hacen contacto visual sin ser acosadores
  • Repiten platos (señal de que aprecian cosas buenas)

JURELES (Posibilidades):

  • Cumplen algunos criterios de Mero pero tienen banderas amarillas
  • Podrían mejorar con observación adicional
  • No descartarlos todavía pero tampoco ilusionarse

SARDINAS (Descartados):

  • Casados
  • Demasiado jóvenes o viejos
  • Mala educación
  • Hablan mal de mujeres
  • Mal higiene
  • Tacaños con las propinas (Doña Fina insistió en este criterio)

PEZ LEÓN (Atractivos pero peligrosos):

  • Guapos de manera sospechosa
  • Demasiado seguros de sí mismos
  • Casados pero coquetos
  • O cualquier hombre que active mi radar de "esto va a terminar mal"

—¿Y Martillo? —preguntó Doña Fina mientras yo freía las arepas—. ¿En qué categoría entra el serio ese de la esquina?

—Mero —respondí sin dudar—. Definitivamente Mero.

—¿Y el topógrafo tímido? ¿El que casi se desmaya cuando lo tocaste?

—Jurel. Tiene potencial, pero necesita madurar un poco. O terapia. Posiblemente ambas cosas.

—¿El que lloró con tu sancocho?

—Todavía no lo sé. Necesito más información. ¿Lloró porque es sensible o porque está mentalmente inestable? Es una línea delgada.

—Sabia decisión.

El desayuno pasó sin incidentes mayores. Los hombres comieron, agradecieron, y se fueron a trabajar. Pero yo estaba ansiosa por el almuerzo, porque hoy era el debut oficial del arroz con coco y pargo frito, y ese plato era mi arma secreta para separar a los hombres con paladar refinado de los que comían solo para llenar el estómago.

El arroz con coco no es cualquier arroz. Es un acto de amor. Primero rallas el coco fresco (NUNCA el de paquete, que sepa la abuela Carmela que yo moriría antes de usar coco de paquete). Después extraes la leche exprimiendo el coco rallado con tus propias manos. La primera leche, la espesa, se mezcla con el arroz. La segunda, más líquida, se usa para cocinar. El resultado es un arroz blanco pero cremoso, ligeramente dulce, con ese sabor a playa y vacaciones que te transporta aunque estés en medio de la nada.



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En el texto hay: romcom

Editado: 18.11.2025

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