Cómo pescar esposo (concurso Rom Com)

CAPÍTULO 11: La Trampa de la Tormenta

La sopa de cangrejo es un plato de supervivencia. Nació en tiempos de huracanes y escasez, cuando los pescadores no podían salir al mar y tenían que cocinar con lo que encontraban en la orilla. Cangrejo, yuca, maíz, lo que hubiera. Pero cocinado con amor, se convertía en consuelo. En calidez. En la sensación de que aunque el mundo se esté cayendo a pedazos afuera, adentro hay seguridad.

Era martes. Un día antes de mi cita oficial-con-mayúsculas con Martillo. Y el universo, con su sentido del humor retorcido, decidió que era momento perfecto para enviar tormenta tropical.

Me desperté a las cuatro de la mañana con el viento golpeando mi ventana como visitante desesperado. El cielo estaba negro con ese tono particular de "prepárate porque esto va a estar feo". Y mi teléfono explotaba con alertas meteorológicas.

ALERTA: TORMENTA TROPICAL FERNANDA. CATEGORÍA 1. VIENTOS DE 120 KM/H. PERMANEZCAN EN INTERIORES.

—Mierda —dije al techo.

Mi teléfono sonó. Yolanda.

—¿Viste las noticias?

—Las vi.

—¿Vas a abrir el comedor?

—¿Estás loca? Claro que voy a abrir. Los muchachos necesitan comer tormenta o no tormenta.

—Maritza...

—Yoli, ya sé. Es peligroso. Pero si no voy, se quedan sin comida. Y conociendo a esos hombres, van a intentar trabajar de todas formas y van a morir de hambre o electrocutados. Prefiero que al menos mueran con el estómago lleno.

—Esa es la lógica más retorcida que he escuchado.

—Es lógica de isleña. Tú la entiendes.

Suspiró.

—Está bien. Pero llama a Doña Fina. Y cierren todo bien. Y júrenme que no van a hacer nada estúpido.

—Definición de estúpido varía según contexto.

—MARITZA.

—Está bien. Lo prometo. Mayormente.

Colgué y llamé a Doña Fina. Respondió al primer ring.

—Ya voy en camino. Y ya llamé a mi sobrino para que traiga tablas para las ventanas.

—Doña Fina, es peligroso...

—Niña, sobreviví a cinco huracanes, tres maridos infieles, y cuatro hijos adolescentes. Una tormenta tropical es como brisa suave comparado con eso. Nos vemos en veinte minutos.

Llegué al comedor a las cinco. El viento ya estaba violento. La lluvia golpeaba horizontal. El mar rugía como bestia furiosa. Y Doña Fina ya estaba ahí, con su sobrino y tres hombres más, asegurando ventanas con tablas.

—¿Cómo llegaste tan rápido?

—Magia de vieja. Ahora ayúdame a cargar estas ollas adentro antes de que salgan volando.

Trabajamos rápido. Aseguramos todo lo asegurable. Movimos cosas importantes lejos de las ventanas. Pusimos toallas en las puertas para evitar inundaciones. Y después, porque éramos quienes éramos, empezamos a cocinar.

—¿Qué hacemos? —preguntó Doña Fina, mirando nuestro inventario reducido.

—Sopa de cangrejo. Plato de tormenta. Tradicional. Y tenemos suficiente para alimentar ejército si es necesario.

—¿Crees que van a venir?

—Van a venir. Porque son hombres y los hombres son tercos.

Tenía razón.

Para las siete de la mañana, cuando oficialmente debían estar trabajando pero obviamente no podían, empezaron a llegar. En grupos. Empapados. Luchando contra viento. Buscando refugio.

—¡ENTREN! —grité desde la puerta—. ¡RÁPIDO ANTES DE QUE SALGAN VOLANDO!

El comedor se llenó rápido. Más rápido que nunca. Porque no era solo hora de comer. Era refugio. Era seguridad en medio del caos.

—Doña Maritza, ¿está loca? —preguntó uno de los trabajadores—. Debería estar en su casa.

—Y ustedes también. Pero aquí estamos. Así que quítense esos zapatos mojados y siéntense. Hay sopa caliente.

La tormenta empeoró. Los vientos aumentaron. Las luces parpadearon amenazando con apagarse. Y el comedor, diseñado para ciento veinte personas, ahora tenía ciento treinta porque algunos vecinos también habían buscado refugio.

Y ahí, en medio del caos meteorológico, empezó el verdadero show.

RAFAEL MONTERO: EL QUEJOSO PROFESIONAL

—Esto es ridículo —se quejó desde su mesa—. La constructora debería haber suspendido todo. Evacuarnos. Esto es negligencia.

—Rafael, estamos en tormenta tropical, no apocalipsis —respondió otro trabajador.

—¡PODRÍA SER APOCALIPSIS! Miren esas ventanas. ¿Y si se rompen? ¿Y si el techo sale volando? ¿Y si...?

—¿Y si te callas y comes tu sopa? —interrumpió "Gordo" Méndez.

"GORDO" MÉNDEZ: EL COMEDIANTE

Gordo era un operador de grúa de cincuenta años, divorciado tres veces (un récord que ni yo había alcanzado), con barriga prominente y sentido del humor que podía alegrar funeral.

—Oigan —gritó al grupo—, ¿saben por qué los huracanes tienen nombre de mujer?

—No, ¿por qué? —respondieron varios.

—¡Porque llegan tranquilos, te dan cariño por un rato, y después destruyen tu casa y se llevan todo!

Explosión de risas. Incluso las mujeres presentes se rieron.

—¡GORDO! —lo regañó su compañero—. Mi ex esposa está aquí.

—Lo sé. Por eso lo dije.

Más risas. La tensión bajó diez puntos.

DANIEL: EL AYUDANTE SILENCIOSO

Daniel, el topógrafo tímido que amaba pájaros más que personas, estaba en la esquina ayudándome a mover ollas sin que yo se lo pidiera. Cuando noté que una ventana se estaba aflojando, él ya estaba ahí con martillo y clavos.

—Daniel, no tienes que...

—Sé que no tengo que. Pero quiero ayudar.

—Gracias.

—De nada. Además, usted nos alimenta todos los días. Es lo menos que puedo hacer.

Era dulce. Considerado. El tipo de hombre que haría feliz a alguien algún día.

Pero seguía sin generar chispa en mí.

MARTILLO: EL LÍDER SILENCIOSO

Y entonces lo vi.

Martillo estaba en la puerta, organizando grupos. Hablando con el Ingeniero Castellanos. Señalando hacia el área de construcción donde el equipo pesado estaba expuesto.

—Necesitamos asegurar las grúas —decía—. Si el viento las voltea, van a destrozar todo.



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 25.11.2025

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