Cómo pescar esposo (concurso Rom Com)

CAPÍTULO 17: La Crisis del Mes Dos

El sudado de pescado es un plato de consuelo. Pescado cocido en su propio jugo con yuca, plátano, tomate, cilantro. Simple. Honesto. Sin pretensiones. Es lo que cocinas cuando estás demasiado cansada para impresionar a alguien. Cuando solo necesitas nutrir. Cuando todo lo demás parece demasiado complicado.

Era la segunda semana de diciembre. Un mes y medio desde que empezó todo. Seis semanas desde mi confesión a Martillo. Cuarenta y dos días de intentar construir algo real bajo presión imposible.

Y estaba colapsando.

No dramáticamente. No con explosión. Sino lentamente. Como edificio con grietas invisibles que van creciendo hasta que un día, simplemente, cae.

Me desperté ese viernes y no pude levantarme. Literalmente. Mi cuerpo dijo no. Mi mente dijo no. Mi alma, esa parte de mí que había estado funcionando en pura voluntad, finalmente se rindió.

Llamé a Doña Fina a las cinco de la mañana.

—No puedo ir hoy.

—¿Estás enferma?

—No lo sé. Tal vez. O tal vez solo estoy... rota.

—Voy para allá.

—No. Maneja tú el comedor. Yo necesito... necesito un día.

—Maritza...

—Por favor. Solo uno. Prometo volver mañana.

Silencio al otro lado. Después:

—Está bien. Pero llamo a Yolanda. No puedes estar sola hoy.

—Doña Fina...

—No es negociable. O llamo a tu hermana o voy yo. Elige.

—Llama a Yolanda.

Colgué. Me quedé en la cama. Mirando el techo. Sintiendo el peso de seis semanas de presión autoimpuesta aplastándome.

Seis semanas de despertar pensando: "¿Hoy es el día que Martillo decide que esto es demasiado?"

Seis semanas de cada conversación llevando peso de "¿estamos progresando lo suficientemente rápido?"

Seis semanas de mi cuerpo recordándome cada mañana: "Tick tock. Tick tock. Se te acaba el tiempo."

Yolanda llegó a las siete con café, pan dulce, y expresión de hermana mayor lista para intervención.

—Doña Fina me contó todo.

—No hay mucho que contar.

—Dijo que sonabas como si te hubieras rendido.

—Tal vez sí.

Se sentó en mi cama. Me obligó a sentarme. Me puso el café en las manos.

—Toma. Bebe. Y después hablas.

Tomé. El café estaba demasiado dulce (como a Yolanda le gustaba, no como a mí), pero igual lo tomé. Porque era gesto de amor. Y necesitaba recordar que existía.

—Mari, ¿qué está pasando?

—No lo sé.

—Mientes.

—Está bien. Sí sé. Es que... es demasiado. Todo. El tiempo. La presión. Martillo siendo perfecto pero yo esperando que en cualquier momento deje de serlo porque así es mi vida. El bebé que tal vez nunca voy a tener. El comedor que he estado usando como fachada para operación desesperada. TODO.

—¿Martillo sabe cómo te sientes?

—No. Porque no quiero asustarlo. No quiero ser esa mujer. Ya sabes, la desesperada. La que presiona. La que convierte relación nueva en obligación.

—Pero eso es lo que es, ¿no? Una obligación disfrazada de romance.

Sus palabras me golpearon como bofetada.

—¿Qué?

—Mari, escúchame. Te amo. Eres mi hermana y te apoyo en todo. Pero esta situación... es insostenible. Has convertido una relación que apenas tiene mes y medio en carrera contra reloj. ¿Cómo puede florecer algo así?

—Porque no tengo opción. Tengo dos semanas más de ventana fértil. Dos semanas. Y después se acaba. Para siempre.

—¿Y entonces qué? ¿Si no quedas embarazada en dos semanas, Martillo ya no importa?

—No es así...

—¿Entonces cómo es?

—Es... —mi voz se quebró— es que tengo miedo. Miedo de que si no pasa, si no me embarazo, entonces todo esto fue por nada. Que desperdicié mi última oportunidad. Que fallé otra vez.

—¿Fallar en qué?

—En ser madre. En ser mujer completa. En...

—Para. —Yolanda me agarró por los hombros— Para ahora mismo. Mari, escúchate. Estás diciendo que sin bebé eres mujer incompleta. ¿De verdad crees eso?

—No sé qué creo ya.

—¿Y si el universo no te está dando un esposo porque lo que realmente necesitas es aprender a ser feliz sola primero?

El silencio después de esa pregunta fue ensordecedor.

—¿Qué?

—Piénsalo. Tres matrimonios. Todos fallidos. ¿Qué tenían en común?

—Hombres malos.

—No. Tenían en común que tú buscabas completitud en ellos. Buscabas que te hicieran sentir valiosa. Suficiente. Completa. Y cuando no lo lograban, porque ningún ser humano puede hacer eso por otro, fallaban. O tú sentías que fallaban.

—Eso no es...

—Mari, ¿eres feliz ahora? Sin bebé. Sin garantía de que Martillo se quede. Sin el futuro que planeaste. ¿Eres feliz?

Abrí la boca para decir sí automáticamente. Para defender mi posición. Para justificar todo.

Pero no pude.

Porque la verdad era que no lo sabía.

Y esa realización me partió completamente.

Lloré.

Por primera vez en toda esta historia. Desde el principio, desde la llamada de la doctora, desde la apertura del comedor, desde los pusandaos y las evaluaciones y las conversaciones honestas.

Lloré.

No lágrimas bonitas. No llanto contenido. Sino sollozos feos. Mocos. Sonidos que venían de lugar profundo que había estado ignorando.

Yolanda me abrazó. Fuerte. Como solo las hermanas mayores saben abrazar.

—Suéltalo. Todo.

Y lo solté.

Solté el dolor de tres matrimonios fallidos.

Solté la vergüenza de ser "esa mujer" que no podía mantener relación.

Solté la presión de mi reloj biológico.

Solté el miedo de morir sola y olvidada.

Solté la idea de que necesitaba bebé para ser valiosa.

Solté TODO.

Y cuando finalmente paré, cuando ya no quedaban lágrimas, me sentí... vacía. Pero no vacía-mala. Vacía-limpia. Como después de tormenta cuando el aire huele fresco y nuevo.

—¿Mejor? —preguntó Yolanda.

—No sé. Diferente.

—Diferente es comienzo.

—Yoli, ¿y si tienes razón? ¿Y si he estado haciendo todo mal?

—No has estado haciendo todo mal. Solo has estado haciendo cosas por razones equivocadas.



#2370 en Novela romántica
#733 en Otros
#305 en Humor

En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 25.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.