El arroz con coco y pescado frito es un plato de celebración. Lo cocinas cuando estás feliz. Cuando quieres compartir alegría. Cuando la vida, a pesar de todo, te ha dado razón para sonreír.
Era sábado por la mañana. El día después de mi colapso. El día después de llorar todo. El día después de entender que yo era suficiente.
Y me desperté diferente.
No "curada". No "perfecta". Pero diferente.
Me desperté y mi primer pensamiento no fue: "¿Cuántos días quedan?"
Fue: "¿Qué voy a cocinar hoy?"
Simple. Puro. Sin agenda oculta.
Llegué al comedor a las cinco de la mañana. Doña Fina ya estaba ahí, preparando café, con expresión de "voy a evaluarte para ver si realmente estás mejor o solo fingiendo".
—Buenos días —saludé.
—Buenos días. —Me estudió— ¿Dormiste?
—Toda la noche.
—¿Lloraste más?
—No. Ya no quedaba nada que llorar.
—¿Y ahora?
—Ahora cocino. Y después hablo con Martillo. Y después... ya veremos.
Se acercó. Me tocó la frente como si buscara fiebre.
—¿Quién eres y qué hiciste con Maritza?
—Sigo siendo yo. Solo que... más ligera. ¿Tiene sentido?
—Todo el sentido del mundo. —Me abrazó— Bienvenida de vuelta.
—Nunca me fui.
—Sí te fuiste. Por un mes y medio. Pero ya regresaste.
Tenía razón.
Empecé a cocinar. Y mientras cocinaba, algo extraño pasó: empecé a cantar.
No lo planeé. No lo decidí conscientemente. Solo... salió.
Canción que mi abuela cantaba mientras cocinaba. Algo sobre el mar y el amor y cómo ambos son impredecibles pero hermosos.
Doña Fina dejó de cortar cebollas.
—¿Estás cantando?
—Parece que sí.
—Nunca te había escuchado cantar.
—Nunca había tenido razón para hacerlo.
—¿Y ahora sí?
—Ahora sí.
El desayuno fue como siempre. Trabajadores hambrientos. Platos servidos. Conversaciones cortas. Pero yo estaba diferente. Más presente. Más... viva.
Y para el almuerzo, decidí: arroz con coco y pescado frito. Plato de celebración. Porque tenía algo que celebrar.
Mi propia liberación.
Estaba preparando el arroz cuando lo decidí. Claramente. Definitivamente. Sin dudas.
Iba a tener a mi bebé sola.
No "si Martillo no funciona". No "como plan B". Sino como plan A. Como elección activa. Consciente. Poderosa.
Porque no necesitaba esposo para ser madre. No necesitaba "hogar convencional" para crear familia.
Mi isla era hogar. Mi comedor era hogar. Doña Fina, Yolanda, Carlitos, Roxana, todos los que me rodeaban... eso era familia.
Y un bebé nacido en ese amor, rodeado de esa comunidad, criado por mujer que finalmente se amaba a sí misma... ese bebé estaría más que bien.
Estaría perfecto.
La revelación me golpeó con tanta fuerza que tuve que sentarme.
—¿Estás bien? —preguntó Doña Fina.
—Estoy... libre.
—¿Libre de qué?
—De la presión. De la necesidad. De la idea de que necesito hombre para hacer esto. No lo necesito. Quiero a Martillo. Dios, lo quiero. Pero no lo NECESITO para esto.
Doña Fina sonrió con lágrimas en los ojos.
—Ahí está. Ahí está mi Maritza.
—¿Tu Maritza?
—La que abrió este comedor sola. La que sobrevivió tres divorcios. La que cocina como si alimentara al mundo entero. Esa Maritza. Bienvenida de vuelta.
Terminé el arroz con coco. El aroma llenaba el comedor. Dulce. Rico. Prometedor.
Y empecé a cantar otra vez.
Más alto esta vez. Sin vergüenza. Sin filtros.
Los trabajadores que ya habían llegado para el almuerzo me miraban con expresión de "¿la cocinera finalmente perdió la cabeza?"
No me importó.
Porque por primera vez en mes y medio, no estaba cocinando con agenda. No estaba midiendo cada plato como inversión en futuro incierto.
Solo estaba cocinando.
Y se sentía... glorioso.
Martillo llegó a las doce en punto. Como siempre. Pero se detuvo en la entrada. Observándome. Con expresión que no pude descifrar.
Me acerqué con su plato. Arroz con coco. Pescado frito perfecto. Amor en forma de comida. Pero sin presión. Sin expectativas. Solo... regalo.
—Te ves diferente —dijo.
—Estoy diferente.
—¿Bueno diferente o malo diferente?
—Bueno diferente. Acabo de entender algo importante.
—¿Qué?
Puse el plato frente a él. Lo miré directo a los ojos. Sin miedo. Sin agenda.
—Que el mejor pescado no es el que tú atrapas... es el que decide quedarse contigo por voluntad propia.
Silencio.
Martillo me miraba como si estuviera tratando de descifrar código complejo.
—¿Qué significa eso?
—Significa que he estado haciendo esto mal. Todo. Desde el principio. Te evalué. Te clasifiqué. Te puse cronómetro encima. Como si fueras proyecto con fecha límite.
—Lo sé.
—Y tú aguantaste. Porque eres... increíble. Pero no es justo. Para ti. Para nosotros. Para lo que sea que esto pueda ser.
—¿Y ahora?
—Ahora te libero.
—¿Qué?
—Te libero del cronómetro. De la presión. De mi necesidad de que esto funcione en dos semanas o else. Te doy libertad de quedarte o irte. Sin culpa. Sin obligación.
—Maritza...
—No terminé. También necesitas saber algo: voy a tener a mi bebé. Con o sin ti. Decidí que no voy a desperdiciar esta ventana fértil esperando que el universo me dé "hogar convencional". Voy a crearlo yo misma. Sola si es necesario. Con comunidad que ya tengo. Con familia que ya existe.
—¿Estás diciéndome que...?
—Estoy diciendo que ya no necesito que seas solución a mi problema. Porque no eres problema. Eres... tú. Martillo. Hombre que canta Selena. Que organiza equipos en tormentas. Que come mi comida como si fuera sagrada. Y yo quiero estar contigo. Dios, quiero estar contigo. Pero no porque necesite esposo. Sino porque me gustas. Por ti. Por nosotros. Sin agendas ocultas.
—¿Y el bebé?
—El bebé es mi decisión. Mi camino. Si quieres ser parte de eso, increíble. Pero si no, si esto es demasiado, si prefieres relación sin complicaciones de fertilidad y cronómetros... lo entiendo. De verdad. Y no te voy a retener.
Editado: 25.11.2025