¿cómo quedamos?

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Mi nombre es Adonis. Soy un ser que pasa desapercibido en la sociedad. Soy sólo eso, un dibujante y nada más…

Adonis era un estudiante de preparatoria. Seguía arquitectura para perfeccionar sus dibujos. Dibujaba para perfeccionar su propio mundo. Su edad, 16 años…

–Adiós tío Nico, adiós tía Pau –decía, mientras tomaba su mochila para ir al instituto.

Como cualquier joven de su edad le costaba levantarse. Las colchas se adherían a su espalda y por obra y gracia del espíritu santo la alarma nunca sonaba. Claro que esto sólo sucedía para él. Sus tíos que se encontraban en la planta baja, la escuchaban como si fuera el silbido del repartidor de periódico. Siempre acostumbraba ir tarde a clases por el desliz de creer que aún son las tres de la mañana.

–¡Hey! ¡Hey! ¿A dónde crees que vas? ¿Y nuestro beso? –asentía su tío Nicolás desde la cocina–. No olvides que nunca sabes si nos podrás volver a ver.

No era para menos, la ausencia de su hermano, el papá de Adonis, lo afligían y le recordaba que debía guiarle por el buen camino a su preciado sobrino.

–Lo siento. Se me hizo tarde nuevamente…

Su tía sonreía, veía que su sobrino cada vez crecía más y más. La casa en donde vivían no había lujos, ni tenía la apariencia de un pordiosero. Era humilde por poseer no más que lo necesario. Lo desamparado e indigente era su terrible manía de llegar a una hora poco acertada.

Ella se sentía contenta porque todo su esfuerzo estaba bien invertido. Las malanoches y cada sudor de su frente se reflejaban en las buenas calificaciones de Adonis. La vida de él era rutinaria. Despertar, esperar a que se difumine el sueño por el viento, ponerse lo primero que encuentra, desayunar si es que el tiempo lo apremia y viajar en un autobús. Esto se repetía una y otra, y otra vez. Sin embargo, esta vez fue diferente. Adonis de milagro se despertó a las 5 am sin reloj ni alarmas. Los gallos ni si quiera cantaban y aún se sentía aquel frío remanente de la media noche. La neblina andaba por las calles y los mendigos no tenían otra opción más que abrigarse con el suelo y casquetes de cartón. Adonis no sabía si aquella ausencia de calor lo había despertado o es que estaba traumado por algo que ni si quiera él conocía. No sabía…

Luego de despertar, buscó la mayor cantidad de colchas posibles. Parecía que la temperatura estaba bajo cero, cuando en realidad, lo normal, debía estar a quince grados centígrados. Algo había cambiado. No obstante, cinco colchas no fueron posibles para calmar la gélida madrugada. Seis, siete, ocho colchas tampoco fue la cantidad necesaria para atosigar el congelado cuarto. Parecía que estaba en la refrigeradora, no había calor, las células se iban a detener si es que esto no cambiaba. Exactamente quince fueron las colchas que se requerían para calentar ese espacio llamada cama. Adonis temblaba, pero aquel temblequeo iba disminuyendo conforme iba agregando más y más cubrecamas. No estaba desesperado, pero lo necesitaba. No habían pasado ni cinco minutos y Adonis quería pegarse una siesta de cinco minutos. “Cinco minutos y prometo que me cambio”, había pensado mientras intentaba engullirse entre sus sueños. “Sólo cinco minutos…”.

6: 40 am y Adonis aún no despertaba. Entre esas resiliencias del sueño y las perturbaciones adormitadas, escuchaba a lo lejos, como en un futuro lejano, la voz de su tía. Ella estaba preocupada. Se suponía que a las 7 am empezaba la primera clase y él no vivía para nada cerca.

–Adonis, ¿ya te cambiaste?

–¿Qué? ¡No molestes tía Pau! –, dijo entre tantas cobijas encima que ni si quiera se lo lograba escuchar en la parte baja.

Adonis seguía con frío, pero el sol estaba que quemaba en su máximo esplendor. Parecía que eran las diez de la mañana. A las cinco treinta el clima cambió portentosamente. Fue una mini helada que se opacó con el rastro del sol. Él aún seguía en ese sueño y ni si quiera se acordaba de que tenía que ir a clases.

–Adonis, Adonis –, no paraba de repetir su tía desde la cocina. Ya parecía radio descompuesta.

–Oye, ya despierta –, asentó mientras tocaba la puerta. Había subido a su habitación de la preocupación. Adonis no respondía. Su tía entró y vio la montaña de cobertores. No sabía que le había ocurrido, pero esto no parecía ser nada normal.

–¡Despierta!

–Lo siento tía. Desperté a los cinco de la mañana, quise dormir cinco minutos más y de pronto el frío me invadió. Perdí la noción del tiempo. En cinco bajo.



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En el texto hay: amorjuvenil

Editado: 01.04.2018

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