Las cosas eran cada vez más complicadas con el pasar de los últimos días. Mathias se mantuvo a mi lado como prometió, además de que mi madre me dijo que no podía seguir durmiendo conmigo como antes, pero esos eran detalles. Lo que me ocurría comenzó a ser un secreto demasiado difícil de ocultar, empezando por mi hermana.
Olly presenció uno de mis "ataques" –si esa era la mejor forma de llamarlos– hace tres noches, convencerla de que era la primera vez que sucedía y restarle la importancia que solo Mathias sabía que tenía fue una de las labores más arduas que he tenido, me sorprendió incluso a mí misma que me creyera, pero lo hizo, con insistencia lo hizo. Todo eso sumado a lo trabajoso que era ocultar los cambios en mi cabellera con la excusa de un desorden emocional que sí tenía, pero que no era el motivo por el cual mi cabello cambió su color otra vez. Con el pasar de las semanas entendía que el color que iba en mi cabeza variaba con el tiempo. Ahora tenía las raíces del cabello de un azul tan oscuro que podría haber pasado por mi negro original, de no ser porque lo que restaba en la longitud de mis hebras era blanco como la nieve, otorgándome más palidez que se acentuaba con la verdadera que se extendía por mi rostro cansado por las pesadillas.
Ya no sabía qué pensar de todo esto. Si bien Mathias me estaba ayudando a sobrellevarlo no había forma de que ni él ni nadie entendieran por lo que pasaba.
Tenía muchísimo miedo, tenía miedo de lo que me pudiera suceder, había pasado otro mes desde mi despertar –como lo llaman Hamilton y Connor–, y aunque seguía yendo al doctor aún nadie me daba ni pista o idea de lo que sucedía conmigo. Era realmente frustrante. Probablemente a eso se debía mi reticencia a contar lo que experimentaba en realidad, el sentir que era un tercero en mi propia situación.
Hoy era feriado, por lo que no había clases, pero hace unos días algunos profesores aseguraban que necesitábamos estar en contacto con Dios, pues algunas chicas habían estado jugando otra nueva tontería de invocar cosas que ni están allí llamada Charly Charlie y habían terminado llorando, así que la psicóloga de la escuela había decidido llevarnos de retiro, o sea, a una “jornada espiritual”. Era obligatorio ir así que por más que quería no me logré zafarme de eso.
No es que no crea en Dios, es sólo que no soy una fanática ni nada por el estilo, no voy a encerrarme en una ermita a orar todo el día ni a latiguearme en forma de autoflagelación para limpiar mis pecados. Creo en Dios, pero, como ya habrán entendido, las expresiones religiosas me agobian en sobremanera.
Estábamos en la escuela esperando que vinieran a recogernos para ir a la casa de retiro. Suponíamos que serán un par de autobuses, ¿no? Pues no, después de esperar diez minutos más llegó nuestro flamante transporte: un par de camionetas. Éramos más de 30 personas y nos querían enlatar en unas camionetas.
Me subí en una camioneta con Audrey, Alessia, Natalia, Mathias, Connor, Daniel, Nathan, Hamilton, Frank y Tris, una chica que entró iniciando secundaria durante mi ausencia y se había convertido en mi amiga. Además, había otra chica más que no le hablaba a nadie más que a su grupito como si el resto fuese solo una broma de realidad virtual.
El viaje fue de media hora, llegamos a punta de mareos por mi parte. Para nuestra tranquilidad, los mareos no eran por "un ataque" o "mi enfermedad", sino eran por lo mismo que sucedía desde antes de mi siestita: vértigo, siempre que viajaba me mareaba, la razón nunca la supe, pero mi madre siempre decía que no era nada malo, solo que no nací para andar zarandeándome en un auto como si fuera de hierro.
Llegamos a la casa de retiro que más era parecida a un convento, había caminos de tierra con plantas enmarcándolos, pero aquello era fuera de los muros, lo más avasallante eran sus grandes muros, era como una cárcel, no lo digo por el hecho de que no querer estar ahí, sino porque eso parecía, así que desde ese momento estaba encerrada por altos muros de cemento pintados de amarillo y rejas protegiendo las ventanas.
Entramos y, como nuestro colegio era católico, pensamos que nos mandarían a rezar de frente, pero no –para mi sorpresa–, en cambio la hermana Minion nos invitó a que vallamos a explorar.
La hermana Minion era una monja extranjera que acababa de llegar a nuestra escuela para vigilar que todo lo relacionado con la escuela se llevara bajo la vela de la congregación, cosa que tenía con los nervios de punta a la mamá de Mathias. La religiosa se llamaba Cielo, pero le decíamos Minion porque teníamos la teoría de que los creadores de Mi Villano Favorito la vieron y se inspiraron en ella para crear a los Minions. Caminaba como minion, hablaba como minion, tenía facciones de minion –aunque a mí se me hacía más con cara de pulgar–, en fin, era un minion.
Fuimos a explorar como nos sugirieron, empezando por indagar por dentro la "cárcel", había aulas muy espaciosas que me hacían pensar en qué podía haber sido este lugar antes de guardar chiquillos locos. Luego decidimos investigar fuera de las instalaciones, no nos dijeron que podíamos salir, pero tampoco que debíamos mantenernos adentro, así que estábamos Alessia, Audrey, Mathias y yo caminando por detrás de la "cárcel" por un camino de hierba y polvareda cuando vi un pequeño ratón corriendo por ahí.
— Dios! ¡Un ratón! —me dijo Mathias en voz baja tras darme un pequeño empujón para no alarmar a las chicas.
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Editado: 14.07.2021