Cómo te lo digo...

Capítulo 4. La cláusula imposible.

Arthur.

El despacho de Robinson olía a una combinación inquietante de cuero viejo, café recalentado y una pizca de "aquí murió la alegría". Era el tipo de lugar donde las plantas venían a rendirse y los relojes parecían moverse más lento por puro aburrimiento. Una estantería repleta de libros legales polvorientos se alzaba detrás de su escritorio como un monumento a la burocracia, y un péndulo oscilaba en un reloj de pared con la misma emoción que un lunes por la mañana.

No me molesté en sentarme con calma. Había llegado con la firme intención de firmar un par de documentos, intercambiar apretones de manos formales y salir de ahí en menos de veinte minutos. Después de todo, Starmer Aviation ya era mía. Desde la muerte de mi padre, hacía seis meses, había llevado las riendas de la empresa sin contratiempos. O eso creía.

Por eso, cuando Richard—el abogado de la familia y viejo amigo de mi padre—me citó con una formalidad que me pareció exagerada, apenas rodé los ojos y acepté la reunión. "Pura burocracia", pensé. Incluso cuando entré al despacho y vi a mi madre y a mi hermana Clara ya sentadas, la incomodidad no se transformó en alarma. Supuse que las habían convocado por otros asuntos. Aunque ambas tenían acciones en la empresa, eran minoritarias y nunca habían mostrado el menor interés en el negocio familiar. Clara, con su vida perfectamente ordenada, y mi madre, siempre más preocupada por su círculo social que por los aviones, parecían estar allí por pura formalidad.

—Arthur, gracias por venir —dijo Richard con un tono pausado que me hizo fruncir el ceño.

—Vamos al grano —respondí, cruzando los brazos—. No tengo todo el día.

Clara, con las piernas elegantemente cruzadas y una sonrisa de satisfacción apenas disimulada, me miró con una chispa de diversión en los ojos. Mi madre, en cambio, se removió en su silla, incómoda, y lanzó una mirada nerviosa a Richard. Robinson, el notario de mi padre, carraspeó y se ajustó las gafas antes de sacar una carpeta abultada que contenía demasiados papeles para mi gusto.

—Bien, señor Starmer —comenzó Robinson, con voz grave—. Su padre, en su testamento, establece que usted es el heredero de Starmer Aviation…

—Eso ya lo sabemos todos —interrumpí, impaciente—. Mi padre dejó todo claro antes de morir. Solo necesito firmar un par de papeles, ¿verdad? —pregunté, mirando a Richard—. ¿Dónde firmo? El resto pueden discutirlo sin mí.

—Sí… y no —respondió Robinson, hojeando las páginas del documento—. Su padre, el señor Ivon Starmer, estipuló en su testamento que usted será el único heredero de Starmer Aviation, pero bajo una condición.

Fruncí el ceño, sintiendo cómo una ligera tensión comenzaba a formarse en mi estómago.

—¿Condición? ¿De qué demonios están hablando?

Robinson tomó un papel y leyó con voz solemne:

—"Para que mi hijo, Arthur Starmer, pueda heredar legalmente Starmer Aviation, deberá cumplir con la siguiente cláusula antes de cumplir treinta y ocho años: debe estar legalmente casado y haber tenido, al menos, un hijo. De lo contrario, la empresa pasará a manos de su hermana, Clara Rubio, por tener descendencia".

Sentí cómo el aire se espesaba alrededor mío. Mis ojos se clavaron en Robinson, luego en Richard, y finalmente en Clara, cuya sonrisa se había ampliado, como si estuviera disfrutando de cada segundo.

—¿Qué clase de broma es esta? —pregunté, intentando mantener la calma, aunque mi voz sonaba más aguda de lo habitual.

—No es ninguna broma —respondió Richard, con un gesto serio que me hizo desear arrancarle esa expresión de la cara—. Tu padre lo dejó muy claro. Si no te casas y tienes un hijo antes de los treinta y ocho, la empresa será de Clara.

Me pasé la mano por el rostro, intentando asimilar semejante disparate. ¿Casarme? ¿Tener un hijo? ¿En un poco más de dos años? Era absurdo. Ridículo. Imposible.

—No. Esto no puede ser real.

—Lo es —confirmó Robinson, con una frialdad que me hizo hervir por dentro—. Y si usted no cumple con la cláusula, su hermana podrá disponer de la empresa como quiera.

Solté una carcajada sarcástica, más por incredulidad que por humor.

—Sí, claro. Porque todos sabemos que mi hermana sueña con dirigir una fábrica de jets.

Clara y mi madre intercambiaron una mirada cómplice, y fue entonces cuando supe que algo más se tramaba. Mi madre habló primero, con una sonrisa pícara que no auguraba nada bueno.

—En realidad, hijo —dijo, con un tono casi dulce—, Clara no va a gestionar la fábrica. La venderemos.

Sentí un puñetazo invisible en el estómago. "Venderla". La palabra resonó en mi mente como un eco venenoso. La empresa que mi abuelo había fundado y que mi padre había expandido con sangre, sudor y lágrimas. La empresa que yo había convertido en mi vida desde que era un niño. No podía ser.

—No —dije, con una firmeza que no sentía.

—Sí —respondió Clara, con una sonrisa triunfal—. Ya sabes, ni yo ni mamá queremos lidiar con aviones ni problemas.

—¿Pero tu hija? —intenté, buscando desesperadamente una salida—. Nuestro padre te deja la empresa por tener descendencia. Hasta su mayoría de edad, podría gestionarla yo.

Clara negó con la cabeza, casi con lástima.

—No, a mi hija tampoco le interesan los aviones. Quiere ser médica, como su padre. Así que venderé la fábrica y ampliaré la clínica de Mario.

—¿Puede hacer eso? —pregunté, dirigiéndome a Richard y a Robinson, esperando que alguien me diera una respuesta que no fuera un balde de agua fría.

—Sí —respondió Robinson, con una calma que me exasperó—. En el testamento no se especifica qué debe hacer Clara con la fábrica. Pero a usted le queda una cosa: la escuela de aviación. Será completamente suya.

—Ja. Muy gracioso —espeté, sintiendo cómo la rabia comenzaba a hervir en mi interior.

Richard me miró sin pizca de lástima.

—Tu padre te dejó esta carta —dijo, extendiéndome un sobre con la firma de mi padre—. A ver si te aclara algo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.