Cómo te lo digo...

Capítulo 5: Las opciones de León

Arthur

Salí del despacho de Robinson sintiéndome como un piloto al que acaban de informar que su avión no tiene alas. Mi vida, perfectamente estructurada y libre de compromisos innecesarios, de repente tenía un obstáculo del tamaño de un altar y un cochecito de bebé.

Casarme y tener un hijo. En dos años.

¡¿Qué demonios había estado pensando mi padre?!

Conduje sin rumbo fijo, golpeando el volante cada cinco minutos, hasta que me di cuenta de que estaba a pocas calles de la oficina de mi primo León. Necesitaba consejo legal, y si alguien podía ayudarme a encontrar una salida a esta locura, era él.

Entré en su despacho como si me persiguiera el mismo diablo.

—¡León, amigo, necesito tu ayuda urgentemente!

León alzó la vista de sus documentos con una ceja arqueada.

—Arthur, me sorprende que no sea una demanda por maniobras aéreas peligrosas.

—Ojalá fuera eso. Es mucho peor —dije, sacando la carta de mi padre de mi bolsillo y extendiéndosela como si fuera un arma cargada—. Lee.

León tomó el papel y comenzó a leer en voz alta, hasta que llegó al párrafo de la cláusula infernal. Se detuvo. Me miró. Volvió a leer.

—Esto es… fuerte.

—¡Esto es cruel! —exclamé, paseándome por la oficina como un león enjaulado—. ¿¡Cómo se supone que voy a casarme y tener un hijo en dos años?!

—Bueno, técnicamente no es tan difícil… —empezó a bromear, pero mi mirada lo detuvo de inmediato—. Arthur, esto es serio. Robinson no habría dejado pasar esta cláusula si tu padre no hubiera sido muy claro.

Me dejé caer en una silla, pasándome las manos por el cabello.

—Clara no sabe ni distinguir un ala de un timón, León. ¡Va a destrozarlo todo! ¡Quiere venderla! ¿Y todo porque no me casé a tiempo?

León suspiró y se inclinó sobre el escritorio.

—Lo entiendo, y sé que esto es injusto. Pero no puedes impugnarlo. Es su última voluntad.

—¿Entonces qué hago?

León sonrió de esa manera suya que nunca me daba buena espina.

—Tal vez no puedas cambiar la cláusula… pero puedes cumplirla.

—Ni lo sueñes —repliqué de inmediato.

—Arthur, escucha. No tienes que cambiar drásticamente tu vida. Hay soluciones… alternativas.

—¿Bebés robados? ¿Casas de apuestas para esposas exprés?

—Nada tan dramático. Pero ahora mismo tengo que terminar unos documentos. Hablemos esta noche en el bar de abajo.

—Dame al menos una pista de lo que estás pensando.

—Digamos que, con un poco de estrategia, puedes cumplir la cláusula sin que tu vida cambie demasiado.

No me gustó el tono de su voz. No me gustó la mirada de suficiencia en su rostro. Y definitivamente no me gustó la sensación de que estaba a punto de meterme en una situación aún más ridícula.

Pero acepté la reunión. Porque, al final del día, si alguien tenía una idea loca pero funcional, era León.

A las siete en punto, entré al bar donde León y yo solíamos reunirnos después de días difíciles, que no eran muchos. Pero este definitivamente calificaba como uno de los peores.

Lo encontré en una silla cerca de la barra, con un whisky en la mano y su mirada de abogado que sabe algo que tú no.

—Llegas puntual —dijo, dándole un trago a su vaso—. Eso significa que o confías en que tengo una solución o que estás desesperado.

—Ambas —admití, dejándome caer en la silla junto a él—. Y si te atreves a sugerir que me meta en una app de citas, te juro que te lanzo este vaso.

León sonrió con calma.

—No es necesario. Hay formas más eficientes.

—Por favor, ilumíname —bufé, llamando al camarero para que me trajera un whisky también.

—Bueno, el problema aquí no es solo casarte, sino también tener un hijo. Y, considerando tu edad, necesitas una estrategia rápida y efectiva.

—Ajá, porque conseguir esposa y un heredero es igual que hacer una presentación de negocios —dije con sarcasmo.

—No exactamente, pero piénsalo así: solo necesitas cumplir los términos del testamento. No dice que tengas que estar enamorado. No dice que el matrimonio tenga que durar para siempre. Y no dice que tengas que criar al niño solo.

Bebí un trago y lo miré con desconfianza.

—¿Estás sugiriendo que me case con alguien solo por contrato?

—Exacto. Un matrimonio por conveniencia. Encontramos a alguien que también necesite casarse por sus propias razones, firmáis un acuerdo, y una vez que el testamento se cumpla, podéis seguir caminos separados.

Fruncí el ceño.

—¿Y el hijo?

León se encogió de hombros.

—Hay opciones. Adopción, gestación subrogada…

—¡No voy a tratar a un niño como un trámite legal! —dije, golpeando la mesa.

—Lo sé, lo sé —levantó las manos en señal de paz—. Pero no puedes negar que hay maneras de hacerlo sin que se convierta en un drama.

Negué con la cabeza.

—Esto es absurdo. No puedo simplemente encontrar a una mujer dispuesta a casarse conmigo y tener un hijo solo porque lo necesito.

—¿Seguro? —preguntó León, levantando la ceja y señalando con la cabeza hacia la barra.

Seguí su mirada y vi a una mujer pelirroja bebiendo tequila con la clara expresión de alguien que acaba de romper con su novio y quiere olvidar el mundo.

—Mujer en crisis, vulnerable, y probablemente dispuesta a tomar decisiones impulsivas —murmuró León—. Todo un paquete.

—Eres un genio, pero también un imbécil —dije, frotándome la sien—. No voy a aprovecharme de alguien así.

—Bien, porque no tendrías oportunidad —añadió, cambiando su tono de burla a uno más serio—. Mira, te está sonriendo. Seguro que quiere venganza. Sonríele, como sabes hacer.

—¿Les gustaría compañía? —pregunté, proyectando mi encanto a las dos chicas.

—Sin duda. Bueno, ahí va tu primera oportunidad —respondió León.

Desde luego era cierto, porque la pelirroja me llamaba con la mano. Me levanté de la silla y fui a la mesa de ellas. En ese momento, su amiga, que estaba sentada de espaldas a nosotros, se giró y entonces la vi: morena, elegante, con un aire de autoridad que gritaba “no te acercas ni un centímetro más”. No presté atención a su muda advertencia y me acerqué a la pelirroja.




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