Cómo te lo digo...

Capítulo 8. La candidata perfecta.

Arthur.

Llevaba toda la semana entera metido en este circo, entrevistando a las mujeres que León me enviaba como candidatas para interpretar el papel de mi esposa. Y hasta ahora, todas habían sido una pérdida de tiempo monumental.

No era difícil entender por qué. Desde luego, no sabía de dónde las sacaba mi primo, pero a un kilómetro de distancia olían a falsedad, parecían sacadas de un catálogo de "Esposas de Millonario: Edición Ambiciosa". Sonrisas de anuncio dental, narices perfectamente esculpidas (demasiado para haber nacido con ellas), y un entusiasmo por conocerme que olía más a calculadora que a emoción genuina.

No necesitaba ser un genio para saber que ninguna pasaría la prueba real:
Mi madre, con su radar infalible para detectar a las cazafortunas.
Mi hermana, que esperaba mi fracaso como quien espera la cena en un restaurante caro.

Y lo peor de todo, estas mujeres ni siquiera estaban aquí solo por el dinero del acuerdo. No. Ellas no querían fingir ser mi esposa. Querían el puesto fijo. Tal vez pensaban que, si jugaban bien sus cartas—con suficientes risas coquetas y miradas de "te entiendo mejor que nadie"—yo olvidaría el contrato y terminaría proponiendo de verdad.

Suspiré por dentro, pero por fuera mantuve mi cara de póker mientras otra candidata, Elisa, intentaba inclinarse de manera seductora sobre la mesa.

—Creo que haríamos una pareja maravillosa. —dijo con una sonrisa que probablemente había ensayado frente al espejo.

Sí, claro. Como si mi vida fuera una comedia romántica de domingo por la tarde.

Cerré la carpeta con un chasquido y me puse de pie.

—Ha sido un placer conocerte, Elisa. León se pondrá en contacto contigo.

Traducción: Gracias, pero no.

Cuando la puerta se cerró tras ella, me dejé caer en la silla, masajeándome las sienes.

Esto era un desastre. No encontraba a nadie convincente. Nadie lo suficientemente astuta para engañar a mi madre, lo bastante fuerte para no dejarse intimidar por mi hermana, y lo más importante: nadie que no tuviera la absurda esperanza de que, al final de todo, me casaría con ella de verdad.

Estaba a punto de llamar a León para decirle que dejara de enviarme modelos de revista cuando mi teléfono sonó. Miré la pantalla, frunciendo el ceño al ver un número desconocido. Pero pocas personas ajenas conocían mi número privado. Debería ser algo importante. Por eso, respondí.

—¿Sí?

—Arthur Starmer. —Una voz femenina sonó al otro lado de la línea. Sonaba decidida, pero con un ligero matiz de nerviosismo. Curioso.

—Depende de quién pregunta —respondí con una media sonrisa, jugando con un bolígrafo sobre el escritorio.

—Sandra, o sea Alexandra. Nos conocimos en el bar hace unos días. Me diste tu tarjeta y ofreciste una venganza sofisticada, con estilo.

Eso captó mi atención. Me enderecé en mi silla. Claro que la recordaba. La mujer con mirada triste y una historia que parecía mucho más interesante que cualquier otra que había escuchado en estos días.

—Vaya, qué sorpresa. ¿En qué puedo ayudarte, Sandra?

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea, como si estuviera decidiendo cómo abordar el tema. Finalmente, habló:

—Tu propuesta aún seguía en pie.

Solté un leve suspiro y me recliné en mi silla. Con todo este carrusel de chicas me olvidé completamente de esa pelirroja. Había pensado que tal vez ella tampoco recordaba nuestra breve conversación. Y sin embargo, aquí estaba, llamándome.

—Sigue en pie —admití, intentando no sonar demasiado entusiasmado.

—Entonces quiero que este cabrón lamenta toda su vida de cambiarme por esa gallina turuleca —pronunció con tanto despecho que entendí su frustración y rabia a la perfección.

No pude evitar sonreír. Me gustaba su energía.

—Pero me gusta discutir este tipo de cosas en persona. ¿Por qué no vienes a mi casa? Así hablamos con calma —ofrecí, porque algunas cosas, como los matrimonios de conveniencia, es mejor tratarlas cara a cara.

Ella vaciló por un segundo, pero luego dijo:

—No, mejor sería hablar en mi apartamento. Te mando la dirección y te esperaré.

“Muy inteligente por su parte”, pensé, preguntándome qué había cambiado en su vida para que considerara seriamente mi oferta.

—Está bien, voy para allá. -dije y colgué.

Sonreí para mis adentros. Al parecer, mi futura esposa de mentira tenía más carácter del que había anticipado. Esto se ponía interesante.

Habiendo recibido la ubicación, me dirigí hacia allí sin perder tiempo. Era extraño, pero por alguna razón tenía la sensación de que ella era la indicada para desempeñar el papel de mi esposa.

Primero, porque acababa de romper con su novio y, según lo que había entendido, él la había cambiado por otra mujer, lo que significaba que no tenía tiempo para andar soñando con cuentos de hadas o con una relación seria. Segundo, porque estaba impulsada por la venganza. Y si algo he aprendido en la vida, es que la venganza es un motor más potente que el amor.

Naturalmente, todavía no le había revelado los detalles de en qué consistiría nuestra pequeña alianza. Tal vez, cuando se los explicara, la idea no le parecería tan atractiva. Pero tenía la esperanza de que la generosa suma de dinero al final del contrato inclinara la balanza a mi favor.

Sin embargo, cuando mi navegador me condujo a una zona bastante exclusiva, empecé a dudar un poco.

Sandra, al parecer, no era pobre. Un departamento en este barrio no costaba precisamente calderilla, lo que significaba que, o tenía un buen trabajo, o alguien le estaba financiando el estilo de vida. Y si era lo primero, entonces mi principal baza—el dinero—podría no impresionarla tanto.

Aunque, por otro lado, alguien acostumbrado a la riqueza tendría más facilidad para engañar a mi madre y a mi hermana.

Repasé mentalmente nuestra conversación en el bar, respiré hondo y llamé al intercomunicador.




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