Sandra.
Después de hablar con Arthur, solté el teléfono sobre la mesa y, al instante, me invadió una punzada de duda. ¿Qué demonios acababa de hacer?
No es que me arrepintiera exactamente, pero una parte de mí empezó a preguntarse si tal vez la nariz rota de Boris había sido suficiente. Tal vez ya había tenido su merecido. Tal vez no necesitaba involucrarme aún más en esta locura.
Hoy lo había visto tan bajo, tan cobarde, escondiéndose detrás de su nueva amante como un niño asustado, que por primera vez en mucho tiempo no sentí rabia, sino algo peor: indiferencia. Y, al mismo tiempo, incomprensión.
¿Cómo había podido enamorarme de alguien así?
Hubo un tiempo en el que lo veía como el mejor hombre del mundo. El más inteligente, el más guapo, el más amable. La persona con la que me imaginaba compartiendo mi vida. Pero ahora, al mirarlo desde la distancia, comprendía una verdad que dolía más que la traición en sí: tal vez Boris nunca fue así. Tal vez fui yo quien le dio todas esas cualidades, quien se enamoró de una versión de él que solo existía en mi cabeza.
Tragué saliva y cerré los ojos por un instante.
El impulso de marcar nuevamente el número de Arthur y cancelar la reunión me golpeó con fuerza. Podría disculparme por molestarle, decirle que todo había sido un arrebato, que no necesitaba su ayuda. Porque, después de todo, ¿qué sentido tenía todo esto? Sí soy una tonta, ¿quién tiene la culpa?
Pero entonces, el timbre de la puerta sonó. Fruncí el ceño. ¿Quién podría ser a estas horas?
Me levanté, alisé el chándal casi por inercia y fui a abrir. Cuando lo hice, me quedé helada.
Dos policías estaban de pie en el umbral, con rostros impasibles.
Mi primer pensamiento irracional fue que tal vez algo había pasado en el edificio. Un robo, una emergencia, cualquier cosa. Pero entonces, uno de ellos habló.
—Buenas noches, ¿señorita Ruiz?
Tragué saliva y forcé una sonrisa cortés.
—Buenas noches, agentes. ¿Puedo ayudarles en algo?
El más alto de los dos dio un paso adelante y sacó una libreta.
—Tenemos que detenerla.
Parpadeé.
—¿Perdón?
—El señor Boris Alonso ha presentado una denuncia contra usted por causar lesiones corporales graves.
Ah. El hijo de puta realmente lo había hecho. El aire pareció volverse más denso. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda mientras la mirada impasible del agente me analizaba, como si ya me considerara culpable.
Durante un segundo, sentí la furia subir por mi garganta como fuego líquido. Apreté los puños y respiré hondo, obligándome a mantener la calma.
Si había algo que Boris nunca entendió de mí era que, antes de ser una mujer despechada, había sido—y seguía siendo—abogada.
Alcé la barbilla, dejando que la parte más fría y calculadora de mí tomara el control.
—¿Tienen una orden judicial para mi detención?
Mi tono fue tan firme y seguro que el policía que habló antes tardó un segundo en responder.
—No es una detención formal. Queremos llevarla a la estación para aclarar la situación.
“Claro. Así lo llamaban.” Entrecerré los ojos.
—Sin orden judicial, estoy en mi derecho de no abrirles la puerta a estas horas. Pero he sido tan amable de permitirles expresar el motivo de su visita. —Mi voz sonó firme, serena. Cada palabra era una repetición exacta de lo que aprendí en cuatro años de carrera como abogada—. Mañana a primera hora iré personalmente con mi abogado a la comisaría a declarar los hechos.
Nos sostuvimos la mirada en un silencio tenso. Sabían que tenía razón.
El agente apretó los labios, pareciendo insatisfecho con mi respuesta, pero al final solo asintió.
—Bien. La esperamos mañana, señorita Ruiz.
No respondí. Solo asentí con una sonrisa cortés, me despedí de los agentes y cerré la puerta con falsa calma, por dentro todo mi ser estaba hirviendo.
Boris. El muy cobarde no solo había tenido la cara de dejarme por otra, sino que ahora intentaba hacerme quedar como la villana de la historia.
Denunciarme… ¡Qué bajo! ¡Qué cobarde! No le bastó con engañarme y humillarme, ahora también quería verme en problemas legales.
Tomé aire y me obligué a pensar con claridad. El primer impulso fue dejarme llevar por la rabia, pero sabía que eso no ayudaría en nada. Si la policía ya estaba aquí, significaba que Boris había exagerado los hechos lo suficiente como para que le creyeran.
¿Lesiones corporales graves? ¡Por favor! Como mucho le había dejado la nariz torcida, y eso con suerte. Pero la ley podía ser un arma peligrosa en manos de un imbécil con ganas de venganza.
Me senté en el sofá y tomé mi teléfono, sin desbloquearlo, solo girándolo entre mis manos. ¿Cuál era mi mejor opción?
Primero, negarlo todo. Decir que Boris exageró, que fue un simple empujón, que tal vez se golpeó solo en su desesperación por llamar la atención.
Segundo, centrarme en defensa propia. Si lograba que quedara registrado que Boris fue agresivo primero, podría darle la vuelta al caso.
Tercero, intentar reducir la gravedad del asunto. Demostrar que no hubo "lesiones graves" de verdad. A lo mejor, con un buen abogado, podría lograr que todo se archivara antes de llegar a juicio.
Suspiré. Tenía opciones. No era el fin del mundo. Pero necesitaba actuar rápido, trazar un plan y movilizar a mis amigos y conocidos si quería evitar que esta estupidez se convirtiera en algo serio.
Sin embargo, justo en ese momento, el sonido del intercomunicador me hizo dar un brinco. Mi estómago se encogió.
¿Y si la policía había cambiado de opinión? ¿Y si esta vez sí traían una orden de detención?
Con el corazón latiéndome en la garganta, me acerqué a la pantalla y solté el aire de golpe. Arthur.
Su presencia me arrancó de mi mar de pensamientos paranoicos. Bajé la mano del picaporte, respiré hondo y me obligué a dejar de pensar como abogada por un momento. Primero, tenía que encargarme de esto. Luego, ya decidiría cómo destrozar a Boris.