Cómo te lo digo...

Capítulo 10. Propuesta loca.

Sandra.

—En resumen… —dije, mordiendo un pedazo imaginario de mi orgullo—, durante cinco años fui el hazmerreír de media ciudad. Todos me decían: “Ese tío es un caradura, un descarado que te usa como felpudo emocional”. Pero yo, oh no, yo era la reina de la negación. —Hice un gesto teatral con las manos—. ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Tan... desesperada por creer en ese amor?

Arthur esbozó una media sonrisa antes de suspirar.

—Cinco años… suficiente tiempo para que un idiota te rompa el corazón a cámara lenta.

—¡Exacto! —exclamé, golpeando la mesa del centro con tanta fuerza que el pequeño jarrón saltó de su sitio. Me incliné hacia adelante, con una mezcla de frustración y burla—. Ahora tengo el récord Guinness de 'Mujer más ingenua del hemisferio norte'. Ni un testigo de Jehová confiaba tanto en la gente como yo en Boris. Pero se acabó. Ahora no puedo mirar a un hombre sin preguntarme qué mentiras esconde detrás de su sonrisa.

Arthur apoyó los codos sobre las rodillas y entrelazó los dedos, observándome con esa calma suya que me sacaba de quicio.

—Eso es exactamente lo que Boris quiere.

Fruncí el ceño.

—¿Cómo?

—Quiere que termines así. Con el corazón roto, cínica, incapaz de confiar en nadie. Mientras él sigue adelante sin mirar atrás, sin consecuencias. Ha pasado a su próxima víctima, probablemente para hacerle lo mismo que te hizo a ti. Y mientras tanto, tú sigues aquí, atrapada en su sombra y buscando fallos en ti misma.

Sus palabras me golpearon como un cubo de agua helada. Era exactamente loque sentía.

—¿Y qué se supone que haga con esto? ¿Decidir que el amor sigue siendo maravilloso y que la vida es un cuento de hadas? – dije con amargura.

—No. —Su tono se volvió más serio—. Pero podrías enseñarle que estar contigo fue lo mejor que le pasó en la vida.

Solté una risa amarga y lo observé con atención, con una pizca de curiosidad.

—Dime una cosa… ¿eres psicólogo o un experto en mujeres despechadas?

Arthur dejó escapar una risa baja, pero en su mirada había algo más profundo. Un dolor, ¿quizás?

—Nada de eso. Solo hablo desde la experiencia propia.

Levanté una ceja.

—¿Experiencia propia? ¿No me digas que un bombón de hombre, como tú, también lo dejaron?

Suspiró y pasó una mano por su nuca, como si estuviera decidiendo cuánto contarme.

—Hace años… yo también fui abandonado. La mujer con la que pensaba pasar mi vida me dejó por alguien más. Un tipo con más dinero, más estabilidad y que su familia aceptó. Me dijo que no tenía otra opción, que era lo mejor para ella. Y, ¿sabes qué hice? —Sus labios se curvaron en una sonrisa amarga—. Decidí vengarme.

Me apoyé en el respaldo del sofá, intrigada.

—¿Y qué hiciste?

—Quise arruinar al tipo. De verdad. Durante meses tracé planes, investigué formas de hundir su negocio. Pero entonces, me di cuenta de algo. —Me miró directamente y su voz volvió más baja—. No importaba cuánto lo destruyera. Ella no iba a volver. Porque yo seguiría siendo el mismo imbécil herido.

Por primera vez en toda la conversación, noté un dejo de vulnerabilidad en él.

—Así que hice lo único que podía hacer —continuó—. Me ahogué en el trabajo. Trabajé tan duro que llevé nuestra empresa familiar a un nivel completamente diferente. Conseguí mi primer millón, luego el otro y todas las revistas empezaron a hablar de mí. Entonces ella volvió, pero eso no me facilitó las cosas. No pude perdonar. El dolor de la traición nunca desapareció… solo aprendí a vivir con él.

El silencio entre nosotros se volvió pesado.

—Tal vez dentro de unos años pueda ver esta situación con más tolerancia. Pero ahora mismo… —Apreté los puños sobre mis rodillas— quiero que se retuerza de dolor.

Arthur me sostuvo la mirada.

—Ya le rompiste la nariz… ¿te hizo sentir mejor?

Abrí la boca para responder, pero me detuve. No, no me sentía mejor. Ni un poco. Boris seguía con su nueva amante, caminando por ahí como si nada.

Arthur asintió levemente, como si hubiera leído mis pensamientos.

—El dolor físico pasa rápido. Si realmente quieres hacerle daño… tienes que tocar su envidia. Tienes que hacerle sentir que cometió un error. Que perdió algo valioso. Y lo peor de todo… que nunca podrá recuperarlo.

Un escalofrío me recorrió la espalda, porque dijo lo que quería. Arthur sonrió de lado, con esa expresión suya de "lo tengo todo bajo control". Y por primera vez, en toda esta maldita historia, la idea de venganza no me pareció solo una reacción impulsiva. Sonaba a una estrategia y un juego que podría ganar.

Arthur se recargó contra el sofá y exhaló lentamente.

—Con el tiempo, entendí que la mayor venganza no es destruirlos… sino vivir mejor que ellos. Que te vean sonreír, brillar, ser feliz… mientras ellos se dan cuenta de que nunca fueron imprescindibles. Eso les jode más.

Lo observé en silencio, sintiendo por primera vez que, quizás, Arthur y yo no éramos tan diferentes. Tal vez, solo tal vez… podría aprender algo de él.

Él también guardó silencio por un momento, como si estuviera midiendo mis reacciones, calibrando cada palabra. Pero entonces, de la nada, dijo algo que me dejó completamente en shock.

—Cásate conmigo.

Parpadeé.

—¿Qué?

Arthur se encogió de hombros con una naturalidad exasperante.

—Dije que te cases conmigo. Soy millonario, y el novio de oro, si hay que creer a las revistas de corazón.

Lo miré fijamente, esperando que de pronto soltara una carcajada y dijera que era una broma. Pero no lo hizo. Su expresión seguía igual de tranquila, como si acabara de proponer algo tan sencillo como salir a tomar un café.

Solté una risa nerviosa.

—¿Te has vuelto loco? ¿Esto es alguna especie de experimento sociológico? Porque, si es así, déjame decirte que es demasiado cruel por tu parte.

Arthur sonrió con calma, pero su mirada tenía un brillo afilado.




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