Cómo te lo digo...

Capítulo 16. La prueba de Sandra.

Arthur.

Toda la tarde le di vueltas a la misma pregunta: ¿cómo presionar a Sandra para que tomara la decisión correcta y se casara conmigo?

El dinero no era un incentivo. Sus padres eran dueños de varias concesionarias de automóviles, y ella misma tenía una carrera exitosa como jefa del departamento jurídico en Mas Media, un pequeño pero próspero estudio cinematográfico. Así que solo me quedaba una carta bajo la manga: la venganza.

Pero resultó que su ex, Boris, era un cobarde de primera. Se negó rotundamente a meterse con Sandra, temiendo su reacción. Al final, solo conseguí que colaborara gracias a dos cosas: mi promesa de controlar la furia de Sandra… y cincuenta mil razones de peso.

Con ese empujón financiero, Boris aceptó compartir información bastante jugosa y, lo más importante, publicar un mensaje anónimo en el chat de su productora. No necesitaba más. Sabía que eso bastaría para que Sandra aceptara reunirse conmigo el viernes por la noche.

Elegí el club más exclusivo de la ciudad para nuestra cita. Quería impresionarla.

—Está bien —asintió ella cuando le propuse el plan—, pero mi amiga vendrá conmigo. Está en una depresión y le prometí una noche de fiesta.

No tenía dudas de que esa "amiga" era Diana Fontaine. Y recordando la advertencia de León sobre que sería mejor distanciar a Sandra de su amiga, supe que tenía que llamarlo.

—León, ¿puedes ayudarme el viernes?

—¿Qué ha pasado? ¿Problemas con Sandra? —preguntó sin rodeos, como si hubiera adivinado el motivo de mi llamada.

—Espero que no. Creo que aceptará mi propuesta, pero vendrá acompañada. No especificó con quién, pero apuesto a que será tu abogada. No quiero que intervenga antes de que Sandra me responde afirmativamente.

—¿Dónde y cuándo? —me interrumpió de inmediato.

—En el club “Hasta el amanecer”, el viernes a las nueve de la noche.

—Allí estaré.

Aceptó sorprendentemente rápido, a pesar de que yo estaba listo para soltarle un discurso de persuasión.

Sonreí, dándome cuenta de que mi querido primo tenía más interés en aquella abogada de lo que quería admitir.

Aunque quería ser completamente honesto con Sandra, en el fondo sabía que la verdad no me llevaría a donde quería. La cuestión no era solo ganármela, sino asegurármela.

Sandra tenía sus propios estándares morales, y aunque en teoría coincidían con los míos, en la práctica… las circunstancias me obligaban a jugar diferente. No podía permitirme el lujo de la rectitud absoluta cuando mi fábrica, mi legado, estaba en juego.

Así que hice lo que cualquiera haría en una encrucijada como esta: reprimí cualquier vestigio de conciencia. Me convencí de que, al final, esto también era por su bien. No era manipulación si ambos ganábamos, ¿verdad?

Desde luego yo esperaba que la noche en el club fuera mi oportunidad para impresionar a Sandra, pero apenas crucé la puerta, me di cuenta de que ella tenía otros planes.

Vestida con un vestido rojo ajustado y demasiado corto para mí gusto, Sandra bailaba con un par de chicos. Su cara tenía una expresión de diversión y no parecía la mujer despechada, indignada o furiosa, a que esperaba encontrar. Más bien, parecía alguien que estaba disfrutando de la vida.

—¿Estás seguro de que esta Sandra es la adecuada para el papel de tu falsa esposa? —preguntó León con una sonrisa escéptica, girando su vaso entre los dedos.

Antes de que pudiera responder, su expresión cambió por completo.

—Maldita sea… ¿qué demonios está haciendo? – exclamó León.

Seguí su mirada y sentí un golpe de calor en el estómago.

Sandra se había separado del grupo de baile y avanzó bailando hacia la barra. Se movía con esa despreocupación etílica que exudaba una confianza descarada, pero lo que realmente me descolocó fue cómo se inclinó sobre la barra sin ninguna precaución. Su vestido subió peligrosamente, y desde donde estábamos, cualquiera podía hacer un estudio detallado de su ropa interior.

Un cosquilleo de irritación me recorrió la nuca antes de que mi cuerpo reaccionara por instinto. No pensé, simplemente actué. En menos de un segundo, ya estaba detrás de ella, bloqueando con mi presencia cualquier mirada curiosa.

—Camille, dame otro “clavo” —le gritó al camarero con un ligero arrastre en la voz.

Me acerqué, inclinándome hacia su oído.
—Hola.

Sandra se irguió de golpe, como si le hubieran disparado en la espalda… y con tanta brusquedad que su cabeza impactó directamente contra mi barbilla.

Un chispazo de dolor me recorrió el cráneo y, por un instante, vi la historia de mi vida pasar en diapositivas.

—¡Oh, Dios! —exclamó ella, llevándose una mano a la boca—. ¡Lo siento! No te vi…

Parpadeé varias veces, frotando mi mandíbula, mientras pasaba la lengua por mis dientes, comprobando que seguían en su sitio.
—No pasa nada —gruñí, intentando contener una maldición.

Aunque, en realidad, sí pasaba algo. Para empezar, no entendía por qué demonios había reaccionado tan rápido para cubrirla. Ni por qué, a pesar del dolor, me descubrí sonriendo internamente.

—¡Camille, dame hielo, rápido! —ordenó Sandra, justo cuando el camarero acababa de dejar caer un par de cubitos en un vaso.

Sin esperar respuesta, metió la mano en el vaso y sacó un hielo, presionándolo contra mi mandíbula con determinación.

—A ver… déjame ver —murmuró, entrecerrando los ojos como si evaluara los daños.

No pude evitar esbozar una media sonrisa.
—¿Sueles noquear a los hombres que se te acercan?

Sandra bufó y sacudió la cabeza.
—No exageres. No te vi. Pero para la próxima, no te acerques sin avisar. —replicó con una sonrisa pícara.

No estaba seguro de si eso era una disculpa o una advertencia.

Antes de que pudiera contestarle, el hielo comenzó a derretirse y un hilo de agua descendió por mi barbilla, empapando la tela de mi camisa.




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