Arthur.
A pesar de lo catastrófico y, en cierta medida, cómico de mi aparición semidesnudo en casa de los padres de Sandra, el día transcurrió sorprendentemente bien.
Doña Bárbara, su madre, al verme entrar sin camisa y en compañía de su esposo, se llevó una mano al pecho y, con una sonrisa burlona, exclamó:
—Cariño, sabía que estabas dispuesto a hacer cualquier cosa para complacerme, pero regalarme a este muchacho tan… maravilloso para mi cumpleaños número sesenta y cinco es, sin duda, un gesto atrevido.
El padre de Sandra tosió incómodo, yo abrí la boca para intentar explicarme y Sandra, con una rapidez digna de una abogada en plena defensa, intervino antes de que la conversación se desviara a lugares peligrosos.
—Mamá, él es Arthur. Ya te hablé de él. En el camino nos encontramos con papá, cuyo auto se averió, y Arthur se ensució tratando de arreglar la "golondrina".
Doña Bárbara enarcó una ceja, escaneándome de arriba abajo como si estuviera evaluando la autenticidad de la historia. Luego, mirando a su esposo, suspiró con resignación.
—Él ama tanto ese auto que se niega a aceptar que el tiempo es despiadado no solo con las personas, sino también con las cosas. Cuántas veces le he dicho que lo deje en el garaje y no lo toque, pero no me escucha. Y aquí está el resultado. —Se giró hacia mí con una sonrisa cálida—. Qué bueno que lo ayudaste, hijo.
Traté de justificar al señor Ruiz, comentando que los coches de antes eran casi indestructibles y que entendía perfectamente su apego. Incluso me ofrecí a ayudarle con las reparaciones si lo necesitaba. Mi comentario pareció ganarme su simpatía, porque me palmeó el hombro con gratitud antes de indicarme dónde podía ducharme y me prestó una camisa limpia.
Ya más presentable, conocí al resto de la familia. Me llevé bastante bien con ellos, aunque el hermano mayor de Sandra no tardó en acorralarme. No hubo un apretón de manos cordial ni una broma ligera, solo su imponente presencia bloqueándome el paso.
—Si lastimas a mi hermana, te las verás conmigo.
No lo dijo en tono de broma. Le sostuve la mirada, captando la seriedad en sus ojos. No era una amenaza vacía.
—Lo entiendo perfectamente. También tengo una hermana —respondí con calma, manteniendo mi postura firme.
Durante unos segundos, pareció evaluarme, como si intentara decidir si mi respuesta era suficiente. Luego, asintió lentamente y se apartó, dándome un leve golpecito en el hombro antes de marcharse.
Lo que más me quedó claro después de ese día fue cuánto querían a Sandra y cuánto los amaba ella. Y, de alguna forma, también comprendí por qué no quería mentirles sobre nuestro matrimonio falso.
Yo también había crecido en una familia unida… hasta que la muerte de mi padre nos fracturó. No estábamos preparados para perderlo, y después de su funeral, la casa que antes se sentía llena de vida se volvió un lugar vacío. Mi madre decidió mudarse con Clara, más cerca de su nieta, y yo…
Yo simplemente no quise quedarme en una casa que ya no se sentía como un hogar. Por eso preferí dormir en el apartamento de servicio de la fábrica, donde al menos me recordaba que el mundo seguía girando.
Por la tarde, mientras volvíamos a casa, Sandra exhaló con alivio y dijo con un tono casi triunfal:
—Pasaste la prueba con creces. Mamá dijo que eres un chico honesto… aunque con ojos tristes. Y eso significa que te aprobó.
Giré el rostro hacia ella con una sonrisa ladeada.
—Me alegra escuchar eso. ¿Entonces ya no hay obstáculos para nuestro matrimonio?
Sandra se encogió de hombros con naturalidad.
—No de mi parte —respondió—. Mañana mismo comenzaré a redactar los términos de nuestro contrato matrimonial.
Me quedé en silencio un momento, tamborileando los dedos en el volante antes de soltar con cautela:
—En realidad… hay una cosa más.
Sandra frunció el ceño, claramente alerta.
—¿Cuál?
Respiré hondo, disfrutando un poco de la anticipación antes de soltar la bomba:
—Ahora te toca a ti conseguir una aprobación. Tendrás que conocer a mi familia.
Su reacción fue inmediata.
—¿Qué? —exclamó, girándose hacia mí con los ojos como platos.
Me encogí de hombros, divertido.
—¿Qué esperabas? Mi hermana espera heredar la fábrica si yo no cumplo la cláusula de mi padre, y tanto ella como mi madre ya han decidido venderla. Así que tendrás que demostrarles que me amas y que eres la mujer perfecta para mí.
Sandra entrecerró los ojos, mirándome con una mezcla de incredulidad y sospecha.
—¿Hablas en serio? ¿O simplemente se te acaba de ocurrir esto como una forma de hacerme pagar por las molestias de hoy?
Solté una risa baja, disfrutando de su frustración.
—No, hablo completamente en serio. Aunque, para ser honesto, me da bastante igual lo que piensen de ti. Así que no esperes que te escriba un manual de supervivencia.
Al decir esto, casi estaba siendo sincero con Sandra. Realmente, la opinión de mi hermana me tenía sin cuidado. Sabía que su interés en mi matrimonio no tenía nada que ver conmigo, sino con la fábrica y su posible herencia. Sin embargo, la opinión de mi madre era un asunto distinto.
Si ella decidía que era momento de regresar a casa, no tardaría en notar las grietas en nuestra “vida familiar” y podría descubrir la mentira con demasiada facilidad. No era un obstáculo insalvable; siempre podríamos alquilar un apartamento o una casa bajo el pretexto de la intimidad. Pero, aun así, había algo en todo esto que me inquietaba.
Porque, aunque intentaba racionalizarlo, había una verdad que no quería admitir del todo: realmente quería que a mi madre le gustara Sandra. No por conveniencia, ni por evitar problemas. Sino porque, de alguna forma inexplicable, me importaba.
Sandra resopló, cruzando los brazos sobre el pecho y apoyando la cabeza contra el respaldo del asiento.
—Maravilloso. Un matrimonio de mentira y ya tengo que ganarme a la suegra y a la cuñada… definitivamente, hice un pésimo negocio.