Cómo te lo digo...

Capítulo 21. El preludio de una batalla.

Arthur.

Por primera vez en meses, desde la muerte de mi padre, la casa volvía a tener vida. No la vida cálida y acogedora de una familia reunida, sino la actividad frenética y casi teatral de una producción a gran escala. Un ejército de empleados corría de un lado a otro: los de limpieza ordenaban, pulían y fregaban toda la casa con una dedicación casi religiosa; los jardineros cortaban el césped y podaban los arbustos como si estuvieran esculpiendo un jardín renacentista; y hasta la piscina, que había estado olvidada y grisácea, volvía a brillar bajo el sol.

Todo esto tenía un propósito: preparar el escenario para presentar a Sandra a mi familia.

¿Estaba nervioso? Digamos que no tanto como debería. O tal vez más de lo que estaba dispuesto a admitir. Mi madre había recibido la noticia de mi inminente matrimonio con un escepticismo educado, el mismo que usaba cuando un mesero le recomendaba un vino que no conocía. Mi hermana, en cambio, ni siquiera se molestó en disimular su incredulidad.

—Es curioso, querido hermano —dijo Clara con una sonrisa afilada—, que justo ahora decidas presentarnos a tu novia… cuando el destino de tu querida fábrica pende de un hilo. ¿No crees que suena un poco… conveniente?

—Sí, hijo —intervino mi madre, con su tono pausado y calculador—. Hace al menos cinco años que no nos presentas a nadie. ¿Estás seguro de que conoces bien a esta chica?

Me crucé de brazos, sosteniendo la mirada inquisitiva de ambas.

—Mamá, la conozco lo suficiente para saber que te gustará —respondí con una sonrisa que esperaba sonara convincente. Luego volví mi atención a Clara—. Y por supuesto que tienes razón, hermana. No planeaba formalizar mi relación con Sandra tan rápidamente… pero fuiste tú misma quien me empujó a tomar una decisión. Así que, en cierto modo, te estoy increíblemente agradecido.

Clara enarcó una ceja, sin molestarse en ocultar su diversión.

—Qué conmovedor, Arthur. No sabes cuánto me alegra haber servido de catalizador para tu repentino sentido de compromiso.

—Entonces, espero que acepten mi invitación a la cena familiar este viernes en nuestra casa —continué, ignorando su sarcasmo.

—¿Por qué la cena? —preguntó Clara—. Sabes perfectamente que nosotras no cenamos.

—Porque Sandra trabaja, y la semana siguiente vamos a la exposición en Suiza con nuestro nuevo jet.

Clara soltó una risita seca, como si la idea le divirtiera.

—¡Oh! ¿Tu novia trabaja? ¿Y de qué? ¿Escort?

Me detuve en seco y la fulminé con la mirada.

—No empieces, Clara —advertí con voz firme.

—Vamos, era una broma —respondió con fingida inocencia—. Entonces, ¿a qué se dedica exactamente?

—Trabaja en Mas Media.

Clara arqueó una ceja con fingido interés.

—Oh, ¿una actriz? Qué apropiado. Estoy deseando ver su actuación esta noche.

Mamá le lanzó una mirada de advertencia, pero eso no impidió que Clara siguiera disfrutando de su jueguito.

—No, no es actriz —aclaré, esbozando una sonrisa paciente—. Es abogada. Si no quieres venir, hermana, no vengas.

Clara alzó las manos en un gesto teatral.

—Tranquilo, tranquilo. No te preocupes, hermano. No nos perderíamos semejante espectáculo por nada del mundo —susurró con malicia—. Después de todo, muero de ganas por conocer a tu cómplice.

La forma en que lo dijo, con ese tono cargado de veneno disfrazado de dulzura, me confirmó algo que ya sabía: esta cena no sería una simple reunión familiar. Sería una especie de interrogatorio. Y Sandra, lo quisiera o no, estaba a punto de enfrentarse a los jueces más implacables de mi vida.

Por lo poco que había llegado a conocer a Sandra en nuestras conversaciones, una cosa me quedaba clara: no era de las que se dejaban pisotear. Si Clara intentaba atacarla con su sarcasmo afilado, la cena podría convertirse en un campo de batalla.

Sonreí ante la imagen mental. En cierto modo, me divertía la idea. No porque quisiera ver un enfrentamiento, sino porque tenía la sensación de que, si alguien podía hacer frente a mi hermana, era Sandra.

De una manera extraña, casi sin darme cuenta, Sandra comenzó a ocupar más espacio en mis pensamientos. Al principio, todo giraba en torno a la estrategia: cómo convencerla de aceptar esta farsa, cómo asegurarme de que jugara su papel con la precisión necesaria para engañar a mi madre y a mi hermana. Pero, una vez que aceptó, mis pensamientos tomaron otro rumbo.

Empecé a observarla con más detenimiento, analizando cada uno de sus gestos, su manera de hablar, la forma en que su mente afilada encontraba siempre la respuesta perfecta en el momento justo. Me preguntaba hasta qué punto sería capaz de mantener la ilusión frente a mi familia. Sin embargo, después del incidente en la discoteca, la situación se volvió más confusa.

No podía dar con una respuesta sencilla: ¿me atraía Sandra o simplemente mi cuerpo estaba reaccionando ante la proximidad de una mujer? La primera opción me inquietaba profundamente, porque una relación real no estaba en mis planes. La segunda, en cambio, parecía más lógica, pero igualmente inconveniente.

Entre la inminente exposición, a la que había logrado una invitación oficial por primera vez, y la organización de nuestra boda ficticia, no tenía ni tiempo ni disposición para buscar distracciones en el club Ilusión.

Y, aun así, cada vez que pensaba en ella, algo dentro de mí se removía con una intensidad inesperada.

Con ese pensamiento, bajé al garaje, listo para ir a buscarla. Había insistido en recogerla personalmente para llevarla a casa antes de la cena. Quería que se familiarizara con el lugar, que no se sintiera abrumada por el tamaño de la propiedad ni por la fría hospitalidad de mi familia.

Pero, como ya me estaba acostumbrando, Sandra tenía sus propias reglas.

—Lo siento, tengo un caos en el trabajo —respondió con ese tono de irritación típico de alguien que tiene demasiado en su plato—. No podré salir hasta las ocho, como mínimo. Mejor mándame la dirección de tu casa y prometo intentar no llegar demasiado tarde.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.