Cómo te lo digo...

Capítulo 31. Fantasma de Lorena.

Arthur.

No esperaba ver a Lorena en la gala de clausura de la exposición. O mejor dicho: sabía que estaba en Suiza, había visto su nombre en algún titular anodino, alguna nota de sociedad. Pero no esperaba verla aquí. No en este lugar. No esta noche.

¿O sí?
Tal vez, en el fondo, lo había temido. O incluso deseado. Es difícil saberlo cuando uno sigue buscando rastros de alguien como quien lee informes meteorológicos de una ciudad en la que ya no vive.
¿Por qué seguía pendiente de sus noticias? ¿Por qué me sabía de memoria cada foto suya en las revistas, cada rumor, cada entrevista medida?
No tenía una respuesta que no me delatara.

Decir que me quedé sin palabras cuando la vi sería un eufemismo vulgar. Lo cierto es que se me vació el cuerpo por un instante. Como si alguien hubiera apagado la gravedad.
Seguía hermosa. No solo por la simetría de su rostro o la línea de su cuello, sino por esa forma de caminar como si el suelo la recordara.
Siete años habían pasado desde la última vez que la vi. Siete exactos.
Y aún podía oírla decir: “Ya no te amo, Arthur. Esto se terminó.”
No hubo drama. No hubo portazos. Solo esa frase quirúrgica y un dolor que ocupó mi corazón los años siguientes.
Desde entonces no la volví a verla. Hasta ahora.

Y, como si el universo se hubiera permitido un gesto de ironía, apareció justo cuando el maestro de ceremonias me llamó al escenario para anunciar mi compromiso con Sandra.
Perfecta sincronía.
Casi poética, si uno cree en la poesía de los momentos arruinados.

La reconocí al instante. El vestido negro que llevaba no brillaba, pero tenía la autoridad de una joya bien heredada. Su esposo —un químico célebre, millonario y, según los artículos, devoto— no estaba con ella. Eso lo supe de inmediato. Lo supe porque no lo vi, pero también porque ella no llevaba puesta la máscara de mujer acompañada.

Fue entonces cuando me di cuenta que unas horas antes le había hablado de ella a Sandra. Le aseguré que ese capítulo estaba cerrado. Que todo aquello —Lorena— pertenecía a otro tiempo. A otra versión de mí mismo que ya no existía.

Y sin embargo, ahí estaba.

No como un recuerdo incómodo, sino como una grieta que uno cree sellada... hasta que empieza a gotear justo en el momento menos oportuno. Cuando más necesitas que todo parezca firme, indiscutible, sólido.

¿Fue una coincidencia? Tal vez. Pero si algo he aprendido en los negocios es que las coincidencias suelen tener motivaciones bien calculadas detrás. A veces emocionales. A veces estratégicas.

En cualquier caso, no era el momento para flaquear. Había cámaras. Micrófonos. Inversores observando cada gesto con la voracidad de quienes invierten en futuros, no en personas.

Así que hice lo que había que hacer.

Subí al escenario. Anuncié mi compromiso con Sandra. La llamé con una sonrisa contenida y le ofrecí el anillo. El público aplaudió como si asistiera al acto final de una ópera romántica perfectamente orquestada.

Sandra estuvo impecable. Ni una duda en su paso. Ni un titubeo en su sonrisa. Recibió las felicitaciones con la gracia que se espera de alguien nacida en cuna alta, aunque todos sepamos que lo verdaderamente noble no siempre se hereda.

Después de la foto, el aplauso y los brindis, Sandra desapareció hacia el balcón. Necesitaba aire. Yo, en cambio, me quedé. Porque alguien tenía que sostener la escena. Y si algo he hecho toda mi vida… es quedarme de pie al cañón.

Lorena se me acercó por detrás, sin anuncio, justo cuando hablaba con el ministro de Transporte de Austria. Su presencia la sentí antes de que dijera una palabra. Como un cambio de temperatura. Como una memoria que no fue invitada, pero insiste en quedarse.

—¡Arthur! Qué reunión tan selecta —dijo con esa voz modulada que conocía demasiado bien—. Me alegra mucho verte.

Y luego me besó. En ambas mejillas. Lorena von Bern. Dos veces. Como si de pronto hubiera olvidado su propio manual de etiqueta, ese que solía seguir con la devoción de una embajadora en tiempos de crisis. El gesto fue tan fuera de lugar, que por un instante no supe si había entrado en una emboscada.

—Yo también me alegro —dije, con la voz más tensa de lo que hubiera querido. Sonreí, porque en ese mundo todo se resuelve con sonrisas. Incluso los naufragios.

—Escuché que tu avión causó sensación en la exposición —añadió, sin siquiera mirar al ministro. Estaba demasiado cerca. No de forma vulgar. No. Con esa cercanía calculada que sólo se permite quien alguna vez fue íntima… y quiere recordártelo.

—Felicidades —remató, como si estuviera entregando un premio.

El ministro, ajeno a los hilos invisibles que empezaban a tensarse, intervino encantado de encontrar un nuevo público:

—¡Oh, sí! —dijo, con entusiasmo—. Vamos a comprar dos unidades para los servicios de rescate.

Y funcionó. Por un segundo, Lorena giró la cabeza para mirarlo. Fue una mirada breve, medida. Como si evaluara el mobiliario de una casa que jamás habitará.

—Escuché también que te vas a casar —dijo entonces, volviendo a mí. Esa pregunta no era una curiosidad. Era una prueba. Y yo la sentí como tal.

—Sí —respondí.

—¡Oh, sí! —repitió el ministro, encantado de tener algo más que celebrar—. Qué noticia tan…

—Permítame un momento —interrumpí con cortesía profesional, tratando de reconducir el desastre inminente—. Señor ministro, le presento a una vieja amiga: Lorena von Bern.

Fue un intento de poner orden. De etiquetar una situación que ya se salía del protocolo. Mientras ellos intercambiaban frases educadas, yo busqué con la mirada a Sandra.

La vi. Caminaba hacia nosotros, copa en mano, con esa cadencia tranquila que solo alguien verdaderamente preparado puede sostener en una sala llena de depredadores, aunque vi fuego en sus ojos.

La verdad es que temía su reacción. No era miedo al escándalo —Sandra no se rebaja a eso—, sino algo más sutil: el modo en que leería la escena. El modo en que vería a Lorena. A mí.
Y a nosotros.
Porque, aunque nuestro compromiso no naciera del amor, hay cosas que igual pesan. La dignidad, por ejemplo. O el orgullo. O el miedo a mostrar grietas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.