Cómo te lo digo...

Capítulo 52. Un plan perfecto.

Sandra.

Regresé al trabajo con mucha determinación. No había espacio para dudas ni para vacilaciones morales. Aceptaría la oferta de la directora. Era mi única puerta de salida de esta situación grave.

Firmé el documento con un trazo firme, preciso. Ni un temblor. Ni una pausa. Como si al firmarlo no solo estuviera aceptando un proyecto, sino sellando un plan secreto.

Ana Rosa me lo pasó con esa sonrisa suya, tan pulida como una copa de cristal. Sonreía como quien ofrece champán en la cima de un edificio en llamas.

—Felicidades —dijo—. Desde ahora, todo el caos legal de este experimento televisivo es tuyo.

Asentí con serenidad profesional.
En otra vida —una en la que no llevara un embarazo secreto de un hombre que, por contrato, podría reclamar a ese hijo como si fuera un mueble de su propiedad—, tal vez habría rechazado la propuesta.
Pero esta no era esa vida.
Y yo no era la misma mujer de ayer. Hoy no me importaba el amor enfermizo de Arthur hacia Lorena, ahora me importaba mi bebe.

—Voy a necesitar un equipo legal externo, mejor si es local, del país donde se grabará el reality —dije, sin rodeos—. Dos abogados con experiencia en responsabilidad civil y un profesional de contención psicológica con perfil clínico.

—Se grabará principalmente en los Cayos Cochinos, Honduras. Un archipiélago en medio del Caribe. Increíble paisaje… clima impredecible… y una conexión a internet digna del siglo pasado —dijo Ana Rosa con una sonrisa sutil—. Tendrás todo mi respaldo, pero responderás con tu cabeza si algo sale mal.

—Si hay que ir, se irá —respondí con un suspiro tan profesional como impostado.

Por dentro, mi alma gritaba de alivio.
Porque este proyecto no era solo una oportunidad.
Era mi escapatoria de un desastre inmediato.

Me miré mentalmente en un espejo dentro de un par de meses: con la barriga asomando, los síntomas creciendo, que provocaran las preguntas.
No. Quedarme en su casa sería un suicidio. No podré esconder mi embarazo.
Irme a Honduras era, paradójicamente, la única forma de proteger a mi hijo de su propio padre.

Porque yo había firmado el maldito contrato: ese hijo no era mío legalmente.
Y Arthur no tenía por qué enterarse jamás de su existencia.

—Planeamos comenzar la grabación en unos tres meses —añadió Ana Rosa, sin perder el ritmo—. Pero tú tendrás que tener todo listo mucho antes: contratos, permisos, protocolos… ya sabes, el infierno habitual.

—Entiendo. Si los participantes ya están seleccionados, necesitaré la lista completa —respondí al instante, anotando mentalmente una nueva línea en mi plan maestro. Cada nombre, cada cláusula, cada riesgo legal: todo tendría que estar blindado. Y cuanto antes, mejor.

Ana Rosa me observó por unos segundos con esa mirada suya que parecía escanear más allá de la piel. Luego, con un gesto casual —demasiado casual—, dejó caer la pregunta como quien lanza un anzuelo disfrazado de cortesía:

—¿Estás segura de que tu esposo te dejará ir?

La frase flotó unos segundos entre nosotras. Podía imaginar la conversación con Arthur: sus cejas fruncidas, su voz baja con tono de control pasivo, sus objeciones sutiles disfrazadas de preocupación. Pero esta vez no tendría voz ni voto. Esta vez me iría, con o sin su bendición.

—Mi esposo valora mi carrera —respondí con una sonrisa neutra, perfectamente ejecutada—. Y entiende que esta es una gran oportunidad para mí. No tengo motivos para pensar que se opondrá.

Hice una pausa breve.

—Además, Honduras no está en otro planeta —añadí, cruzando una pierna sobre la otra con tranquilidad fingida—. Solo está lo suficientemente lejos.

O mejor dicho, me esperaban los dos sentados con sendas tazas de café humeante, embobados mirando reels en sus teléfonos, riéndose como si trabajaran para un canal de comedia y no en una oficina legal.

Por un segundo me quedé en el umbral, observándolos.
Una escena casi entrañable, si no fuera mi equipo. ¿Y estos son los que se supone que voy a dejar a cargo?
Fantástico.
Apocalíptico.

Me crucé de brazos y, por un breve instante, me planteé si debía darles un discurso motivacional o simplemente dejar que la vida —y una tonelada de expedientes— les cayera encima cuando me fuera. Elegí lo segundo.
Ya no era mi problema.

Si la productora había decidido lanzarse de cabeza al pantano legal de un reality con parejas rotas y egos inflamables, entonces también sabrían encontrar otro abogado que no esté intentando ocultar un embarazo ni planear una fuga emocional al Caribe.
Yo, por mi parte, encontraría la manera de quedarme en Honduras una temporada.
Hasta que este maldito contrato matrimonial expire o por lo menos hasta dar a luz.

Y, por primera vez en mucho tiempo, el futuro me pareció ligeramente menos asfixiante.
Casi… prometedor.

—¿Están listos los documentos del caso Vaslav? —pregunté a mi ayudante, sin rodeos.

—Sí —respondió, poniéndome sobre la mesa una carpeta gruesa como un diccionario judicial—. Los revisé y los ordené por fecha. ¿O no debía hacer eso?

Lo miré, sorprendida.
Iniciativa. Qué raro. Casi pensé que se le había atascado el café en la neurona correcta.

—Está bien —dije, esbozando una media sonrisa que para él debió parecer un aplauso de pie—. Por cierto, dentro de poco me voy a Honduras. Y tú te quedas a cargo de esta oficina.

—¿Por fin se van de luna de miel? —exclamó mi secretaria desde su rincón, tan emocionada que casi derrama su latte.

Mi ayudante, mientras tanto, parpadeaba como si acabara de escuchar que lo habían nombrado presidente interino del país.

—No. Nada tan romántico —respondí, alzando una ceja—. Voy a encargarme del nuevo reality que se graba en el Caribe. La directora aceptó el reto, y me mandan a supervisar toda la parte jurídica.

—¿Un reality? —dijeron ambos al unísono, con ese tono entre fascinación y desconcierto que suele reservarse a los desastres anunciados.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.