Con una abertura para entablar una conversación, nos fuimos acercando poco a poco cada día más.
Aunque todos los temas en un inicio giraban en torno a aquel libro, no perdía la esperanza de que pudiera evolucionar a una amistad.
Y así fue.
Pronto me vi integrada en un pequeño círculo, dónde compartimos libros y hacíamos bromas. Y aunque me cerré al resto de personas, me resultaba irrelevante. Ya que solo ocupaba mi pequeño círculo para sentirme cómoda.
Con la llegada de Nancee a mi vida y la compañía de Ansel, me sentía de cierta forma completa.
Rayna y Nancee eran el dúo dinámico, el dúo de cuadro de honor. ¡Mierda! Ese maldito era el tercero.
Así que sí, estaba en un grupo de malditos cerebritos y la única que no encajaba ahí era yo. Tan poco útil, torpe y obstinada.
Tuve la suerte de conocer a Nancee durante mi primer año en el colegio.
Durante el acto cívico, una compañera se esforzó por hacerme una plática y fue entonces cuando me la presentó.
Una joven de tez apiñonada. Ojos marrones muy oscuros, de cabello hasta el hombro y de nariz pequeña. Tenía una mirada sombría, salvaje, aguerrida. Era una chica que a simple vista se veía que era de las que hacen la primera jugada antes de que se la jueguen.
En aquel entonces no hicimos amistad, solo nos dedicamos a mirarnos de manera distante y desinteresada. Mientras asentíamos a lo que la otra chica nos contaba cosas que habían vivido juntas, el cómo se conocieron y que le parecía interesante que ambas lleváramos el mismo nombre.
Uno tan poco común.
Amaris
Por suerte para las dos, contábamos con un segundo nombre, haciendo que fuera más fácil identificarnos ante los demás.
Puede que, en ese momento, en pleno acto cívico, ambas pasáramos la una de la otra, hasta que entramos en ese último año y el destino nos unió.
Cabía la posibilidad de que nuestro acercamiento, después de años, hubiese sido por algún libro, dando inicio a nuestra amistad.
Al final las tres nos dedicamos a leer entre clases, nos contábamos que nos parecía y hablábamos sobre aquellos personajes favoritos. Nos pasábamos novelas, así como también nos recomendábamos lecturas en la aplicación gratuita que encontramos.
Sin embargo, mi amistad con Nancee no era ni de lejos como la que tenía con Rayna, quien al inicio parecía un tanto molesta por la intromisión de una nueva persona que demandaba mi atención.
Ni se diga, de la repentina obsesión que tenía por entablar amistad con Ansel.
—¿Te gusta? —La pregunta me tomó por sorpresa.
Me removí incómoda en mi banca, apartando la vista él como si me hubiesen cachado viendo pornografía.
Me gustaba observar cómo se inclinaba para poder escribir, lo aburrido que parecía con la clase, cada que relamía su labio inferior, como aparecía de vez en cuando un hoyuelo en su mejilla y cuando miraba con indiferencia por la ventana.
Despreocupado como siempre.
Rayna me miraba junto a mí, a la espera de una respuesta, con los ojos muy abiertos, captando cualquier movimiento que delatara mi situación.
Su cabello caía de lado en esas perfectas ondas, marcando el ligero cabeceó que hacía.
«¡Diablos, ¿Por qué me mira fijamente!»
Un nervio comenzó a carcomerme. Haciéndome apartar la vista de su rostro y pasarlo a su mano, dónde sujetaba sus plumas como si hubiera estado concentrada en su trabajo y de repente me hubiera cachado holgazaneando.
Que básicamente era todo el tiempo.
—No —dije abruptamente—. ¿Quién? ¿De qué hablas? —Una risita nerviosa trepó por mi garganta, haciendo imposible mentir.
Sabía perfectamente a quién se refería, y mentirle era casi imposible, por no decir que completamente imposible. Tenía un don excelente de cuando a mí se trataba.
Sacudió la cabeza en una negativa, poniendo los ojos en blanco. Su rostro decía:
«¿Hablas en serio?»
—Sabes a quién me refiero. —Negué energéticamente. Pero era absurdo negarlo a esas alturas—. Con eso lo confirmas.
Me lanzó una mirada furtiva para negar con la cabeza una vez más, volviendo la vista a su cuaderno. Podía ver los engranajes de su cerebro avanzar a mil por segundo.
Quizá no era muy buena a la hora de interpretar a las personas, pero con ella, había veces en las que me lo ponía muy fácil. Estaba tratando de encontrar una forma de preguntarme de la manera más amable algo.
Posiblemente, porque era la misma cara de concentración que hacía cuando me explicaba un tema de la escuela o cuando se ponía seria al responder algunos problemas matemáticos a los cuales no les hallaba solución.
Puede ser que le resultaba un enigma difícil de resolver. Tratando de entender cada una de mis variaciones, y no encontrar una forma le frustraba.
Hizo un mohín, dejando sus plumas sobre su cuaderno, antes de girarse de nuevo en mi dirección,
«¡Ahí está!»
—¿Qué te gusta de él?
Quise volver a fingir demencia, pero ya era tarde. Ella lo sabía, yo lo sabía, era inútil seguir con el juego y mantenerlo era aún más difícil.
—No lo sé —respondí con sinceridad.
Porque era verdad.
No sabía por qué me gustaba. Quizá era por la seguridad que demostraba ante los demás, algo que en verdad le envidiaba. El cómo mostraba serenidad en momentos de mucho estrés, pero de igual forma podría ser como todo le divertía.
También quería saber por qué me gustaba y por qué se volvió una obsesión inalcanzable.
—Ya —dijo insatisfecha. No me creía, lo sabía por el tono de voz que había usado.
Rayna continuó con lo suyo, pero hubiera deseado que me dijera lo que en realidad pensaba, que no se guardará nada para ella.
Después de ello, comenzó a distanciarse y resultaba algo inquietante.
Su distanciamiento me dolía como no tenía idea que podía doler. Pero nunca dije nada, no quería molestar con preocupaciones que podrían ser exageradas, que solo eran mías.
Debido a la poca interacción que comenzamos a tener, mi atención se enfocó más en Nancee. Fraternizando al grado de pasar más tiempo juntas.