Completa Extraña

Capítulo 5

El día que me plantee acabar con mi dolor, fue justo después de ver cómo Rayna pasaba de mí, de que Nancee no estaba tan cerca como antes y como Ansel estaba ocupado apartándose de mí lo más posible.

En mi mente todos se habían alejado porque no les importaba, pasaban de mí y eso hizo que una soledad tremenda me abrumara por las noches, sin poder dormir, pues pensaba que había hecho algo mal en todo ese tiempo.

Esa noche, salí a hurtadillas al baño, descalza con el pijama ya puesta. Había pasado bastante tiempo dando vueltas sobre la cama sin poder dormir en absoluto.

No era la primera vez que el insomnio me atacaba, pero en esa ocasión se sentía más abrumador. Era un manojo de emociones reprimidas y nada de lo que hiciera me funcionaba.

Me quedé un rato, de pie frente al espejo, con las manos apoyadas sobre el lavabo, mirando fijamente mi reflejo. Observando cada centímetro de mi rostro, tratando de herir poco a poco y cada vez más la percepción que tenía de mí.

El cabello castaño con rizos esponjosos, el rostro redondo adornado con varios lunares. Las cejas finas y puntiagudas, y ojos marrones con una neblina sombría.

Lo único que me gustaba de mi rostro era mi nariz de botón. Ni tan grande, ni pequeña, ni ancha, ni delgada. Era simplemente perfecta.

Pero una cosa positiva no les ganaba a los miles que eran negativas que tenía en lista.

«¡Soy horrible!»Quise gritar.

Comencé a llorar mientras me hacía menos con los pensamientos, atacando cada parte de mi ser, hasta destruirme, hasta derrumbarme.

Solo quería que parará, que esos pensamientos abusivos se detuvieran, pero no lo hacían si lo trataba con calma. Decirme cosas positivas tenía el efecto contrario y me carcomía horriblemente.

Solo quería estar en paz, quería que alguien me quisiera de verdad y viera la mierda que estaba hundida y me sacara de ahí. Lo anhelaba.

Constantemente me imaginaba sumergida en un fango muy oscuro, hundiéndome de poco en poco, con la esperanza de que alguien tirará de mi cuerpo hacia la superficie.

Sin embargo, solo tenía esa presencia delante de mí, riendo en mi cara, murmurando y recordando todo lo que he hecho mal en todo este tiempo.

«Quizá deberías morirte.»La voz de mi cabeza me acribilló.

—Sí —me respondí sumida en esa realidad.

Me sentí satisfecha con mi respuesta, como si mi yo del espejo lo esperara, como si una mariposa de aprobación revoloteara en mi pecho.

«No le importas a nadie.»

—Ya no tengo a nadie. —Pensé en mis amistades, con un nudo en la garganta que quemaba.

«Rayna se dio cuenta de lo insignificante que eres y por eso se alejó.»

—Quizá fue lo mejor —coincidí.

«Si te mueres ahora, nadie lloraría por ti.»

—¿Nadie? —La dureza de esas palabras realmente tuvieron un gran impacto.

No era la primera vez que lo pensaba, pero era la primera vez que lo tomaba más en serio. Con más decisión.

«No le importas a nadie.»

—No le...

«Nadie te quiere.»

—Nadie me...

«Le harías un favor al mundo si solo te pudres bajo tierra.»

—Yo... —Estaba siendo demasiado cruel, pero no podía callarla. Y no tenía la fuerza suficiente para poner resistencia.

Esa voz era mía, estaba en mi cabeza, siempre estuvo ahí, siempre había estado ahí. Era la voz de mis inseguridades, de mis miedos, de mis anhelos, de mis defectos, era la voz de mi depresión.

Pero nunca había sido consciente de ello, no tenía idea de que esa voz tan melodiosa era la que me mantenía recluida, la que me había menos. La voz que avivaba el miedo en mi interior.

Comenzó a estar ahí después de aquello, de las risas que pasaron a llanto, de la confianza que se transformó en desconfianza, del amor que se volvió rencor.

Estaba ahí, era débil, hasta que tomó fuerza en ese último año.

Quizá por la edad, por la etapa llena de cambios o simplemente porque mi cuerpo estaba hasta el tope de todas esas emociones reprimidas.

Con la mano temblorosa levanté la fina cuchilla que había llevado conmigo en un bolsillo. No sabía cómo podía afectarme aquel pensamiento intrusivo que me había estado picando todo el día.

Pero la urgencia comenzaba a anticiparse en mi cuerpo.

Mire fijamente la navaja que sostenía con mi mano dominante, mientras esa voz me gritaba.

«¡Hazlo!»

Presioné con fuerza hasta clavarla en mi piel, sobre mi muñeca izquierda. Sintiendo el pinchazo recorrer mi brazo entero. Los dedos comenzaron a temblarme, pero me aferré a ese zarcillo de placer.

Continúe deslizando la cuchilla por el largo de mi muñeca, observando como la sangre brotaba en pequeñas cantidades, con el olor metálico de esta.

Apreté los dientes en mi labio inferior, mientras las lágrimas salían con lentitud. El ardor comenzó a ser insoportable, quería parar, las dudas me acorralaron.

No quería eso, no quería nada de eso, sin embargo, era hasta donde me habían orillado las circunstancias.

Nadie te dice lo asqueroso que es la depresión, nadie te advierte que pierdes las ganas por todo, la motivación. Y para alguien que no lo había conocido en absoluto, alguien que fue roto a temprana edad.

¿Cómo podía diferenciarlo?

Era mi pan de cada día y pensaba que era normal.

Me detuve, porque no podía más, pero era insuficiente, era demasiado pequeña. No servía.

No era suficiente.

«Eres débil»,se burló la voz.

No había sido suficiente.

El corte estaba de broma, no era lo suficiente para acabar con mi vida, pero había pasado algo inesperado.

Me sentía tranquila, aquella voz que me hacía sentir mal guardó silencio y una sensación de bienestar me inundó con fuerza.

El dolor físico auto infligido había ensordecido mis miedos y dudas. Haciendo que la ansiedad disminuyera de maneras inesperadas.

Le sonreí a mi reflejo, victoriosa por mi hazaña, si bien aquello no me libraba de mi dolor, sí que era un remedio bastante efectivo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.