Me había enfrascado en mi dolor y sufrimiento, que había olvidado por completo que ahí fuera había gente que también la pasaba mal, que también sufría, que también se deprimía y Rayna no era la excepción.
Había pasado por un mal momento y aquello la llevó a separarse de mí, ambas tomamos la decisión de que estaríamos mejor la una sin la otra, pero eso no era verdad. Nos queríamos y nos necesitábamos para seguir apoyándonos.
Y alejarnos la una de la otra fue lo peor que pudimos hacer.
Sin embargo, ya estábamos bien, volvimos a tener algunos problemas, pero nada que no pudiéramos resolver.
Me sentía bien por qué la tenía y sentía que de nuevo mis pilares se habían reconstruido. Me sentía completa.
La escuela estaba por terminar y los nervios me comían, sabía que me separaría de ella porque aspiraba a algo más de lo que yo podía. Era una diosa en las materias y yo fui un chiste en eso.
No podía evitar sentirme mal por aquellos pensamientos que me bombardearon, pero no eran tan grandes como para lastimarme de nuevo. Aunque hubo muchas ocasiones donde lo hice de otras formas: pellizcos, tirar de mi cabello con fuerza, rascarme en exceso las manos o los brazos, causarme dolor de una u otra forma.
La ansiedad estaba subiendo aún más con el tema de la carrera a escoger.
Elegir a qué es lo que te quieres dedicar por el resto de tu vida a la edad de catorce años no parece tan buena idea.
Por alguna razón el mundo se empeña en que a esa edad tengas una idea bastante sólida de lo que vas a estudiar, pues de ello depende toda tu vida.
Encontrar una carrera acorde a lo que quería y mis capacidades me era muy difícil; sin embargo, hacía todo lo que podía. En la consulta con mi psicólogo salió el tema sobre esta difícil situación por la que me encontraba viviendo.
Aquel hombre alto y delgado me miraba tras el escritorio, apoyando un brazo sobre él, reposa brazos de su silla. Dedicándome una sonrisa para romper lo tenso del ambiente.
Lanzar la primera palabra, no era mi fuerte.
—¿Ya escogiste una preparatoria? —preguntó por fin, con la mirada fija en mí, en mis movimientos, prestando demasiada atención a todo mi ser.
—Estoy por un par, aún no lo decido. —Me removí incómoda en el asiento.
—¿Alguna carrera en específico?
—No lo sé.
Asintió y se reclinó hacia el frente, tocando su frente con los dedos. Como si tratase de encontrar alguna forma fácil de abrirme a la conversación.
—A un lado de la base hay una preparatoria. ¿Por qué no haces el examen para esa?
Mire el cristal esmerilado de la ventana, a pesar de que no podía ver tras ella sabía perfectamente que estaba la preparatoria que él mencionaba. Podía imaginar el gran muro de tonos azules y un par de ventanales con exposiciones en cartulinas de colores pegadas en ellas, como especie de mural, algunos estudiantes paseando por sus jardines, otros realizando actividades diversas.
Me encogí de hombros, enrollando un rulo en mi dedo índice.
—Es una escuela de alta demanda. No tengo oportunidad. No puedo.
—¿No puedes o no quieres?
Le dediqué una mirada confusa.
—¿Cómo? —solté mi cabello y comencé a menear la pierna con inquietud.
—Quizá dices no poder porque en realidad no quieres. —Se cruzó de brazos y se reclinó en su silla, satisfecho con algo.
—No es eso. ¡Realmente no puedo! Es una de las mejores preparatorias de la ciudad —lo medité un momento—. Bueno, una de varias. No tengo oportunidad.
—No lo creo —se aclaró la garganta—. Amaris, ya habíamos quedado en que ibas a tratar de verte de forma positiva. Es difícil, pero ni siquiera lo intentas. Eres capaz de lograr todo lo que te propongas, solo es cuestión de que decidas realmente poner tu esfuerzo en ello. Si tú quieres esa escuela, estudia para pasar ese examen. ¡Lo lograrás! Sin embargo, siento que no quieres postularte a esa porque está muy cerca de aquí, de tu papá.
—¿Por qué eso significaría un problema? —fruncí el ceño. Traté de darle vueltas en mi cabeza para encontrar una razón por la cual no me gustaría estar cerca de mi padre, pero no di con alguna.
—Tal vez no quieres que tenga un cierto control en ti. —Negué con la cabeza, aun tratando de encontrarle respuesta a esa incógnita que se acababa de formar en mi cabeza—. Bueno, piénsalo. Pero si realmente no es una escuela que tú creas para ti, entonces, ¿Cuál lo es?
—Aún no sé ni que quiero estudiar —dije, soltando un suspiro.
—Bueno, podemos iniciar por ahí. ¿Qué te gustaría? Debes tener algo en mente.
Escarbé en lo más profundo de mi mente para tratar de crear una lista clara sobre todos aquellos sueños de lo que me quería dedicar, sobre la antropología forense, a lo forense, a lo criminal.
Una idea brotó de entre todas.
—¡Criminología! —solté rápidamente. Él asintió aún más satisfecho.
—Esa carrera es muy buena, pero... estamos en México. No es una de las mejores carreras aquí. Si es tu sueño, ve por ello, pero para laborar sería mejor en el extranjero.
Sentí que algo se derrumbaba en mi interior, había encontrado algo y tan pronto como lo encontré me lo arrebataron.
Pero tenía razón, si algo me había enseñado el trabajo de mi padre era el cómo la gente era capaz de manipular todo a su antojo con un poco de dinero o con un par de muertes para que algo no saliera a la luz. Así de simple.
—Entonces creo que no tengo nada —me quejé.
Había aplastado mis sueños y esperanzas. Aunque no muchas, pero lo hizo.
«¿Qué clase de psicólogo es?»Me cuestioné.
—Debe haber algo más ahí dentro. Solo piénsalo detenidamente. ¿Qué puede ser?
Cruzó sus dedos formando una pirámide, mientras esperaba a que contestara.
—No lo sé —dije con un nudo en la garganta.
Tenía ganas de llorar por no dar con una respuesta, me sentía inútil por mí siquiera ser capaz de elegir una carrera.
—Dime Amaris, ¿Qué es aquello que harías incluso si no te pagaran? Aquello que lo harías con todo el corazón solo porque te gusta.