La sensación de asco continuó por varios días en mi cuerpo, una inquietud que me obligaba una y otra vez a olvidar. A pasar por alto todas esas señales de alarma.
Al final fui consciente de que eso hice por mucho tiempo, pero algo se había colapsado en aquella muralla mental que había forjado, que los recuerdos venían de a poco, llegaban con fuerza y no podía cerrarles la puerta.
Mi corazón latía con fuerza, mis manos se adormecían, los labios me hormigueaban y un pánico atroz me sucumbía.
Por momentos no era la Amaris de secundaria, era una Amaris desprotegida, tan pequeña que dolía verla, ahí, sola con él y no podía hacer nada.
Tenía vividos recuerdos de sus manos sobre mí, en cómo me tomaba, de la sonrisa satisfecha en su rostro mientras me humillaba. Mientras encontraba placer en mis lágrimas. Disfrutando de su capacidad para ejercer control sobre mí.
Su rostro era solo un borrón ya, pero no era necesario verlo para saber de quién se trataba. Un demonio disfrazado de ángel.
Experimente una profunda sensación de soledad. Como si estuviera abandonada en medio de la nada. Me rodeaba un oscuro abismo de desolación, convencida de que nadie realmente me quería.
Era como si estuviera sumergida en arenas movedizas de desesperación y tristeza, luchando por salir, pero hundiéndome con cada intento.
No podía encontrar alivio en nada, en nadie, ni siquiera tenía la fuerza para contarles ese secreto.
Si la gente que amaba me había dado la espalda, ¿Sería diferente con alguien ajeno? ¿Con Rayna por ejemplo? ¿O con Ansel?
En verdad deseaba que fuera diferente.
Pero podía recordar como mi hermana tuvo la oportunidad de intervenir para ayudarme, y no lo hizo. En como mi madre pudo haberme abrazado y consolado por algo que no había sido mi culpa, pero solo recibí regaños por su parte, recibí una paliza por hacer cosas inapropiadas.
Con cada recuerdo que recuperaba, ese muro que construí durante tantos años comenzaba a desmoronarse. Sin embargo, carecía de la certeza de afirmar si eran recuerdos propios o concepciones que había forjado en mi mente.
Resultaban tan vividos, tan tangibles, y en ese instante entendí por qué había sentido tanto temor al mencionarlo, al expresarlo... Sabía que no me creerían.
Es falso
No pudo haber ocurrido eso.
Estás inventando.
Tienes talento para imaginar cosas.
Me había forzado con gran determinación a que nadie más me tocaría de nuevo, haciendo todo lo que estaba a mi alcance para asegurarme de ello.
Sentir que la gente te mira es un sentimiento de lo más horrible. Y era mucho peor si alguien te miraba como un objeto de sus deseos más carnales.
Me convencí de que cubriendo mi cuerpo sería difícil que alguien se fijará en él. Pero era algo estúpido. Porque ni siquiera se habían detenido por mi pequeña edad, mucho menos se fijaron en el tipo de ropa que llevaba puesto.
Poco fui consciente de cómo esto influyó en mis habilidades sociales.
Mi dificultad para entablar charlas, mi aversión por el contacto físico con los demás, y mi preferencia por los saludos de mano habían sido moldeados de alguna forma por eso.
Incluso en las relaciones cercanas, como las pequeñas conexiones idílicas, el contacto físico me abrumaba; el sostener sus manos resultaba demasiado para mí.
Pero estuve dispuesta a realizar ese cambio, una transición que marcaría el antes y el después. Aun cuando el motivo para realizar ese cambio no me viese como quisiera.
Me enfrenté al desafío de superar mi trauma sobre el contacto físico, a eliminar ese recuerdo de mi mente por completo. Pero en ese momento; ante su resurgimiento, me sentí impotente y vulnerable.
Las palabras se atascaban en mi garganta, al igual que el aire en mis pulmones. Mis sollozos apenas eran burbujas que ascendían a la superficie en las aguas profundas de la depresión, mientras que el peso de mis pensamientos me arrastraba cada vez más hacia el fondo.
Peleé conmigo misma por días, por tratar de sentirme mejor, de convencerme de que estaba bien, que me sentía bien. Pero era difícil y más que difícil, era complicado.
Sin embargo, seguía añorando el mínimo contacto con Ansel, y el que fuera él se sentía correcto. Quizá porque eran mis sentimientos los que deseaba, y no producto de algo forzado.
Me mantuve en ese tira y afloja por esforzarme, porque me viese más que solo una amiga, por demostrarme a mí misma que si podía tener control con respecto a lo que quería y como lo quería.
Pero solo me estaba mintiendo a mí misma. Jamás conseguí nada. Y me di por vencida porque para obtener más tenía que probarme que, aunque no fuese él, si no era él estaba bien.
Fue así que, tras organizar una pequeña reunión en mi casa por el Día de Muertos, invité a unos cuantos amigos del grupo de años pasados.
Ese día Rayna no había podido asistir debido a un compromiso familiar. Sin embargo, un amigo con el cual estuve un tiempo sin tener contacto pudo asistir. Era uno de los pocos amigos que había logrado hacer durante mi primer año.
Aiden, siempre tan alegre y carismático. Me sacaba una cabeza de altura y era tan delgado que podía tocar mis codos en un fuerte abrazo.
Sus cabellos negros los mantenía largos, peinado a un lado con un toque despreocupado. Su piel tenía una palidez única, en tonalidades casi amarillentas.
Cada uno de sus movimientos revelaba una ligereza y agilidad sorprendentes. Poseía una fragilidad en su aspecto, pero en realidad contaba con una fortaleza más allá de lo que su apariencia sugería.
Al inicio, creí que podría existir la posibilidad de que tuviéramos una relación amorosa, pero con el tiempo, una sólida amistad floreció entre nosotros, y lo acogí con alegría.
Durante nuestros días de éxito, no nos separábamos. Nuestra cercanía era innegable, al punto que los profesores incluso bromeaban diciéndonos que éramos hermanos y, de hecho, así lo sentía.