Completa Extraña

Capítulo 8

Una parte de mí experimentaba una satisfacción por el pequeño progreso que había logrado, aunque en realidad no se había producido ningún cambio significativo. Solo estaba poniendo un curita en una herida que necesitaba sutura.

Persistía en mí el mismo patrón que había seguido desde el principio, cuando creía que causándome dolor experimentaba bienestar, cuando en realidad ocurría todo lo contrario.

Esta acción solo resultó ser otra manera de auto engañarme.

Cuando terminé con la relación fraudulenta que tenía con Ryan, tuve la necesidad de querer confirmar que no había recaído; conseguir que alguien más me tocara.

Y qué mejor opción que una ex pareja, alguien que en el pasado me afectó de diversas maneras.

En realidad, nuestra relación era bastante compleja. Siempre encontré a Gabriel, una persona intrigante, casi nunca estaba en casa en fines de semana o festivos, era muy aplicado con sus deberes y ponía como prioridad la escuela.

No era algo malo, en realidad era lo que me hacía admirarlo.

Me hacía ver mis fallos y valoraba mucho su esfuerzo en cada cosa que hacía.

Vivía a un par de casas de la mía, al igual que otro grupo de chicos de la misma calle, con quienes solía salir a jugar fútbol.

Aunque en realidad me resultaba molesto ese deporte, porque no me desenvolvía muy bien en él, siempre que lo proponían en la escuela lo evitaba a toda costa.

No obstante, acostumbraba a observarlos a través de la ventana mientras se reían, alzaban la voz y jugaban.

Hubo un tiempo en el que me uní a su grupo, pasamos grandes momentos, me divertía sin duda alguna, pues era una forma de escapar de mi confinamiento en mi casa, en mi mente.

Dentro de ese grupo de amigos había dos chicos que llamaban mi atención, pero ninguno como Gabriel. Si bien no era atractivo, todas sus cualidades y habilidades me hacían gustar y eso lo convertía en un buen partido.

Eso hasta que descubrí la horrible persona que era, puesto que a veces nos negamos a ver las cosas negativas de las personas. Nos convencemos de que es la mejor del mundo, aunque en realidad no lo sea.

El día que comenzamos a salir estaba lloviendo a cántaros.

Él, junto con otro de los chicos, Dylan, y yo, nos resguardamos bajo un árbol para hablar mientras esperábamos que la lluvia se calmará. Porque ninguno tenía la intención de entrar a sus respectivas casas.

Apretujados, hombro con hombro entre los tres, fue Dylan quien por fin rompió el silencio.

Era un chico de rostro pleno y delicado, ligeramente más alto que yo, de cabello negro que enmarcaba su rostro y sus ojos semi rasgados que siempre irradiaban curiosidad y una alegría auténtica.

Miró a Gabriel por un par de segundos y ambos intercambiaron una serie de gestos para comunicarse, en los cuales parecía estar incluida en la silenciosa charla.

Permanecieron en silencio durante un rato, hasta que finalmente Dylan tomó la iniciativa, retorciendo un poco sus dedos con nerviosismo:

—Amaris, lo hemos pensado por un tiempo. Y es que Gabriel y yo te queremos preguntar algo —dijo intentando no hacer contacto visual conmigo—. Nos gustas desde hace un tiempo, pero hemos decidido preguntarte a quién de los dos eliges.

Sus ojos conectaron con los míos, con un atisbo de esperanza que debió romperme el corazón.

Sin embargo, en ese momento ya tenía la respuesta.

No pase un solo día después de aquella decisión, en el cual no dejaba de pensar en que hubiese sido de mí si tan solo lo hubiese escogido a él en lugar de a Gabriel.

Dylan era muy divertido y animado, tenía eso a su favor, pero yo ya tenía mi elección mucho antes de que él llegara a vivir en ese sitio. Mucho antes de que su actitud tan suave y relajada me envolviera con frescura.

Los observé a ambos, pasando de uno a otro como si me pensara la respuesta.

—Gabriel —contesté en un susurro.

Dylan asintió, satisfecho, por haber llegado hasta donde lo hizo. Se quedó en silencio como si estuviera sopesando sus opciones, dejó escapar un bufido de resignación.

No se enfadó, todo lo contrario, lo tomó de buena forma, sonriendo y haciendo un chiste rancio.

Aunque si lo pensaba bien, quizá estaba herido, por no elegirlo, posiblemente se hubiera preguntado qué estaba mal en él, que tenía Gabriel y Dylan no. Mientras trataba de ocultar su desilusión, fingiendo que no estaba mal por el rechazo.

Gabriel, por otra parte, me miró muy quieto. Sus ojos llenos de incredulidad puestos en mí, su rostro se iluminó con una sonrisa burlona, de triunfo.

—¿Ah, sí? —fue lo primero que dijo después de un largo silencio incómodo.

Asentí.

—Bueno, la lluvia ya paró —interrumpió Dylan —. Siento que sobro aquí. Que descansen.

Se levantó del suelo donde nos habíamos tendido para descansar. Se despidió con un gesto de mano mientras corría por la llovizna hasta su casa.

Nos habíamos quedado en silencio un momento hasta que él quiso tomar mi mano, pero ese chispazo inesperado me hizo alejarme del contacto de golpe.

Él asintió como si lo comprendiera. Interpretando que quizá era muy pronto para mostrar ese tipo de actitudes cariñosas.

—Realmente no pensé que me eligieras a mí —rompió el silencio.

—¿Por qué no?

Escudriñe su rostro, en búsqueda de alguna debilidad cursi y poder decir que era tierno.

—Pensé que te gustaba Dylan. —Solté una carcajada ante ello, lo cual le tomó desprevenido—. Bueno, veo que me equivoqué.

Se acercó más, haciendo que su rodilla se encontrara suavemente con la mía.

Apenas ese pequeño simple gesto me erizo la piel, mi corazón dio un vuelco acorralado entre la sorpresa y la alegría.

—Ya ha parado la lluvia —murmuré mientras me ponía de pie de un brinco—. ¿Quieres caminar un momento?

Nuestra relación se limitó a solo eso: toques de mano, un abrazo ligero y poco más. Sin embargo, fue en ese punto que las cosas comenzaron a tomar un giro extraño.




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