Completa Extraña

Capítulo 9

Tomé la decisión de hablar con Gabriel. Se había vuelto una persona persistente, buscando lograr lo que en su momento no había podido. Y ahí estaba yo, lista para dárselo, porque era una imbécil.

Desde el momento en que consideré encontrarme con él, supe que era una mala idea. Una parte de mí quería hacerlo sufrir, aunque ese sentimiento no pareciera propio de él.

En ese instante, quien estaba sufriendo era yo, lamentando mi decisión precipitada.

Aunque, para ser sincera, no me sorprendió que pidiera o aceptara algo de esa magnitud, dado que mantenía una relación perfecta con alguna joven que seguramente estaba ilusionada por todas sus promesas vacías.

Además, recordaba que él mismo había hablado con mi amiga mientras aún manteníamos nuestra relación.

Cuando nuestra relación terminó, Alyn y Gabriel empezaron a salir. Ella solía hablar de lo feliz que era, lo cómoda que él la hacía sentir y la atención que le prestaba. Sin embargo, esa felicidad que tanto proclamaba no perduró mucho. Gabriel repitió con ella el mismo patrón que había tenido conmigo.

Debo admitir que sentí cierta satisfacción al verla mal, triste y llorando, cuestionándose por qué él le había hecho eso.

Había intentado advertirle sobre cómo era él, su personalidad nefasta y las señales evidentes que había. A pesar de ello, ella se negó a escucharme, considerando mis palabras como celos o envidia de su felicidad junto a él, a pesar de que solo quería su bienestar.

Ante su negativa, opté por retirarme y escuchar sus palabras llenas de cariño y complicidad.

En efecto, presencié sus muestras de cariño: besos, abrazos, cartas, flores y otros detalles. Lo interpreté como si él me estuviera diciendo:

“Esto pudo haber sido contigo, pero no permitiste que sucediera”

No fue hasta que ella llegó llorando a contarme lo que le había pasado.

Te lo advertí.

Era una palabra cruel de pronunciar, ya que no comprendemos las advertencias de los demás hasta que estamos hundidos hasta el cuello de mierda, es entonces cuando entendemos todas y cada una de ellas, para decir:

Tenías razón.

Y decir esa palabra duele más que toda la mierda con la que te ahogabas, porque significa reconocer que estábamos equivocados y eso hiere nuestro ego.

En ese momento, me encontraba frente a él, sintiendo una mezcla de malestar y enojo.

Había citado a Gabriel a un par de calles de mi casa, me molestaba que hubiera acudido tan rápidamente a mi llamado.

Estaba enfadada por cómo los chicos de esa edad podían ser tan arrogantes solo porque podían. Me carcomía la rabia porque, si una chica actuaba de la misma manera, era etiquetada como puta. Sin embargo, si era un chico, ellos eran aclamados.

«¡Imbéciles!»

Seguramente, para muchos chicos, la secundaria fue su mejor etapa; una época de adolescencia con sus hormonas revoloteando. En ese entonces, quizás eran un tanto inmaduros, disfrutando de jugar con los sentimientos de los demás solo por la calentura que se cargaban.

Es curioso como con el tiempo algunos de esos mismos chicos pueden molestarse si se les engañan en la adultez.

Personalmente, lo veo como una especie de Karma.

«Karma bendito para los malditos.»

Pero volviendo a la situación que me llevó a ese momento. Con el imbécil frente a mí, con una sonrisa de satisfacción en su rostro, como si hubiera ganado. Y sí, posiblemente yo le estaba dando lo que él había estado buscando. Posiblemente, hubiera sido mejor que jamás lo hubiera citado.

Pero a situaciones desesperadas, medidas desesperadas.

A pesar de mi deseo de mejorar mis habilidades en el contacto físico, estaba dispuesta a darle lo que ese bastardo había suplicado que le diera hace unos años.

—Me sorprendió tu mensaje —dijo mientras me veía llegar al lugar de nuestra cita. Se cruzó de brazos como si estuviera esperando una explicación—. ¿Y bien? ¿Por qué estamos aquí?

No respondí. En lugar de eso, me acerqué con cautela, escondiéndome tras un par de árboles bajos y descuidados de la calle, al igual que él. Ambos parecíamos tener miedo de que nos vieran juntos, temiendo los comentarios que podrían surgir de nosotros.

Observándolo de pie allí, con su cabello corto peinado hacia arriba como un puercoespín, vestido con ropas en una combinación un tanto extraña.

Llevaba una camisa de mangas largas en tono azul pálido, unos vaqueros de mezclilla ajustados sujetos con un cinturón de cuero con una hebilla grande, y unos mocasines que se veían fuera de lugar. Era como si estuviera tratando de imitar la apariencia de un vaquero, en un intento bastante ridículo.

Mantuve las ganas de reír bajo control.

Retome mis pensamientos que se habían dispersado mientras analizaba la situación. ¿Realmente quería hacerlo? No me sentía obligada, pero era consciente de que esa decisión me perseguiría por siempre.

Sopesando mis mejores opciones, simplemente hice lo mismo que había hecho con Ryan. Sujeté su rostro con ambas manos y le di un beso, un simple roce que él luego devolvió.

Ambos compartimos un beso sin pasión ni interés real, quizá más por mi parte que por la suya. Sus manos curiosas rodearon mi cintura, apretando contra él. De inmediato me aparté, soltando una risa nerviosa y retrocediendo un paso, aumentando la distancia entre nosotros.

—Simplemente, quería hacerlo —respondí con tono burlón, anticipando una pregunta que podía ver que se formaba en su rostro—. Ya no soy la misma de antes.

—Eso veo —dijo secamente.

Fruncí el ceño, decidí ignorar su comentario.

—De todos modos, solo quería probar.

—¿Y qué tal? —Se rio.

—He tenido mejores.

Su sonrisa burlona desapareció de su rostro, dando paso a una mirada más siniestra, más hacia el verdadero Gabriel.

—¿Ah, sí? —Cortó la distancia que mantuve entre ambos para susurrar a escasos centímetros de mi cara—: Déjame arreglarlo.




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