Pasar tiempo con Tamara, resultó no ser del todo desagradable como pensé. Si bien me seguía molestado su actitud de tímida incompetente, podía simpatizar con ella en muchas otras cuestiones.
Comencé a darle el beneficio de la duda, abriéndome lentamente con ella; hablar de temas específicos e incluso bromear. Dejé que poco a poco me guiara fuera de mi zona de confort que tenía con los chicos.
Me acostumbré a pasar solo tiempo con ellos y convivir con ella se había vuelto no solo fastidioso por su forma de ser, sino también, porque me fastidiaba con hacer cosas de chicas.
Lo que descubrí, era un mundo totalmente diferente, no solo por el hecho de que eran más delicadas. Lo que hasta cierto punto era preocupante.
Era una chica que de belleza y moda no sabía nada, aparentemente vivía bajo alguna roca.
Rayna siempre había encajado perfecto con mi personalidad, era algo que amaba, porque no esperaba nada de mí, cómo combinar algún conjunto con el gloss cereza que acababa de comprar.
Me acostumbré tanto a ella que el enfrentarme a otra chica se volvió una tarea difícil. Un comentario fuera de lugar podía herirlas.
Me estaba volviendo loca junto a Belle y Tamara. Las mejillas me ardían de sonreír pacientemente ante sus ocurrencias.
—Solo es un labial —me quejé, era la tercera vez que Belle chillaba por haber perdido su estúpido lápiz labial.
La chica se giró en mi dirección, con los brazos en jarra y dando golpecitos con la punta del pie, al suelo.
Llevaba el cabello atado con una pinza en forma de mariposa, se había quitado el saco de la escuela, quedándose solo con la blusa blanca y el corbatín azul. La falda la había recortado hasta arriba de la rodilla, lo que me incomodaba muchísimo.
Batió sus pestañas en mi dirección, consternada, cubiertas por una masilla negra que me provocaba asco.
«¿No le pesarán?»
—No es un labial cualquiera. Era una edición limitada que estuve esperando mucho para adquirir.
—Pero se parece a ese otro qué llevas ahí. —Señale una de sus manos, en la cual apretaba con fuerza, uno idéntico al que perdió.
Abrió la boca con asombro, llevándose una mano al pecho, dolida por mis palabras.
—¿Cómo puedes decir eso? ¡Son tonos completamente diferentes!
—Ya basta, chicas —intervino Tamara, después de atar su cabello en una pequeña coleta, algunos de estos caían por su rostro por lo pequeños que eran. Su piel había enrojecido como un tomate debido al calor sofocante—. No creo que pelear por ello sea necesario.
—Nadie está peleando —solté, porque realmente no era una pelea.
Belle hizo un puchero que hizo que sus mejillas se le vieran más regordetas.
—¡Tamara! —chillo, extendiendo sus brazos en su dirección. Ella le correspondió el abrazo y la consoló.
Algo dentro de mí me provocó cierta envidia. En lo más profundo de mi ser también quería ser consolada, abrazada por alguien. Que me demostrarán ese tipo de afecto.
Me giré en dirección a Omar, quien estaba esperando pacientemente a las tres chicas que se habían detenido en el camino.
Enterré mi rostro en su pecho. Al principio se había sorprendido, pero no dijo nada mientras me envolvía en sus brazos. En la cálida protección de su gran cuerpo.
Un miedo interno que tenía se disipó al sentir tan bien ese gesto. No era lo que estaba buscando, tampoco lo había pensado muy bien. Me había dejado llevar por impulso, por esa amargura de los celos.
Odiaba sentirme vulnerable, ser yo quien sintiera cosas desagradables, cuando era más fácil reír del dolor ajeno. Tratar de averiguar o de empatizar con las personas, como Tamara; independientemente de si sufriera, lloraba o se ponía triste. Resultaba una tarea complicada.
Ni siquiera podía darle un abrazo, aún me costaba tener acercamientos de ese tipo; fuera de Omar, que era con quien más cómoda me sentía.
Posiblemente, se debía a qué seguía teniendo una pizca de desconfianza, las mujeres a mi alrededor no me habían tratado tan bien, lo que me hacía desquitarme con cualquiera que me generara sospechas, era mi intuición la que me decía a gritos que no, o simplemente estaba siendo paranoica.
Durante un par de meses, nuestra rutina era la misma. Y aunque no tenía quejas en absoluto, no podía evitar pensar que estaba haciendo algo mal.
Que todo fluyera tan bien se sentía tan incorrecto, incómodo, sospechoso.
Las pláticas con Omar me habían mantenido cuerda, Frank me daba esa dosis de tristeza que necesitaba, para recordarme que no siempre la vida era estar bien.
A veces no podía identificar quién de los dos estaba peor. Pero apostaría a qué Frank, pero era bueno haciéndose el tonto.
Gus mantenía el equilibrio, neutral ante los insultos y bromas. David me animaba cada que podía, ayudándome en todo lo que necesitaba, premiándome cuando hacía bien las cosas por mí misma, como si de un cachorro se tratara. Y Jonh...
Oh, John.
Había estado actuando de manera extraña por un tiempo. Incluso había ocasiones en las que pasaba de acompañarnos.
A nadie parecía interesarle porque había más cosas por las cuales pensar en ese momento, proyectos y exámenes de fin de parcial. Pero había algo en su conducta que me hacía sospechar de sus intenciones.
Me encontraba sentada leyendo, un romance erótico con un toque de misterio. Ese libro me había hecho cuestionarme si realmente existía el hombre perfecto.
«¿Cómo sería mi ideal?»Me pregunté mientras miraba la nada al frente.
Sin duda tenía que ser alguien amable conmigo, que me eligiera siempre ante cualquier chica (miedo que me implantó Alyn y Gabriel), que tuviera paciencia ante mis miedos, y que me consolara cuando lo necesitase.
Una sombra se proyectó sobre mí, provocándome un vuelco al corazón.
La mirada oscura de John estaba fija en mí. Así como la primera vez que me habló.
Frunció el ceño ligeramente, como si estuviera repasando mentalmente algo.