Durante las últimas clases el ajetreo dentro del salón se intensificó mientras más cercana estaba la hora de salida.
Aunque esas horas solían ser materias de la carrera y, por ende, las más relajadas y con poca supervisión. Todos hacían de todo menos el trabajo, debido a que eran revisados en la clase siguiente. Por lo cual lo tomábamos con tranquilidad, pues no había presión por la entrega inmediata, muchos pasaban el rato en sus celulares, platicando o jugando.
Solía ocupar esas clases para ponerme al corriente con mis lecturas, pero casi siempre me veía envuelta por el caos, observando aquí y allá como interactuaban todos, tratando de imaginar que era lo que pasaba por sus cabezas o en su defecto, entablando conversación con alguno de los chicos, siempre que fuera un tema de mi interés.
—¿Por qué lo haces?
Mire por el rabillo del ojo en dirección hacia la conversación que se estaba teniendo una banca atrás, entre Gus y Frank.
El cuerpo robusto de Gus cubría lo que fuese que le había llamado la atención de Frank, quien negaba con nerviosismo dejando escapar una ligera risita. Gus tiro de Frank del brazo empujando mi banca accidentalmente con su cadera, permitiéndome fisgonear adecuadamente, poniendo como pretexto el golpe.
El chico dejó de insistir, empujando de vuelta su brazo. Frank se apresuró a cubrirlo con las mangas de su sudadera solo un segundo más tarde para evitar que yo las viera. Sus ojos se toparon con los míos y pude ver la vergüenza creciendo en su rostro.
—Por lo general me da igual lo que hagan, pero sé que eso no es correcto y deberías dejar de hacerlo —soltó con evidente enfado, para después tomar sus cosas y cambiarse de lugar a una banca junto a otro grupito de chicos.
No necesitaba tener el contexto completo de su discusión cuando era muy evidente. Solo hacía falta sumar dos más dos y dar con la respuesta.
Continúe observando su brazo como si me diera las respuestas que buscaba, Frank incómodo bajo mi escrutinio tiro más de la manga como si pudiera cubrirlo en mi mente.
Se veía bastante enfadado y quizá no era para menos, dado que alguien había descubierto su secreto, que muy probablemente pensaba llevarse a la tumba. Y no lo culpaba, debía ser algo íntimo, de alguna forma se debía sentir profanado, incluso podría ser que se sintiera juzgado.
Pero yo era la menos indicada para ello, no lo hice porque sería demasiado hipócrita de mi parte y odiaba las mentiras, las falsedades, a pesar de que yo misma me encontraba envuelta en una.
No podía evitar sentirme un poco culpable por no haber sido lo bastante observadora para darme cuenta de las señales. Frank había estado un poco desanimado esos últimos días, se había encerrado en su propia mente, alejándose de nosotros. Pasaba su rato libre escuchando música y haciendo garabatos en su cuaderno.
Las señales eran tan obvias, siempre lo son, pero preferimos pasarlas por alto, porque es algo que no nos concierne, algo que no nos importa. Sin embargo, si se pudiera hablar con alguien sin temor a que te juzgue, habría menos personas deprimidas que tengan que superarlo solas.
La depresión no tiene género, aunque es mayormente diagnosticada en mujeres, es verdad que cualquiera puede padecerla.
A pesar de ello, los hombres pueden ser vulnerables ante ello, dado que la sociedad los presiona. Un hombre debe ser fuerte, no debe mostrar vulnerabilidad, lo que dificulta que busquen apoyo o hablen de sus problemas emocionales, justificándolo con un “Soy hombre”, como si aquello fuera razón suficiente para no padecer dicha enfermedad.
Y es que generalmente se engañan a sí mismos, debido a que los síntomas se pueden manifestar de diferentes maneras en los hombres, puede ser a través de comportamientos de riesgo, abuso de sustancias o ira, en lugar de tristeza o desesperación.
Pero no importa el género, está bien sentirte mal. Entender que no eres menos que otros, que puedes equivocarte y no pasa nada, está bien no estar bien.
No importa lo que la gente allá afuera diga, ellos no han pasado por lo que has pasado. Tu dolor es válido, tus sentimientos son válidos, no los menosprecies.
No todos tenemos que pasar por lo mismo para que sea justificado.
¿Otras personas sufren más que tú? Puede ser, pero no por eso significa que lo que estás sufriendo carece de importancia.
Es difícil llevarlo en marcha, pero poco a poco vas sanando esas heridas.
Durante el poco tiempo que llevaba junto a Frank, había notado esa extraña nostalgia que parecía desprender. Un aura tan familiar que no pude evitar estar cerca como un satélite solo por si acaso, porque odiaba ver a la gente sufrir sola, como lo estaba yo.
Y sin embargo había fracasado estrepitosamente.
Entendía lo que le llevó a ello, no exactamente la situación, pero esa sensación pesada, abrumadora y un constante sentimiento de no pertenencia podía obligarme hacer cosas que, si bien no me gustaban, mi cerebro aceptaba.
Había descubierto que era más fácil callar la mente del dolor emocional, con un poco de dolor físico.
Dejé escapar un largo suspiro antes de girarme en su dirección, confrontarlo de una vez.
Tenía que llegar a él de alguna u otra forma, y siendo brusca, exigiendo respuestas no sería el camino correcto.
Tamborileé mi rodilla con los dedos, nerviosa por revelar algo que, como él, pensaba llevarme a la tumba. No me iba a juzgar por ello ¿o sí?, aquello sería realmente hipócrita de su parte, me haría enfadar mucho y posteriormente, quizá me reiría de lo ridícula que era la situación.
Me tomé mi tiempo, con amplias bocanadas antes de enfrentarme a su ceño fruncido en mi dirección.
—¿No se calla verdad? —pregunté casi en un susurro.
Sacó un bolígrafo de su lapicera y se concentró en garabatear una especie de cráneo que debía estar haciendo antes de la llegada de Gus.
Realmente eran impresionantes sus habilidades, aprendía rápido y sin problemas. El único detalle era que se dejaba llevar por los comentarios negativos de la gente.