Tras aquel suceso, me alegré bastante que nadie hiciera preguntas al respecto, porque de lo contrario no hubiese tenido idea de que responder.
No sentía correcto ir por ahí contándoles a todos lo insignificante que era y lo mal que me sentía.
Lo que sí cambió, por lo menos un poco, fue la manera en la que me miraba Mina. No eran miradas de pena o compasión, sino de una preocupación genuina.
Me lanzaba miradas severas y apretaba con fuerza la mandíbula cuando sacaba algún tema depresivo.
Supongo que estaba comenzando a atar cabos y le resultaba increíble, como no se había dado cuenta antes, cosas que pasó por alto. Sin comprender el verdadero trasfondo de aquellos pensamientos vagos.
Pero jamás dijo nada, y no hacía falta, ya que comenzaba a conocerla mejor, la manera de expresarse y la forma en la que lanzaba miradas eran suficientes para descifrar el rumbo de sus pensamientos.
Los días fueron pasando y de algún modo, Adrián comenzó a colarse en nuestro círculo íntimo.
Después de descubrir que le gustaba, resultó ser que en realidad era un chico demasiado divertido. Fuera de sus chistes malos que luego decía.
Mina tenía una extraña relación con Erwin.
Ambos se insultaban cada vez que se veían, como perros y gatos, pero no era porque se odiaran, simplemente su amistad funcionaba así.
De igual manera, cada que me topaba con la mirada de Erwin, negaba y susurraba algo como:
“Eres la mamada Amaris”
Aparentemente, después de la pelea de Clara conla espárragose había dado a la tarea de investigar la palabra con la que le llamé. Dando como resultado que me tomara como la más degenerada del mundo.
Lo cual de algún modo me daba gracia.
Su presencia dejó de resultar una molestia, dado que era el mejor amigo de Adrián y ese chico sí que me agradaba un montón.
Sin embargo, seguimos manteniendo esa distancia.
No era mi amigo y yo no era su amiga.
Mientras tratábamos de hacer luces y sombras de un bodegón, Adrián acercó su banca a nuestro círculo, sin excluir por completo el suyo.
—Chicas, después de esta clase ya no tendremos las últimas dos horas.
—Debes ser un verdadero genio —le reprendió Mina.
—Solo digo que, ya que la profesora no vendrá, podemos pasar el rato en el parque de la entrada.
Mina soltó su carboncillo y lo fulminó con la mirada.
—¿Cuál es el plan, genio?
Adrián sonrió.
—Cariño, sé que te mueve el alcohol, ¿No te gustaría beber un poco?
El rostro de mina se suavizó un poco, mostrando su hoyuelo derecho.
—Adrián —cantó con dulzura alargando las vocales—. Sí que eres un genio después de todo.
Tras su elogio, levantó la cabeza en victoria, inflando un poco el pecho.
—Oigan, ¿pero qué no es ilegal? —susurro Rena.
Todos la voltearon a ver, provocando que se encogiera en su lugar.
—No estás obligada a ir —expresó Adrián.
—Genial, en ese caso pásenla bien muchachos —dijo con más tranquilidad y volvió a su boceto.
—Entonces... ¿Qué dicen?
Treinta minutos después, todos nos encontrábamos ocupando una palapa en el parque donde Clara había dado un espectáculo.
Dejamos las mochilas en un montón sobre la mesa mientras cada uno tomaba asiento alrededor de esta.
Adrián sacó algo de su mochila mientras alguien sacó el tema de aquella épica pelea, agradeciendo quela espárragoya no estuviera y no fuera un incordio para el grupo.
—¿Quién viene a los columpios conmigo? —incitó Tamara.
—¡Oh, yo voy! Desde que los vi me quiero subir —dijo Claro con emoción.
Al ver que se marchaban juntas, una punzada de celos me atravesó.
No me caía nada bien saber que las dos pasaban más tiempo juntas, y bueno, eso no tendría por qué causar conflicto, pero estaba aprendiendo a sobrellevar mis inseguridades.
En mi mente me estaban aislando y eso no me agradaba en absoluto.
—Yo también voy —solté bruscamente mientras me ponía de pie de golpe.
Caminé junto a Clara, con la constante necesidad de tomar su mano, pero me abstuve. En su lugar corrí al columpio disponible.
Comenzamos a balancearnos con suavidad hasta ir aumentando la velocidad y la altura. Estaba comenzando a resultar vertiginoso y eso me hacía reír a carcajadas.
Tamara soltaba chillidos mientras gritaba que le dolía el estómago, y Clara gritaba que nos meciéramos más fuerte.
—Hay que saltar —sugirió Tamara entre risas.
—¡No manches! ¡No! No creo poder —chillo Clara cuando su trasero se despegaba del asiento en la altura.
—Hay que hacerlo a la cuenta de tres —les dije, incitándolas a saltar tal y como propuso Tamara.
Así que las tres nos balanceamos con más y más fuerza para comenzar a contar.
—¡Una! —grito Tamara.
—¡Dos! —continuó Clara.
Ahora solo quedaba mi conteo para salir disparadas, espere el momento adecuado. Con las piernas listas para caer.
—¡Tres! — grité.
Las tres saltamos al mismo tiempo, con un grito ahogado. Solo para caer como sacos sobre el pasto, donde nos retorcemos de dolor.
Una punzada atacó mi coxis que subió por toda mi columna. Clara rodó por el pasto hasta mi costado y Tamara hizo lo mismo.
Las tres quedamos boca arriba, aullando de dolor, quejándonos sobre nuestras posibles heridas y cinturones.
Ahí tumbadas observé a cada una como reían a carcajadas y no pude evitar reír con ellas, siendo así Clara el centro de mi atención.
Cuando no actuaba como una chica tierna o tonta, siendo más libre y abierta como en ese momento. Espontánea, aguerrida, tan viva y alegre.
Lo cual me llevaba a pensar en que lo pudo haberla llevado a ser la persona que era. Quizá fuesen los traumas que pasó, las situaciones que vivió, lo que la había obligado a esconderse tras esa personalidad de chica frágil.
Y aunque sus dos facetas chocarán la una de la otra, no me podía ver ni eligiéndola a ella por completo.