El sol apenas se abría paso entre las nubes, la mañana había sido demasiado caótica. Estábamos en la época del año donde los cursos terminaban, nos daban calificaciones y esperábamos las vacaciones. Pero para ello teníamos que hacer el aseo del salón. Pintar las bancas, las paredes, limpiar suelos y ventanas para dejarlo presentable, para remendar cualquier daño que se hubiese podido ocasionar durante nuestros seis meses de estancia en esa aula.
Me quedé recargada sobre la barandilla para mirar el caos de toda la escuela, todos los grupos estaban concentrados en sus faenas. Los pupitres de la mayoría estaban apilados en los pasillos, y solo algunos dentro de las aulas o esparcidos por el patio para pintarlas. Había optado por quedarme afuera porque en nuestro grupo aún seguían pintando, y el olor a thiner me mareaba horrores.
Continue mirando a todos reír, cantar, gritar, jugar. Algo llamó mi atención en la planta baja. Tamara hacía solo un par de segundos estaba arriba conmigo, hasta que decidió ir a buscar algo mientras yo me quedaba a llenar mis pulmones de aire fresco.
Fruncí el ceño cuando vi a dónde se dirigía, el sanitario de chicas del edificio de enfrente. No había nada raro en ello, pero en la puerta de este estaba ella. La chica regordeta de cabello rizado y lentes.
Dera.
Cuando Belle se fue la paz reinó por un tiempo hasta que ella tomó su lugar. La reina del drama, siempre de castrosa, insoportable. Y aunque en muchas ocasiones tuve que compartir el mismo espacio con ella, seguía sin caerme bien. Ella lo sabía, nunca traté de ocultarlo y si le llegaba a dirigir la palabra era porque Clara era muy allegada a ella, sin mencionar a Tamara.
Odiaba que ellas dos estuvieran juntas. Podía controlar a una a la vez pero a ambas, era imposible.
Dejé escapar un suspiro, ignorando por completo su existencia hasta que mi mirada se posó al final del pasillo, donde apareció Rena, con los ojos vidriosos, el ceño fruncido. Caminaba a toda prisa en mi dirección, ondeando su cabello negro con cada paso apresurado que daba.
—¡Hey! —Traté de saludarla, apartándome de la barandilla y abriendo los brazos para estrecharla en un abrazo, como normalmente lo hacía.
Sin embargo no vi aparecer una sonrisa y mientras más cerca estaba de mí, podía notar bien su mirada.
Estaba llorando.
Se estampo conmigo con fuerza, haciéndome retroceder un paso para evitar perder el equilibrio.
—¿Hey? —La estreché en mis brazos, pasando mi mano por su espalda para tratar de consolarla de lo que sea que le hubiese pasado.
Rena siempre fue una chica dulce, carismática y risueña. Tan pura e inocente, y la única vez que la había visto llorar fue cuando le robaron el celular en el salón.
Ese día fue difícil, ella lloraba a mares mientras les suplicaba al resto del grupo que por favor le dieran su celular que con tanto trabajo sus padres se lo habían regalado.
Dioses, realmente comprendía su sentir. Trabajar duro para obtener algo y que a alguien se le hiciera fácil solo quitárselo. Desafortunadamente, el culpable nunca apareció. Todos la consolamos y hasta nos ofrecimos a cooperar para un nuevo celular, pero ella se negó.
Ahora, justo en mis brazos, estaba llorando de nuevo, tratando de articular palabras. La alejé un poco para limpiar su rostro.
—¿Qué sucede? —pregunté en voz baja para no atraer miradas. Aunque no haría mucho por no llamar la atención, puesto que ella lloraba.
Limpió su cara con el dorso de su mano, entonces su rostro se transformó de una tristeza incontrolable a una furia que ardía intensamente.
—Ella lo tiene.
—¿Qué?
—Mi teléfono—dejó escapar un aullido de una mezcla entre el enfado y la tristeza—Ella tiene mi maldito teléfono—alcé las cejas ante su repentina expresión, realmente quería hacer un comentario estupido respecto a su mala palabra, pero no era el momento. Cepille su cabello tratando de atar cabos.
Miré sus profundos ojos marrones que hacían juego con su hermosa piel morena. Estaba haciendo hasta lo imposible por controlar su llanto y poder hablarme más tranquila.
—¿Quién tiene tu teléfono? —pregunté tranquilamente.
—Dera—gruñó con rabia.
Sentí como si me hubieran dado un baño con un balde de agua fría. Odiaba desconfiar de las personas por nada, pero casi siempre resultaba que no eran buenas personas. Mi intuición no me había fallado.
—¿Estás segura? —No era que no le creyera, pero quería saber si realmente estaba segura, y yo le creería sin dudar.
—Si, Amaris. Era el mío, lo reconocería en donde fuera, nadie en este salón tenía uno igual. Es ese... Estoy segura. Muy segura.
La rabia comenzó a subir a mi cabeza. Fue como un torbellino que nubló mi juicio.
—¿Le dijiste algo al respecto? —ella negó de nuevo con los ojos llenos de lágrimas.
—En cuanto me di cuenta subí corriendo.
Asentí, mientras me dirigía a las escaleras con Rena a mis espaldas. ¿Qué se supone que iba hacer? ¿Confrontarla? Diablos, era imprudente pero sabía que no podría contra ella. No solo me doblaba en volumen, era un poco más alta. Aunque podría tomar eso en ventaja. Pasé la mayor parte de mi infancia peleando con tipos más altos que yo. Podía ser escurridiza cuando me lo proponía, pero tenía que estar llena de euforia indomable para que mi buen juicio no nublara mi adrenalina con sus juicios morales.
Había soportado golpes en bastantes ocasiones, duros puñetazos en mi flacucho cuerpo. Tal vez pondría en práctica todas aquellas enseñanzas de defensa personal.
«Amaris, sé racional.»
Tenía que serlo, no podría contra ella, o quizá si, nunca lo sabría. Pero era una chica, estaba casi segura que lo primero que haría sería sujetar mi cabello o llegar a él de una u otra forma. No era vanidosa pero odiaba que tocaran mis rizos, y más si se trataba de alguien tan repugnante como ella.
Con cada escalón que bajaba, mi ira se fue diluyendo.«Las palabras deberían funcionar, ¿no?»Tal vez estaba siendo cobarde, pero hasta ese momento no había tenido una pelea real, que no fueran mordidas y puñetazos con chicos que me doblaban en volumen y fuerza. En muchas de ellas no salí victoriosa. Pero ayudaban a disminuir mi miedo.