Tras unas semanas bastante tranquilas, las cosas comenzaron a complicarse en cuanto a la relación que tenía con Tamara. Era difícil para mí tratarla con normalidad, por lo cual buscaba cualquier desperfecto en ella para empujarla lejos. Las chicas recogían esas partes rotas y maltrechas de ella para arreglarla, mientras que yo optaba por mirar a otro lado, porque nada me causaba más satisfacción que su dolor.
Quizá la mayor parte de mi odio dirigido hacia ella era su estúpida forma de hablar, así como su forma de comportarse. Tratar de aparentar ser una chica vulnerable e inestable me llevaba a querer ahorcarla. Estaba cansada de que las personas se comportaran de esa forma.
Tan infantil.
Pero estaba casi segura que la otra razón por la cual me caía como piedra en un riñón, era por esa forma de comportarse con Clara. La ira bullía en mi interior cada vez que ella se quejaba y recurría al consuelo de ella. O específicamente, de sus pechos.
«¿Por qué demonios sonríe?»Unas ganas atroces de arrancar su cara de entre sus pechos golpeaban mi sien. Si no era su maldito rostro eran sus manos.
«¿Por qué carajos la está tocando?»
Podía reconocer que tenía un fuerte problema de posesividad con ciertas personas. Odiaba que otras estuvieran en su presencia, pero quizá eso estaba arraigado a mi inseguridad, porque esa persona se terminara por ir con la otra, dejándome de lado.
Y la culpa de eso la tenía esa chica de la primaria. Oh, aún la recordaba. Una pequeña niña de hermoso cabello sedoso lacio, con una sonrisa impecable y cuadro de honor.
Aún podía recordar su rostro cuando alejó a mi amiga de mí, bueno, no era mi amiga si simplemente me abandonó tan fácil.
La había conocido primero, vivíamos relativamente cerca y me agradaba en todos los sentidos. Fue la primera amiga que hice en primero de primaria, después de perder a mi mejor amiga del kinder. Debido a mi fuerte problema para socializar, me había parecido una especie de salvadora, puesto que ya no tenía que estar sola.
Aquella niña, Fernanda, de bonita tes morena, ojos de un cafe muy oscuro, con cabellos negros ondulados, fue la que forjó las bases de lo que consideraría una amistad. Era fuerte, valiente, intrépida, sincera, y sobre todo, leal. Maldita sea, era la persona más leal que jamás había conocido, hasta Rayna.
Probablemente, Rayna me recordaba más de lo que creía a Fernanda. No solo en su aspecto, sino en lo salvajes que podrían volverse. Aún recordaba como aquella niña me defendió de las malas intenciones de otra, gritando y pateando para que no me tocara, mientras yo lloraba sentada en la jardinera. La vez que sostuvo mi cabello mientras vomitaba porque me sentía mal. Cuando se paró de golpe para decir que me estaban acusando de algo que no había cometido. Y lo mejor, cuando sin querer encontramos un agujero en la cerca de la escuela, por donde salimos y caminamos al pequeño mercadito de enfrente.
Gracias a esto último la maestra y mi propia madre comenzaron a pensar que era mala influencia para mí. Pase de ser la niña que no hablaba, a la que hablaba hasta por los codos debido a ella. Siempre le estuve agradecida.
Sin embargo, pase de ella a una clase de escoria que me abandonó a la primera oportunidad que se le puso en el camino.¿Por un par de dulces?Dioses, que decepción. Aunque, claro, éramos niñas. Pero eso tuvo tantas consecuencias negativas en mi persona que se podían ver reflejadas con Tamara y Clara.
Aún recordaba la sensación tan asquerosa que me inundó, mi corazón latía con fuerza ante el rechazo, mis pulmones ardían como si hubiera respirado agua bajo la piscina, debido a las inmensas ganas de llorar que reprimía. Quizá en ese entonces no sabía como se sentía la traición, pero cada que me lastimaban era volver a aquel recuerdo.
Tenía que soportar la mirada de esa niña que pasaba de mí por irse a donde mejor le convenía, abandonándome. Posiblemente, si hubiese sanado esa herida, si alguien me hubiese ayudado a canalizar esos sentimientos. Otra cosa sería.
Una Amaris totalmente diferente, una que no se dejará sumergir por el odio, por el coraje. Una que no buscará lastimar, que supiera perdonar.
Sin embargo, ahí estaba yo, soportando todas esas cosas porque tenía que recordarme que no era dueña de nadie. Que no me pertenecían. Obligándome a sentirme bien aunque por dentro la ansiedad me consumiera, siempre con preguntas como:¿Cuándo llegará el día en que se aleje de mí? ¿Cuándo será el momento en que ya no me dirija la palabra? ¿Cuándo llegará el día en que me ignoren por completo y me abandonen?
—La verdad es que me siento muy triste—soltó Tamara mientras hacía un puchero, meneaba su estúpida lapicera de un lado a otro como si de una niña se tratara.
Puse los ojos en blanco, mientras trataba con todas mis fuerzas de solo ignorarla.
—¡Ay, no! Nena, ¿Por qué?, ¿qué pasó? —la consoló Mina.
—Es que hay algo que siempre he querido.
—¿Qué es? Si te podemos ayudar cuenta con nosotras—le dijo Clara con un tono de voz similar al que usan cuando le hablas a un niño pequeño.
—Es que es algo que me gustaría que alguien me dé—insistió.
—Entonces pídelo y cállate—gruñí malhumorada.
—¡Ay! No seas grosera —me regaño Clara. Quería molestarme con ella pero, simplemente no podía. Sin embargo, empuje con fuerza la banca de Tamara para alejarla más del círculo.
Pude ver sus ojos brillar con tristeza. Pero mi gesto no la detuvo y se volvió a acercar. Arrastrando con fuerza la banca con cada sacudida de su cuerpo para no levantarse.
—¿Crees que si se lo pido acepte? —sabía que esa pregunta iba dirigida a mí, así que sin mirarla contesté:
—Que se yo, me da igual. —Recargue mi mentón sobre mi mano para darle un poco la espalda.
—¡Bien! —chillo con emoción—Amaris. ¿Me darías un abrazo?
Gire mi cabeza de golpe en su dirección, sintiendo un tirón en mi cuello.