Crear y ser parte de los malentendidos formaba parte de mi día a día.
No era que yo tuviese algún problema con él tipo de relación que tuvieran, eso ya había quedado más que claro, no era un inconveniente para mí. Pero no podía evitar sentir una pizca de algo arremolinarse dentro de mí.
Era como si de repente todas las voces en mi cabeza cobraran sentido, confirmando la realidad de cada uno de mis miedos. No quería darles importancia, no quería otorgarles ese poder sobre mí, pero era realmente difícil desprenderme de esos pensamientos.
Cuando tu mente te dice algo, cambiar esa percepción resulta difícil; convencerte de que es erróneo parece una tarea monumental. Quizá no era imposible, pero estábamos hablando de años de auto-sabotaje, años donde esa voz me había quebrado de maneras indescriptibles y me había amoldado de maneras atroces.
Sanar eso no iba a ser fácil; no se iba a solucionar de la noche a la mañana.
Pero ahí estaba, sosteniendo ese baúl lleno de cosas horribles e hirientes hacia mí. Todo porque me había negado a una explicación, una que realmente ansiaba, aunque quizás no había necesidad de tal explicación.
«Se ha cansado de ti»
Me negué a creerlo. ¿Cómo podía ser posible eso? no llevábamos juntos más que dos meses. ¿Así de malas eran las relaciones?
«No puedes estar tan segura de que no lo hará. Ella es más bonita.»
Lo era sin duda, lo sabía porque a mi me gustaba, también la había encontrado atractiva, la había deseado.
«Sabías que si no era Clara, cualquiera lo sería»
No. No. No.
Me negaba a seguir escuchando, pero eran las voces de mis inseguridades, que estaban ahí. Siempre presentes.
—Realmente tienes que escucharme—soltó desesperado.
Sus ojos se habían oscurecido un poco. Normalmente era un verde aceitunado con un toque de amarillo cerca de las pupilas, pero ahora, parecían opacos, lejos de contener el brillo cautivador usual, un verde que no soportaba mirar fijamente.
—Lo hago—dije tranquilamente, aunque por dentro me moría de ganas de llorar.
Las lágrimas llevaban un rato picando mis ojos, y la voz me salía rasposa debido al desagradable nudo en mi garganta que me estaba ahogando.
El pecho comenzaba a dolerme de maneras inexplicables. Quería arrancarme el corazón, deseaba hacerlo porque me dolía con cada latido. Mis manos se habían entumecido debido al incesante hormigueo en mis extremidades.
Quería acabar con esa incómoda charla.
«Estas destinada a estar sola»
Siempre sola.
«Tu soledad será tu perdición»
Realmente no me gustaba la soledad. No me gusta estar sola. Lo estuve y solo mira, en esto me convertí.
Sujeto mis manos con adoración, realmente desesperado por que le prestara atención.
Unas ganas de retorcerme me invadieron. Quería alejarlo de mí porque una parte en mi interior seguía diciendo que sería la culpable de su desdicha. No quería ese peso sobre mí.
Aun así, la otra parte se quería aferrar a él con tanta fuerza, como si pudiera salvarme. ¿Acaso no podía ver mi desesperación? Estuve esperando como una princesa encantada a que alguien subiera hasta la torre de mi mente que me mantenía recluida, para que me amara incondicionalmente.
Pero supongo que ese fue mi error, pensar que el amor lo podía todo, que simplemente aparecería alguien que curase todos mis males, que me curase de todo el daño que llevaba. Sería injusto esperar tanto de alguien.
No podía someter a una persona a ese tipo de crueldad, haciéndola responsable de mi salud y bienestar cuando la única que podía encargarse de ello era yo.
«Si tú no lo haces, nadie lo hará»
Odiaba que la voz en mi cabeza llevara la verdad, no me gustaba porque tendía a confundirse con mentiras, y no podía diferenciar una de otra.
Me deje sumergir en sus brazos, donde me envolvió con ternura después de que mis lágrimas hubiesen comenzado a salir en algún punto, quería llorar a montones, quería decirle esas palabras tan cálidas, quería ser suya y que él fuera mío.
Pero de nuevo, no podía.
—Escucha, es verdad que ella quiere algo conmigo. —Lo sabía, mi intuición nunca fallaba—. Pero no quiero nada con ella. —Eso me decía ahora, pero cuando se sintiera más cálido en su compañía que en la mía cambiaría de opinión— Porque te elegí a tí.
Oh, si tan solo esas palabras fueran suficientes para llenarme de calidez, para curarme.
Cuántas veces había añorado ser elegida por alguien, ser su primera opción y no la segunda, ser considerada, validada, amada. Quería todo lo que este chico podía ofrecerme. Pero no podía aceptarlo tan fácilmente.
—Puedes prometerme algo—las palabras salieron de mi boca.
—Lo que quieras—soltó casi desesperado.
—Prométeme que si te termina gustando...
—Eso no pasará—me interrumpió, estrechándome fuerza contra su cuerpo.
—Prométeme—insistí—que si te termina gustando me lo dirás. Lo entenderé, te dejaré ir si eso te hace feliz. Porque si tu eres feliz...
—No es necesario, se que no pasará—volvió a interrumpirme, depositando un beso en mi sien con mucha ternura.
—No puedes estar tan seguro.
«Los sentimientos cambian»
—Sin embargo lo estoy.
«Las personas cambian»
—Aun así, por favor—supliqué—prométemelo.
Me aparto de su cuerpo, con las piernas aún temblorosas y la mente casi adormecida. Levantó mi barbilla con delicadeza, apartando algunos rizos largos que se habían pegado a mi cara debido a las lágrimas.
Me miró de nuevo con un brillo distinto en sus ojos, uno que prometía algo primitivo y salvaje. Inclinó ligeramente su cabeza y plantó sus labios sobre los míos, con delicadeza, con ternura, para después abrir paso a algo totalmente opuesto.
Y lo acepté con gusto, encantada.
Quizá no era la respuesta que buscaba, pero la acepté porque estaba absorta en él: en su sabor, en su calidez, en su cuerpo delgado pegado contra el mío, en su mano que sostenía mi cara y en la otra con la que rodeaba mi cintura.