Podía sentir mi furia. Estaba enojada con todo el mundo, pero al mismo tiempo empeñada en que no todos eran seres crueles y despreciables. En especial me negaba a creerlo de Joe.
Joe era el hermano de en medio de tres, vivían junto a mi nueva casa. Después del incidente nos habíamos mudado a otro lugar, pero no por esa razón. Por otro lado, parecían haber olvidado esa situación tan“bochornosa”,mientras que yo me repudiaba por ello.
Su hermano mayor salía con mi hermana, aunque, una vez la vi besar al más chico. No era que me molestara, podía entender que eran los besos, a la mala lo comprendí. Y el tener esa información a corta edad me generaba arcadas.
Pude haber dicho algo, pero mientras no fuera Joe no tenía importancia, no tenía motivos para interferir, y no me apetecía.
Aquel chico adolescente fue mi rayo de esperanza, mi luz en mis días oscuros. Adoraba sus toques que no insinuaba nada y por supuesto que también sus cuidados, los cuales calmaban mis nervios.
Era posible que debido a la situación que había vivido, comenzaba a ver las cosas de otra manera, un poco más sexual, algo para nada normal en un niño. Lo que me llevaba a preguntar de nuevo,¿cómo era posible que alguien tan solo cinco o tres años mayor pudiera tener ese tipo de pensamientos?
Así que me aferre a ese chico, porque lo encontraba extrañamente encantador. Se preocupaba por mí, de lo contrario jamás me hubiera dicho:
—Nunca debes entrar a la casa si no estoy yo o alguno de mis hermanos presente.
Esa había sido su advertencia, y la cumplí, o por lo menos la mayor parte del tiempo. Era casi imposible no entrar si ellos no estaban.
Dado que el mayor trabajaba, Joe y su hermano menor estudiaban, el tiempo sin ellos era bastante. Sin quitar el hecho de que mi madre me había encargado con su madre. Una mujer bajita, regordeta pero muy amable.
Ella se encargaba de dejarme en la escuela y alimentarme a mi regreso. Los fines de semana solo tenía que revisar que nada me faltara. Con el tiempo comencé a verla como una segunda madre.
Sin embargo, la advertencia entraba en vigor solo si su esposo estaba en casa. Que era, básicamente, todo el tiempo, en ocasiones salía y no regresaba hasta un par de días después, dando tumbos por todas partes hasta que alguno de sus hijos lo llevaba dentro.
Pero había alguien más en esa ecuación, alguien cruel. Cuyo nombre mi mente olvidó y estaba agradecida de ello, pero su rostro seguía acechando en mis recuerdos. En mis pesadillas.
Lo odiaba por razones totalmente diferentes, y quizá es al que más odio le tuve. Me había dejado endulzar el oído por sus promesas vagas, incluso había dejado que se adentrará en mis escudos. Bajé la guardia y la pasé mal.
Su recuerdo me llenaba de odio, de una ira implacable, no hacia él, y no era del todo por él, si no por mí. La tonta de Amaris que se había dejado embaucar.
Mi odio hacia todo ser que se dejara manipular, que se viera tan débil como lo fui yo, provenía de ahí.¿Por qué odiaba tanto a Tamara?Porque me recordaba a mi. A lo que una vez fui.
De alguna forma rara y retorcida, me había impuesto lastimar a la gente para que cuando alguien quisiera hacerlo estás no fueran tan estúpidas de dejarse.
Había puesto muros tan altos porque sabía lo crueles que podían llegar a ser, me costaba generar amigos y buscaba constantes traiciones porque uno me había lastimado de maneras inigualables.
Pero ahora, podía recordar porque el olor a alcohol me generaba asco, porque entrar a sitios desconocidos me daba tanta ansiedad.
Todo siempre tenía un por qué, por más que trates de autoconvencerte de que es tu forma de ser, realmente no. Algo o alguien de moldeo de esa forma, pasaste por eventos que te hacen ser hoy en día esa persona.
Los eventos de mi pasado me forjaron a lo que era en el presente, un manojo lleno de nervios que me hacen querer vomitar, me hace tener más miedos que metas y por supuesto, me hace desear mi muerte a cada segundo.
Me odiaba por haber olvidado algo tan importante, me odiaba por ser tan patéticamente débil, me odiaba por haber hecho tales cosas, y me odiaba por haber sido ingenua.
¿Pero sería justo culpar a mi yo de cuatro años?, la nena que solo tenía intenciones de jugar, de divertirse con un amigo. Quizá había hecho las paces con ella, pero con la Amaris de siete años ahí parada en esa casa...
A ella aún la odiaba.
Debí hacerle caso a las advertencias de Joe, debí aferrarme a esa cuerda delgada del cariño que le tenía al chico, debí prestar atención a todas esas alertas que se prendieron en mi cuerpo, pero que no les hice caso. Porque no sabía que había que prestarles atención.
Le había permitido aquel chico molesto que se burlara de mí, que tomara lo que fuera necesario, solo por tener esa pizca de, ¿afecto?, de lo que sea que creía que me daba.
Total, ya estaba sucia, no importaba mucho. Mi cuerpo y mis pensamientos avanzaron a pasos agigantados.
Me había quedado dormida en la cama de Joe, donde había estado abrazando a ese pedazo de mierda andante. Donde permití que tocara mi cuerpo como jamón en el área de salchichonería.
Aunque eran toques torpes y nada intrusivos como mi primera vez, a pesar de que casi eran de la misma edad, o por lo menos la misma edad que tenía él en aquel entonces.
«¿Qué clase de cosas les enseñaban a los chicos de diez años?»
Pero ya nada de eso me importaba, o eso pensaba. Creía que era lo peor que me había pasado y que jamás me volvería a pasar.
Oh, que tan equivocada estaba.
Me levanté con cuidado de la cama, mi cuerpo aún adormecido por la pequeña siesta. Con la sensación de humillación, con la suciedad pegada a mi cuerpo.
Caminé por el estrecho pasillo para llegar al comedor y salir enseguida del pequeño departamento. Estaba todo tan oscuro, con las cortinas corridas y los tonos azules de las paredes. Estaba tan oscuro que ni siquiera había prestado atención a la silueta en el comedor.