Complicado

Capítulo 12: Tarjeta

Scarlett

—¿Papá? —pregunté al entrar por la puerta de la casa.

Todo seguía igual a cuando me fui. ¿Hasta ahora no había vuelto? Eran aproximadamente las 2 de la mañana. ¿Cómo podía no haber llegado? Okey. Esto empezaba a asustarme.

Después de recuperar aquella grabación de las manos de Lincy, lo cual fue ridículamente fácil. Al parecer Lincy tenía una rara debilidad por Leonel. Bueno, no era importante. Luego de eso creí que yo estaría más tranquila, el problema  de la castaña ya no era problema, pero a medida que caminaba por la casa algo me decía que no era tan cierto. Yo daba por echo que al llegar a la casa mi padre estaría sentado en el sofá esperándome. Claro, de seguro debería dar algunas explicaciones, pero no sería nada de lo que mi padre no comprendiera. Pero no. El sofá no tenía ni una arruga y su habitación aún seguía vacía. Recuerdo que me dijo que llegaría tarde, pero esto era ridículo. Mi padre no era un hombre que trabajará de amanecida. El solía decir que solo los débiles de mente se dejaban explotar por sus superiores. Mi padre no era ningún débil de mente.

Me puse a buscar en mis bolsillo mi móvil. Debía llamarlo. Esto nunca había pasado antes.

Esto era el colmo. Ya era la quinta llamada y no respondía. Por instinto miré la hora en la pantalla del móvil. Tres de la mañana. Mi corazón se encogió. ¿Cuál era la probabilidad de que lo hayan asaltado? ¿Cuál era la probabilidad de que lo hubieran acuchillado? ¿Cuál era la probabilidad de que sufriera un disparo? No me iba a quedar de brazos cruzados a averiguarlo.

Entre a mi cuarto, dormir era lo ultimo que tenía en mente. Busque un abrigo en mi armario, algo abrigador, si iba a ir a buscarlo en medio de la noche más valía que no me muriera de frio. Cuando puse un pie fuera de mi dormitorio escuché un ruido en el primer piso. En una fracción de segundo ya estaba parada en la puerta con los brazos envueltos en el hombre que acababa de llegar.

—¿En donde te habías metido? —pregunté con los sentimientos a flor de piel.

No es mi culpa que me ponga tan sensible cuando se trata de mi padre. Es lo único que tengo, si mi padre se fuera, estaría sola. Realmente sola. No me mal entiendan. Yo amaba estar sola. Pero sola con él. Sí. Talvez dependía demasiado de mi padre. No era importante. Él nunca buscaría a otra mujer, nos tenía nada de que preocuparme. Después de todo el nunca había dado indicios de querer una esposa.

—Scarlett —menciono abrazándome con una mano en mi espalda y la otra sosteniendo un maletín—. Estas asfixiándome.

Una instintiva sonrisa adorno mi rostro. Con lentitud desenvolví mis brazos de su cuello. Lo inspeccioné por unos segundos. No parecía herido y no ninguna mancha de sangre brotaba de su cuerpo. Mi respiración se tranquilizo. Estaba a salvo.

—¿Dónde estabas? —volví a preguntar cuando de pronto un aroma llego a mis fosas nasales. Aspiré. Ese olor era nuevo. Me acerqué un milímetro. No era el aroma de mi padre y menos el mío. Era... —¿En donde estuviste? —repetí al no poder detectar de que era ese particular aroma. Por un segundo pensé que era licor. Que ridiculez. Mi padre no bebía. Además, no era todo lo que podía oler, había otra esencia más ligera. Demasiado ligera para retenerla en mi olfato por mucho tiempo.

—En el trabajo —respondió con normalidad mientras pasaba por mi lado y dejaba el maletín sobre la mesa—. Mi jefe me pidió que lo ayudará con algunas cosas.

Eso no me dejaba nada tranquila.

—¿Por qué te lo pidió a ti? —increpé mientras lo seguí por la cocina—. ¿No tiene un asistente? Además tu siempre...

—Si lo tiene —avisó agarrando una jarra y sirviéndose un vaso de agua—, tenía —corrigió antes de ingerir el liquido de una solo bocarada.

—¿Y te tuvo trabajando todo este tiempo? —pregunté incrédula con los brazos cruzados y una mirada aguda. Sabría bien si me estaba mintiendo o no.

Lo sé. Sé que ser tan protectora y controladora con mi padre podía verse como una actitud extraña. Yo mismo no lo supe hasta los 10 años cuando me di cuenta que no todas las hijas se enfurecen con sus padres por saludar a un vecino en la calle o por no saber todas sus salidas y llegadas.

—Algo así —respondió con un bostezo mientras se aflojaba la corbata—. Me invito un par de cervezas por agradecimiento —continuó al ver que mi aguda mirada aún no cambiaba.

Bueno, eso explicaba el olor a licor. Sería mentira decir que me alivio. Alivio era lo ultimo que podía sentir en estos momentos. Resople con intranquilidad cuando escuche otro bostezo de mi papá. Debe estar cansado o de lo contrario sus pisadas no se habrían dirigido hacia las escaleras sin ni siquiera despedirse. Poco falto para que se dejara su saco sobre el borde de la mesa y subiera a su dormitorio. Sin poder evitarlo mi mirada viajo hacia aquel saco. Lo más lógico es que yo también subiera a mi dormitorio. Faltaría poco más de dos horas para que amaneciera. Faltaría poco más de dos minutos para que yo enloqueciera con la tarjeta que encontré en el saco de mi padre.

Bien. No podía quedarme sentada en la cocina hasta que amaneciera. Menos podría quedarme a esperar que mi padre bajará y me encontrará con esa tarjeta en las manos. Con pasos presurosos subí a mi dormitorio y me tire a la cama aún con la mirada fija en aquella tarjeta.

Traté de modular mi respiración. Entre mi padre y yo no había mentiras. El hecho de estar medio de mi dormitorio con la puerta puesto el pestillo y confabulando un plan para saber le porqué de aquella tonta tarjeta no me hacia creerlo del todo. Patrañas. No por algo como esto echaría a la borda todos los años de honestidad ciega que nos tuvimos el uno al otro.

Un bostezo repentino salió de mis labios. Mi mirada cayo sobre el reloj. Dormir. Debería dormir. Eso podía esperar. Esto era urgente. Cogí mi móvil y guarde el número que estaba escrito en aquella tarjeta. Eran una tarjeta sencilla, todo blanco con solo un número de nueve dígitos en el centro, la letra no tenía nada de especial, nada que pudiera dar un indicio si era de varón o de mujer. Un resoplido frustrado salió de mis labios. Al menos sabía que no era la de mi padre. Odiaba que aquella tarjeta oliera a perfume. Odiaba haber reconocido esa misma esencia en mi padre. Odiaba aún más que la esencia de aquel perfume fuera tan débil como para saber si era de varón o de mujer. ¿Quién le habría dado esta tarjeta? ¿Por qué se la habría dado? Y en especial, ¿por qué mi papá no me lo contó? 



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En el texto hay: amor odio, despedidas, problemas y amor

Editado: 30.09.2024

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