Complicado

Capítulo 14: Mi perro

—Tienes dos opciones —avise caminando alrededor suyo—. Ser mi perro o ir tras una celda —le di a escoger. 

Un gruñido salió de su garganta acompañada de una mirada asesina.

—¿Quiere decir que aceptas? —pregunte con la burla constante en mis ojos—. Después de todo los perros gruñen y ladran por cualquier cosa, no sería tan diferente a lo que haces —expliqué con una sonrisa que jamás se eliminaría de mi rostro.

Después de todo, con algo tenía que divertirme si mi padre iba a continuar ignorándome.

—Mi padre es abogado y hay varios testigos en frente —advertí para que contuviera el puño antes de impactarlo en mi rostro—. Cuida bien lo que harás. —Su puño estaba a tan solo unos milímetros de mi ojo derecho—. Perrito —lo llamé con un tonito satisfactorio al ver lo rojo que se ponía. No tardaría mucho para que aquel nervio saltara en su mejilla. Jamás me cansaría de esto.

—Te odio —salió casi como un jadeo.

—Es mutuo, perrito —era oficial. Así lo llamaría a partir de hora.

—Deja de llamarme así —se notaba el esfuerzo para no gritarme por todo lo alto. Por lo menos sabía lo que le convenía.

—Es lo que eres ¿O no? —pregunté dando un pie delante de él—. No te obligo a nada, hay una celda que te espera, sabes que no cuentas con el apoyo de tu padre, yo sí —avisé sin quitarle la mirada de encima—. Dilo —ordené—. ¿Qué eres? —pregunté dando otro paso hacia él—. Vamos. Habla.

—Tu perro —susurró con rapidez.

La palabra humillación con él alcanzaba un nuevo significado. Un nuevo gusto. Me gustaba mandarle. Sí. Me encantaba que hiciera lo que yo quería. También. Me encantaba. El brillo en mis ojos lo decía todo.

—Más fuerte —ordené a viva voz. No me culpen, el planeó algo mucho peor para mí, si él tuviera el poder que yo tengo sobre él, estoy segura que no se conformaría con la humillación verbal—. Quiero oírte. Vamos —volví a demandar al ver como esos labios esforzaban por no maldecir en voz alta—. No tengo todo el día, perrito —lo provoque con un tonito altanero y divertido—. La comisaría por otro lado, tiene todo el tiempo del mundo, podemos ir allí, ahora, me preguntó como le explicarás a...

—Tu perro —hablo más fuerte con aquel nervió por fin brotando en aquella piel olivácea.

—Bien, perrito —lo felicite con sorna, como si le hablará a un perro de verdad, mientras lo agarraba de su mentón y lo movía lentamente—. Muy bien. —Si las miradas mataran, la de Fabián lo haría. No quería ni imaginar las cosas atroces que debe estar pensando para no reaccionar ante mis provocaciones.

 

***

 

—Buenas tardes —salude con una voz encantadora al tipo que estaba detrás del mostrador.

Era una tienda de artefactos tal como lo había dicho Clyde. Tengo que reconocer que tenía muchas cosas buenas. No podía distraerme. No podía. Pero ese paralizador era tan atractivo. Tenía buena potencia. Color gris y de un tamaño pequeño para que lo llamara la atención. No. Yo había venido por dos cosas. La primera, encontrar a Clyde y segundo extender la memoria de mi lápiz.

—Están en oferta —menciono el tipo al ver mi interés por el paralizador.

—¿Para qué quieres un paralizador?

—No recuerdo haber pedido que hablaras, perrito —mencioné sin mirarlo—. Talvez en otra oportunidad —mencione con un brillo en los ojos mientras me dirigía al vendedor. Sería tan útil. Mi papá tenía el suyo. Uno nunca se puede confiar de nadie. Hay ladrones con códigos y algunos que carecen completamente de ellos. Clyde no parecía ser de esos o no me hubiera soltado. Pero siempre era mejor prevenir que lamentar.

Me acerque al tipo. No era algo que podía tratar a la ligera. Odiaría que me subestimará por mi edad. Solían hacerme. Mucho.

—Clyde me dijo que acudiera aquí si necesitaba buscarlo —avise con los brazos cruzados sobre el pecho.

—¿Clyde? —menciono el tipo como si nunca hubiera escuchado ese nombre—. Estas confundida niña, aquí no...

—No soy una niña —aclaré ocultando mi seño fruncido y haciendo lo posible por poner mi mejor expresión que demostrará madurez. Por el rostro poco impresionado del hombre, no dio resultado, o al menos no los que yo esperaba—. Acabo de...

—Señorita entonces —me interrumpió el hombre con agobio en toda su expresión—, compré algo o márchese.

Okey. Esto era nuevo para mí. A mi generalmente no me daban un no por respuesta. Hacer una mueca no ayudaría en este caso. Mi expresión sería y una ceja enarcada tampoco surtía efecto.

—Ya le dije que...

Antes de que pudiera terminar la frase ya me encontraba fuera de aquella tienda. No me molestaría. No estallaría en furia. No se vería bien. No si quería que me tomaran en serio. Necesitaba pensar. Necesitaba algo que...  Una risa hacia que concentrarse se volviera todo un desafío. No. A diferencia de ese cavernícola yo no me sulfuraba por tonterías. A diferencia de ese espécimen sin cerebro yo sabía controlarme. 

Diez minutos después comprendí que la paz era un recurso primordial. Una mirada desdeñosa se poso en él. ¿Qué cosa le parecía tan gracioso?

—¿De que te ríes? —pregunté cuando esa risa fue ridículamente alta. Mi voz no salió molesta, mi voz salió tan seria como quería. Bien. Ahora lo único que faltaba es que cerrara esa boca inútil.

—¿Qué creíste que pasaría? —hablo entrecortado doblándose por la risa—¿Qué lo verías simplemente porque lo pedías? ¿Creíste que ese tipo haría lo que ordenarás?

Odiaba el tono que uso. Odiaba lo que daba a entender. Odiaba que no podría decir nada para refutar aquello. En el fondo lo creí. Sí. No sería algo que escupiría verbalmente. No frente al cavernícola.

—Aprende algo perrito —avise con una mirada afilada cogiéndolo del mentón para que me mirará a los ojos—. Todo lo que yo me propongo lo consigo. De un modo u otro siempre se hace lo que yo digo, como quiero, donde quiero y cuando quiero. —Su risa se corto tan pronto como termine de decirlo. Al parecer lo entendió. No era tan inepto después de todo. 



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En el texto hay: amor odio, despedidas, problemas y amor

Editado: 21.03.2024

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