Complicado

Capítulo 16: Cachetada

Scarlett

Esto no me gustaba. No me gustaba para nada. ¿Por qué tuvieron que reunirse en un lugar desolado para hablarlo. ¿Acaso era tan importante?

—¿Qué piensas hacer? —preguntó ese otro hombre a mi padre. Ni siquiera quería saber si quería escuchar. Yo no amaba la ignorancia, y como dije, me encantaba acumular información, pero respecto a esto era... complicado decidir—. No sería mejor darles las pautas. Sabes que cuantas con la ayuda de un juez para eso.

—No es tan simple. Antes logré hacerlo porque... no se trataba de mí, ahora...

—¿Pero cuanto puede querer? ¿Esta siendo tan demandante?

Okey. En este punto no quería saber si hablaban de mí o no. Después de todo por algo mi padre no me lo había dicho. Yo debía respetar su... Demonios. Ni yo me creía este teatrito. Yo era una persona controladora y obsesiva por naturaleza. No tener el control dañaba mi mente. El hecho que mi padre me ocultara cosas era desquiciante. Me enfermaba. Quizás hasta más que su reciente indiferencia.

Talvez ya no debía decidir si me quedaría a escuchar o no. El reciente retroceso de mis pies lo decían todo. Talvez por primera vez en mucho, mucho tiempo debía hacer caso a mi instinto. Pero... quizá sea lo mejor. Quizá sea mejor hacer oídos sordos. 

A regañadientes y con algo rasguñando en mi estomago retrocedí hasta perder sus voces. Quizá era lo mejor. Quizá, quizá y quizá.

Sacudí mi cabeza para sacra aquellas palabras de mi mente. Mejor ocuparla en encontrar a la pelinegra. Esos documentos serían un gran distractor. Una gran escusa para mantener mi mente alejada de lo que sea que mi padre este haciendo. De lo que sea que mi padre me estaba ocultando.

Paso tras paso. Cavilación tras cavilación. Murmullo tras murmullo. ¿murmullo? Mis pasos se detuvieron. ¿Quién murmuraba? Estaba segura que ya había dejado a ambos lo suficientemente lejos como para oír algo. A menos que haya caminado en círculos. No. Patrañas. ¿De quien era esa voz? Mis pies se acercaron. 

La puerta estaba entreabierta. Me asomé con cautela, mi cuerpo tras la puerta y mi oído pegado lo más posible. Okey. Sí. Talvez si era un poco chismosa después de todo. ¿Pueden culparme? Sino quieres que alguien escuche uno le pone traba a la puerta, no la deja entreabierta esperando que alguien venga y se entrometa. Dejarla de ese modo era casi una invitación a mostrarme que pasaba ahí dentro. Yo no podía ser tan descortés para negarme.

—Yo... no tengo porque hacerlo —oí una voz conocida. ¿Esa era...? ¿Era Catalina?

Algo me decía que entrara. Algo me pedía que mirará por un segundo. Algo me incitaba para echar un vistazo. Uno corto. Tan corto que no se darían cuenta. No. Ya había sucumbido ante mi instinto hoy. Era suficiente por el resto de mi vida. No me dejaría llevar por un impulso. No sería como aquellos animales primitivos y emocionales. Como Fabián por ejemplo.

—¿Qué has dicho? —una voz arrogante se unió. Una voz arrogante que me hizo arder en cólera—. ¡¿Te atreves a desobedecerme?! ¡¿Quien te crees espantapájaros?!

—Yo...

Arañe las palmas de mis manos. Salir a defenderlas sería tan fácil. Tan accesible. No. La venganza es un platillo que se come frio. Mientras mejor planeado este, mejor resultado dará. No puedo defenderlas. Si esa rubia las humilla al menos tendrán el rencor suficiente para pensar en algo. Al menos ahora tienen una posibilidad. Al menos ahora saben que no tienen que obedecer ciegamente. 

—No eres nadie —soltó una carcajada achampañada de un par de risas burlonas. Al parecer no estaba sola—. Mírate. Solo son dos pedazos de basura en este lugar.

—No so...

—¿Qué dijiste? Dilo más fuerte —espeto con burla—. Dímelo en mi cara si eres tan valiente.

—¡No son basura! ¡Tú lo eres! —exclamé ganándome una mirada de asco por su parte, que sinceramente me importaban muy poco.

Talvez era un defecto. Talvez no. Pero la palabra ignorar, no era algo que me sentará bien. Talvez no era bueno ayudarlas, después de todo así solo las haría dependientes. Para su mala suerte, yo no era una persona del todo buena.

—¿Crees que solo porque puedes decirlo en mi cara eres mejor que ellas? Por favor —dio un par de pasos hacía mi—. No porque...

—No te atrevas a ponerme un dedo encima —avise antes tocara mi cabello—. Si es que no quieres terminar con una pelu... —Una cachetada me hizo callar.

Un balde de agua helada recorrió mi cuerpo. Mi mente y apenas era capaz de entender que el ardor en mi mejilla era producto de aquella rubia oxigenada y que aquellas risas eran burlas hacía mí. No esperé  que se atreviera. No pensé que tendría el valor. No pensé, punto. Ni siquiera podía pensar en este momento. Toda mi mente giraba entorno al ardor y la vergüenza.

Estaba como una estatua. Petrificada sin saber que hacer. Yo no actuaba así. Esto era nuevo. Diferente. Lo odiaba.

—¡No eres nadie! ¡No eres la gran cosa! ¡No eres nadie! ¡Más vale que lo entiendas sino quieres acabar en la enfermería! —farfullo empujándome al piso. No hice nada para evitarlo, mi cuerpo ni siquiera era consiente de que estaba en el piso.

¿Acaso por eso lo permitían? ¿Era demasiado rápido y brusco como para reaccionar?

Odiaba estar en el lado receptor de esto. Odiaba tener que escucharlas y morder mi lengua. Ellas pagarían. Ella lo pagaría. Mejor que crea que gano. Mejor que se preparé.

A los minutos salió del lugar entre regodeos e insultos. Mejor. Así no se esperarán el golpe.

—No me ayuden —pedí cuando ambas se me acercaron.

Mi orgullo estaba sangrando. Mi orgullo apenas  y era consiente de aceptar lo que había pasado. En lo que a mi orgullo concernía, esa tipa ni siquiera existía.

Mi sangre estaba como un volcán en erupción. Mi cuerpo estaba ardiendo en venganza. Nadie me ponía un dedo. Y nadie se salía con la suya. Y mucho menos se reía de mi.



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En el texto hay: amor odio, despedidas, problemas y amor

Editado: 21.03.2024

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