Complicado

Capítulo 35: La misteriosa letra "B"

 

Scarlett

—Quizá sí. Quizá no. No es algo que me moleste —vacilé de manera relajada mientras caminaba de un lugar a otro—. Pero al menos esta lunática sabe defenderse —calvé mi vista en él con la voz firme—. Al menos no soy un hombre grande y fuerte que esta a merced de una chiquilla débil e indefensa —batí mis pestañas con burla antes de insultarlo mentalmente.

Idiota. Era un completo idiota.

—No digas estupideces —escupió luego de unos instantes—. No estoy a merced de nadie. Menos a la de una...

—Lo que tú digas, perrito —agregué rodando los ojos.

—Cállate —ordenó con una mirada que se esforzaba por ser intimidante—. Deja de llamarme así. ¡Maldita sea!

Otra carcajada brotó de mis labios. Se veía ridículo. Tan, pero tan ridículo. Díganme que no soy la única que lo pensaba.

—Claro —mustié sin verlo a los ojos—. No es como si siguieras las ordenes de alguien más.

—Cállate sino quieres acabar a puñetazos.

Una pequeña sonrisa apareció en mí después de que salieran las estruendosas carcajadas que no pude contener.

—¿Crees que no puedo? —Se acercó, de nuevo, fracasando en causar miedo o terror. Hasta un espantapájaros daría un mayor efecto que el saco de huesos que tenía frente a mí. O a lo mejor simplemente ya estaba demasiado acostumbrada a esto como para que surtiera efecto. Aunque, para el caso, no es como si alguna vez lo hubiera echo—. ¿Crees que no me atreveré a tocar a una desquiciada como tú?

—Claro que puedes. Es más. Adelante. —comenté poniéndome delante de él—. Vamos. —Lo alenté con cierta burla en mi tono, no tanta como hubiera querido a mi pesar. Después de todo ya sabía como acabaría esto.

No me mal entendían, no es como si realmente quisiera que lo hiciera, una cosa es que me gustará fastidiarlo y otra muy distinta es que tuviera tendencias suicidas. Pero en este punto ya se estaba volviendo predecible, casi aburrido y... Si había algo que en definitiva no me gustaba era eso.

—Hazlo. Golpéame —lo desafié sabiendo que no se atrevería ni aunque su vida dependiera de ello, de hecho, su orgullo dependía. Al parecer él no estaba dispuesto a defenderlo—. Golpéame aquí —sugerí señalando mi mejilla derecha—. O... no creo que en el estómago te dará más ventaja —comenté pensativa—. O... No, ya sé. Mejor aquí. —Señale la parte posterior de mi cabeza—. Justo en esta parte. Sería perfecto para ti. Así yo quedaré inconsciente, perderé la memoria por un tiempo y no podre acusarte —recité con normalidad como si estuviera hablando tan trivial como el clima y no de un atentado contra mí—. ¿No es justo lo que quieres? —pregunté como con un tono entre ingenuo y burlón. Estaba más que decir que el rostro del tipo se asemejaba más a... 

Lo examiné por un segundo. Nunca antes lo había visto tan perplejo. Era increíble cuan blanco podía ponerse por un par palabras. Casi y podía recuperar el gusto en fastidiarlo.

—Hazlo —alenté de nuevo caminando a su alrededor con pasos lentos y astutos—. No es como si hubieran cámaras por todo el lugar. No es como si el director tuviera acceso. No es como si alguien fuera a revisar al ver que algo anda mal conmigo. Vamos. Hazlo, perrito —susurré muy cerca de su oído—. ¿Qué tienes que perder?

—Estas loca —Retrocedió de inmediato y casi tropezó en el acto—. Estas desquiciada —repitió tratando de no titubear.

—No. No lo estoy —aclaré cruzando los brazos acompañado de un tono serio—. Pero si vuelves a abrir tu boca, talvez si lo este y talvez, y solo talvez, a mí no me falten las agallas para hacerte entender que tan desquiciada puedo ser.

—No vas a amenazarme de nuevo —trató de imponerse sin éxito alguno por enésima vez.

De verdad. ¿Qué estaba mal con él? Hasta los perros aprendían de sus errores. ¿Qué acaso un perro era más inteligente que él? Llegaba un punto en que era gracioso. Y llegaba un punto en que era alarmante.

—No es una amenaza —interrumpí mientras veía mis uñas como si fueran lo más interesante del mundo y no el histérico muchacho que lanzaba rayos por los ojos.

—Me importan poco lo que sean —vociferó en segundos—. No seguiré tus malditas...

—¿Eso te jode verdad? —cuestioné con mis ojos fijos en él. Quizá...—. ¿Ser mi perro? ¿Tener que seguir mis ordenes?

—Yo no soy...

Ay no. Si la conversación iría a donde creía que iría. No. No estaba para esto. No quería perder mi tiempo. Lo predecible estaba por todos lados. Inundando el área a kilómetros a la redonda.

—Basta —ordené a viva voz ya cansada de la situación—. No estoy para esto. En lo general amo al jugar al juego del gato y el ratón, pero tengo cosas más importantes que hacer —aclaré asqueada de no haber echo esto antes—. Personas más importantes con las que tratar. Así que si quieres que deje las amenazas te doy una salida —propuse con la completa seguridad que él aceptaría. Después de todo solo un mega idiota no aceptaría—. Tú mantienes tu boquita cerrada y te olvidas de todo lo que viste y escuchaste o... o podemos seguir con este absurdo juego hasta que encuentre alguno de tus tantos puntos débiles y te obligue a hacer todo lo que yo quiero. Vamos. Es tu elección —pronuncié con una sonrisa nada amistosa.

 

 ***

 

Bien. 

Al menos Fabian había tenido un ápice de sentido común.

Al menos ya no tendría que ocuparme de él ni de su boca.

Al menos ya estaba limpia en ese aspecto.

Al menos... al menos esto debería calmarme. 

Al menos un poco. 

No lo hacía. 

Ya hacía más de dos horas que estaba en mi casa y la situación no me estaba gustando. Casi y no parecía haber cambiado desde que salí en la mañana. No es que yo tuviera memoria fotográfica o algo parecido, pero casi podía jurar que mi padre ni siquiera había puesto un pie en esta casa desde ayer en la noche.



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En el texto hay: amor odio, despedidas, problemas y amor

Editado: 21.03.2024

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