Complicado

Capítulo 47: Enfrentamiento

 

Joaquín

Guarde el móvil con cierta esperanza que ella no haya escobado su voz.

—¿Quién era? —preguntó con curiosidad, una curiosidad que aniquilaba mis entrañas y mis esperanzas—. Me pareció la voz...

—No te incumbe —interrumpí esforzándome por no transmitir odio en mis palabras. No podía sentir nada. Ella ya no era la persona que conocí. La Bright que conocí en algún momento ya no era nada—. Ahora, largo —ordené caminando hasta mi escritorio—. No tengo más que hablar contigo —una mirada dura e inexpresiva.

—Joaquín —hablo con descaro osando acercarse a mí—. Joaquín —repitió como si aquello me hiciera sentir algo—. Era ella, ¿no es así? No lo niegues. Instinto materno. —Se atrevió a sonreír, una sonrisa esplendida y encantadora, lo vería así si no la conociera tanto.

—Ella no es nada tuyo.

—Joaquín —dijo una vez más sin dejar de mirarme. ¿Qué buscaba con esa actitud?—. No has cambiado en absoluto —algo resplandeciendo en esos ojos azules—. No importa cuanto la escondas, al final la encontraré —anunció fijando su atención en otra cosa y encaminándose hacia otra parte. Por favor. No podía pretender que cayera en mi mismo juego—. Ella merece saber la verdad. No importa si me alejas de ella. —Volteó su mirada hacia mí. Esos labios no dejaban de sonreír—. Terminará encontrándome, tenemos la misma sangre, nunca fallara en lo que se proponga.

—Lárgate de aquí —ordené a viva voz negándome a devolverle la mirada—. Ella esta en Noruega. Ya...

—No me insultes —pidió en un tono de advertencia—. Tú y yo sabemos que Emil te debe un buen favor hace años, no olvides gracias a quien lo conociste, corazón —pronunció la ultima palabra con una ternura enfermiza—. Yo siempre estaré un paso más adelante que tú.

—Largo Briggitte.

Aquella sonrisa se volvió una línea de indiferencia por unos instantes, antes que se curvaran con malicia.

—¿Ya no soy Bright? ¿Ya no soy brillante para ti? —una risilla burlona saliendo de sus labios—. Claro —pronunció luego que aquella risa muriera cuando la frialdad de sus ojos invadió todo su rostro—, deje de ser Bright cuando me dejaste atrás. Seguro que no se lo contaste, ¿verdad?

Mis ojos viajaron hasta ella por un instante.

—Seguro cree que soy la mala del cuento, la mala madre que la abandonó para vivir. Por favor, Joaquín —escupió en tono de reclamó cuando no noto reacción por mi parte—. Lo que hice no fue diferente a lo que tu hiciste.

—¡¿Lo que yo hice?! —me exasperé sin siquiera darme cuenta del abrupto que acaba de cometer, esos ojos azules se estaban divirtiendo. Querían hacerme caer. Lo logró. Ahora sería inútil fingir que le era indiferente a mi hija—. Yo siempre estuve para ella —continué modulando mi voz con un tono menos sulfurado—, nunca me perdí nada, estuve cuando dio sus primeras palabras, estuve ahí cuando dio sus primeros pasos, fui un padre para ella, no puedes reprocharme nada.

Ella no dijo nada por unos instantes. Unos instantes que me sacudieron al ver algo en sus ojos. Algo humano que se apago tan pronto como el odio toco su voz.

—Claro —casi susurró—, estuviste para ella, cada cumpleaños y cada evento —recordó—. ¿Y que paso conmigo? ¿Qué quedo para mí? Mi cumpleaños, no, tenías un caso importante que hacer no es así. Yo quería salir, no. tenías que celebrar tu asenso. Algo bueno que yo hacía, no, ¿para que celebrarlo? Lo tuyo era más importante, ¿verdad? Claro tu estúpida profesión y las babas de tu hija. Yo quede a un lado. Yo te deje de importar. Dejamos de ser un equipo, Joaquín. Antes de que tu hija naciera siempre estábamos juntos. Cuando tu tomabas un caso los dos hacíamos la estrategia, valorabas mis ideas y te decía bajo que criterio debíamos atacar. Cuando yo estaba a la cabeza, tu me guiabas o me mostrabas algún contacto que no tenía. Éramos uno. Los dos. Solo nosotros. Eso no debió cambiar.

—Me enfermas. No puedes arrepentirte de tenerla.

—Te estoy hablando de mí, Joaquín. Por ella tuve que quedarme encerrada en cuatro paredes. Tú sabías bien el tipo de mujer que era, tenía sueños, tan altos como los tuyos. Yo no quise embarazarme y estar relegada a un segundo plano. Si acepte casarme contigo fue porque quise estar contigo, hacer esto juntos y no en un cuchitril atada de manos con una bola de baba.

—Esa bola de baba, era tu hija, mi hija. No trates de cambiar las cosas. Tenía casi tres años y tú...

—Sí, me drogue. ¿Quieres que lo niegue? ¿Quieres que me avergüence? No lo haré. Necesitaba algo que me distrajera, necesitaba diversión, necesitaba atención, Joaquín. No solo era tu hija, también era yo.

—Largo, Briggitte.

Unos minutos repletos de silencio azotaron el lugar. Minutos en los que quise cogerla del cabello y obligarla a...

—Como digas —hablo para mi sorpresa una con calma, una calma que estaba afectando mis sentidos—. De todas formas dará conmigo —continuo al darme la espalda mientras caminaba hasta la puerta. Cierto alivio llego a mi cuerpo, lo que más quería es que esa mujer se fuera, se fuera y jamás regresara—. En menos de una semana ella lo sabrá todo —predijo en el mismo tono, su teatro era casi perfecto de no ser porque su mano estaba a punto de destrozar la perilla—. Nos vemos, corazón —susurró antes de cerrar la puerta.

Aquel sonido me permitió dejarme caer sobre la silla, al menos por unos segundos, solo para tratar de pensar en que es lo que haría. Mis ojos viajaron al pequeño reloj de mi oficina. 

Veinte minutos. 

En veinte minutos llegaría a casa. En veinte minutos tenía que resolver el problema que me esperaba en casa.

Ese mocoso no podía hacer nada bien. Solo tenía que seguirla y darle problemas, hasta un perro lo hubiera echo mejor.

Exhale con pesadez antes de levantarme. Bright ya debía haberse ido. Dijo que no iba a seguirme. No quería creer en su palabra. Pero no podía dejar pasar más tiempo. Cada segundo aquí era un segundo que mi hijita estaría planeando en como descubrirme.



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En el texto hay: amor odio, despedidas, problemas y amor

Editado: 21.03.2024

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