Scarlett:
Yo nunca había sido fanática de los cigarrillos.
En realidad nadie en esta casa. Eran contadas las veces que mi padre fumó. Dos veces en específico. Y solo fue por compromiso.
Así que sabía que eso no era una posibilidad cuando decidí crear humo instantáneo. Otra cosa seria prenderlo con un palillo de fósforo, sería fácil. Aun no me gustaba del todo esa palabra. Fácil. Fácil sería ser descubierta con algo tan barato.
Resoplando decidí que tendría que pensar en algo más. Quizá en cubrirme con Adelaida o Catalina. Pensé un poco más mientras daba vueltas en la cocina. Mi vista se posó en el detector de humo. Yo tenía una hoja de papel en la mano. Sería tan descuidado coger un cerillo, prenderlo y que la alarma comenzará a sonar. Sería tan fácil esconderme a pocos pasos de su oficina. Entrar mientras él intenta detener aquel ruido ensordecedor.
Respire hondo antes de ver el reloj de la cocina. Aún faltaban 15 minutos para que ellas llegaran. Era demasiado tiempo. Era obvio que mi padre sabría que era una distracción. Pero se enteraría lo suficientemente tarde como para quitarme la llave y el móvil. Ellas llegarían, mi padre no armaría una escena frente a ellas. Claro que con la excusa de la alarma podría no dejarlas entrar y cerrar la puerta. Era comprensible hasta cierto punto. Él no querría que yo hablara con ellas o con alguien si pensaba que tramaba algo. Si actuaba ahora quizá mi padre podría controlar el escándalo y arruinarlo todo. Mejor sería esperar otro poco. Lo suficiente como para que él no viera lo que estaba pasando. Volví a respirar hondo teniendo claro lo que iba a hacer.
Cuando faltaban cinco minutos. Ya tenía listo el papel con la punta prendida. Lo deje sobre el refrigerador, algo oculto para que mi padre no lo viera a la primera. Me posicione rápidamente a unos pasos de la oficina de mi padre. Él no me vería desde aquí al salir.
Uno... Dos... Tres...
Un ruido ensordecedor comenzó a invadir mis oídos. En menos de un minuto mi padre ya estaba fuera y en menos de diez segundos yo ya estaba dentro rebuscando y rebuscando. Mi móvil fue lo primero que cogí, eso sería la distracción. Ahora faltaba lo más importante. Sin esas benditas llaves mañana cuando me dejara en el auto no podría salir. Las necesitaba. Las...
Maldición.
Ese maldito ruido era más enloquecedor de lo que creí. En estos momentos lamentaba lo sensibles que podían ser mis oídos.
Volví a mover una cuantas cosas al percatarme que era imposible que estuvieran en el cajón derecho. Rebusqué y rebusqué mientras trataba de no tapar mis odios.
Debían estar por aquí.
Debian.... Debian...
Bingo.
Estallé de alegría mientras corría fuera del lugar. Guardé ambos objetos en mi bolsillo cuando otro sonido estridente se unió a la tortura auditiva.
Llegaron.
Perfecto. Esto no podría ser mejor. No podían ser más oportunas.
Me dirigí lo más rápido que pude hasta la puerta, en este punto era imposible que el rociador no me alcanzara. Las gotas empeoraban la situación, lo cual era perfecto. Con todo esto ni siquiera mi padre podría abrir la puerta antes que yo. Yo debía ser la primera que abriera la puerta. Tenía que serlo.
Y lo fu.
La cara de espanto de la pelinegra fue lo primero que vieron mis ojos al abrir la puerta. Lo comprendía, pero eso no hizo que contestara a alguna de las preguntas que salían de sus labios cuando la abrace sorpresivamente. Bueno, al menos de lejos se vería como un abrazo.
—Saca tres copias —susurré mientras dejaba la llave en su bolsillo—. Tráelas tan pronto como las consigas. Por favor. Se rápida —fue lo último que dije antes de despegarme y cerrar la puerta en su cara.
Okey. Okey.
Mis pies no dejaban de moverse camino arriba. A lo lejos logré escuchar que mi padre me llamaba. Al menos lo hice antes de entrar en mi habitación y trabarla desde dentro. Sabía que no serviría. No era mi plan que sirviera. Pero si empujaba el estante hasta la puerta ya no podría usarlo como arma en el futuro, o en unos días. Además el punto clave en esto era entretener a mi padre con el móvil lo suficiente para que ellas llegaran con las copias.
Mañana ni de chiste me dejaría encerrada en el auto.
Uno... Dos... Cinco... Diez... Veinte...
Okey. Esto era extraño.
Yo en serio creí que ni bien todo se normalizara allá abajo él subiría para confrontarme por lo que había hecho. Ya había pasado más de media hora. Era tiempo suficiente. Pero no había pasado nada.
Empezaba a inquietarme.
Era imposible que no se hubiera dado cuanta que era yo. Era imposible que no se hubiera dado cuenta que faltaba mi móvil. Y por el tiempo, era imposible que no haya rebuscada cada cosa viendo que era lo que faltaba.
Ahora que lo pensaba con la conmoción de haberme salido con la mía. Ni siquiera había revisado mi móvil. Solo me había quedado tras la puerta pensando en lo que diría ni bien tratara de entrar.
Algo parecido al miedo se posó en mis ojos cuando clavé la vista en mi móvil. Aún con cautela de que mi padre sí subiera y me lo quitara de las manos lo volví a meterlo en mi bolsillo para empujar la cómoda. Algo alarmante me estaba gritando que revisara el móvil, y algo mucho más importante me decía que primero tomara mis precauciones.
Una vez que la puerta estuvo trabada correctamente me senté al borde de la cama. Ya con los nervios un poco dispersos. Un poco siendo lo importante aquí.
Ni bien lo prendí un grito salió de mi garganta. Mis ojos abiertos sin creer lo que veían.
¿Esto...?
No.
No.
No.
No importaba cuanto abriera, cuanto reiniciara, cuanto lo golpeara, esta cosa sencillamente no mejoraba. No reaccionaba.
No, no y no.
No... no volvía ser mi móvil.