Scarlett
Mis oídos se agudizaron con cada pisada, mis ojos expectantes, centrándose de inmediato en la figura femenina que ingresaba al salón. Quise abrir la boca y preguntar, cualquier cosa, pero cada comentario ingenioso que pude haber imaginado se desintegraba antes de llegar a mis labios. Era...
Es imponente.
Cuando se detuvo frente a mí, me vi tentada a retroceder. Era como ver un espejismo, debían haber pasado como 15 años, pero esta mujer era una replica intacta de la persona en aquella fotografía. Como si el tiempo fuera algo demasiado obsceno para osar mancharla. Traté de enfocar mis pensamientos, apreciando cada detalle que podría ser relevante, algún rastro de una vida desordenada o de algún vicio escandaloso, nada. Su cabello se mantenía inmaculado, envuelto de forma ostentosa en un peinado que la hacía destacar, la ropa apestaba a superioridad que hacía juego con su semblante autoritario, pero de nuevo, no era algo que podría criticar sin atacarse a si misma.
Esta es Briggitte, es mi madre.
Había imaginado esta escena miles de veces en mi cabeza, repasado una y otra vez que es lo que diría, con que atacaría primero, pero justo ahora, en este preciso momento, viéndola a los ojos, no me sentía capaz de hablar.
—Veo que no has cambiado mucho —comenzó Briggitte con la voz aterciopelada, lejos de lo que pensó, no sonaba a reproche o decepción, no es que le importara de todos modos.
Respiré hondo tratando que no se notara la inseguridad fluyendo por mis venas—. ¿Qué es lo que quieres con mi padre? —solté demasiado rápido, cierto enojo derramándose en mi tono.
¿Por que lo dije así? ¿Acaso mi cerebro había decidido salir de vacaciones? De estar al otro lado, ni yo me tomaría en serio, maldición.
Aún así, la expresión de Briggitte no demostraba asco o repulsión, aunque claro, quien sabe lo que esta mujer sentía en realidad, si es que sentía algo.
—Tan directa como Joaquín —mencionó estudiándome con los ojos, no había apartado la mirada de mí desde que entro, no es que me molestara el contacto visual, pero servía para desestabilizar y meterte en la cabeza de los débiles de mente, no daría resultado conmigo—, le aprendiste bien.
El desconcierto llego a mis ojos demasiado pronto, sin saber si ella podría verlo o no, decidí enmarcar una mueca. Dudaba que comprara el acto, pero al menos servía para tranquilizarme de la inútil pregunta que rondaba mi mente.
¿Me estaba felicitando?
No, no importaba, no me desconcentrarían un par de palabras vacías de alguien... de alguien que no era nadie en mi vida.
Así que, concentrando el resentimiento en una fea bola de emociones, decidí continuar con una postura directa, mas congruente con lo que creyó ver en mí—Responde mi pregunta.
La comisura de su labio izquierdo se inclino hacia arriba, no estaba segura si era una sonrisa o alguna clase de burla tacita—. Y tan demandante. Me pregunto si habrás heredado algo de mí. —Habían cosas que no podían ocultarse y la curiosidad en aquella voz estaba tan impregnada que se me hizo imposible no preguntármelo yo misma.
De pronto sus ojos viajaron de mí hasta alguna parte en el suelo, mis ojos siguieron la dirección, sin entender que había llamado su atención, hasta que caí en cuenta de la cosa detrás mío.
Oh. ¿Había estado ahí todo el tiempo?
De pronto fue consiente de lo mucho que había estado jugueteando con aquel pedazo de tela, enroscándolo entre mis dedos como una autentica bolilla anti estrés. Cuando los ojos de Briggitte volvieron a caer sobre mí, solté la corbata.
—Veo que sí.
—Lo merecía —me apresuré a decir intentando apagar el brillo divertido en sus ojos azules—, metió su nariz donde no debía —expliqué, muy tarde dándome cuenta que aquella mujer no merecía ningún tipo de explicación—. No me parezco a ti —finalice, acumulando la poca convicción que tenía.
Briggitte volvió a curvar sus labios en señal de superioridad, una gesto que yo misma había utilizado demasiadas veces—. Cariño, de no ser cierto, tu padre no habría puesto tanto esfuerzo en que no me encontraras.
Guarde silencio, mirándola con cautela, cualquier replica habría sido en vano o habría demostrado el poco control que ahora tenía sobre mí misma.
—Ves que tengo razón.
—No me importa si puedes prever lo que mi padre hizo —mentí con asco, ahora, ahogarme en el resentimiento era lo único que me impediría caer en alguna de sus mentiras—. Si te busque fue para que dejaras de atormentarlo —No porque quisiera saber algo de ti o algo así, reprimí en mis labios—. Ahora dime. ¿Qué quieres con él?
Briggitte no respondió de inmediato, de hecho soltó un suspiro cansado antes de empezar a caminar por el salón, mi primer instinto fue creer que merodearía para distraerme, sin embargo sus pisadas eran firmes, como si buscara algo en concreto.
—No tengo nada en contra de tu padre —respondió luego de encontrar un sofá sobre el cual sentarse cruzando las piernas, estilizando su figura elegante—, tesoro —el apodo me dio un revoltijo en el estomago y no solo por el tono empalagoso—, simplemente tenía curiosidad por ti.
Una fea mueca se instalo en mis labios, incrédula y ofendida de que de todas las cosas que pudo haber inventado, decidiera irse por la más cutre—. Eso no es cierto.
—Lo es, tesoro, te guste creerlo o no —su tono demasiado calmado y seguro, era insultante.
—Tuviste cerca de diez años para regresar. —Di un paso al frente, esperando que mi voz no sonara tan sentida como lo estaba mi garganta—. ¿Y decides hacerlo precisamente ahora?
—Seguirles el paso no fue exactamente sencillo, no es que me guste admitirlo, pero Joaquín hizo un buen trabajo evitando que te encontrara —la incomodidad rondo en su tono, como si confesarlo no habría estado en sus planes, extraño en una persona que parecía estar completamente bajo control, la curiosidad latió en mi mente—. Lastima que no tuvo la misma suerte contigo.
#79 en Joven Adulto
#189 en Detective
#166 en Novela negra
amor odio, misterio comedia verdades y mentiras, manipulacion mental
Editado: 13.10.2025