Compré Una Discapacitada

Capítulo 2; cometí un error

- ¡No puede ser! - dije enfrente de Celeste, quien miraba en silencio y con su rostro impasible -. ¿Qué hago?

Acababa de colgar la llamada. Pedí a la labradora del viñedo que me diera un minuto para atender un asunto. Prometí llamarla de nuevo, pero no sabía qué decirle. Había olvidado que le di mi tarjeta a la mujer, al llegar a la hacienda Palacio en la mañana. En esa noche, tras hilar mis pasos a seguir, decidí que cumpliría el compromiso.

- Hola, sí, estoy desocupado ya – dije a la mujer que contestó rápido mi llamada -. ¿Hay algún restaurante en el que podamos encontrarnos? Sí, por ahí cerca al viñedo, si quieren.

Estuve en silencio, caminando de lado a lado. Miré a Celeste en su silla de ruedas sin mover un dedo y sin hablar. La labradora del viñedo me dejó en espera para consultar a sus compañeros en dónde podríamos reunirnos. Escuché el murmullo de las voces de varias personas y, al final, la mujer tomó aire para hablarme al teléfono.

- Señor Saúl, me dicen aquí que podríamos vernos en un asadero de carne que queda a una media hora caminando desde aquí – suspiró, titubeó y continuó luego -. Pero muchos quieren ir a sus casas, estamos cansados. Y, siendo sincera, la mayoría no tenemos dinero para transporte hasta el restaurante.

- Escúcheme – intervine con rapidez para cortar lo que parecía una despedida, con arrepentimiento, en la voz de la mujer -. La propuesta que les tengo puede interesarles. Entiendo su cansancio. Pero, también me encuentro lejos, porque salí hace unas horas de la fiesta y ya estoy en casa. Así que, quienes quieran esforzare un poco más, que caminen hasta el asadero. Después de que nos reunamos les daré dinero suficiente para que cada quien tome un autobús a casa.

- Señor, muchas gracias por eso, pero muchos vivimos en veredas alejadas. Por allá no llega bus – dijo ella.

- No importa – interrumpí a prisa -. Voy en carro. Si no hay autobús entonces los llevaré a cada uno – me detuve unos segundos, respiré profundamente y continué -. Les garantizo transporte; para que todos lleguen a casa a salvo. Pero, entonces decídanse. ¿Usted irá?

- ¡Sí señor, sí! - respondió la mujer sin dudar -. Yo sí estoy interesada en un trabajo mejor.

Colgué, llevé la caja de ropa de Celeste a mi oficina y me senté a descansar. Tomé mi teléfono de nuevo, marqué el número del hombre que me alquiló el automóvil y le pregunté por un autobús pequeño.

- Soren, por favor no me digas que no hay conductor. Quiero el autobús, pero con conductor. No tengo experiencia conduciendo eso – dije con el teléfono en mi oreja.

- Está bien, Saúl. Yo iré – dijo el hombre -. Sigo en deuda contigo, después de todo.

Me sentí aliviado. Por razones como esa era que yo ayudaba a personas como él, no a ricos presuntuosos. En el pasado Soren y su esposa tuvieron graves problemas con un par de bancos. Su negocio casi estuvo en la ruina pero, gracias a que logró demostrarme ser un hombre humilde y honrado, me convertí en socio de su empresa.

- Parece un hombre ocupado – dijo Celeste, con voz baja y la mirada enfocando sus manos.

- Discúlpeme Celeste – dije tras escucharla -. Yo debería estar ordenando sus cosas y preparando su habitación, no tenía nada listo porque no planeaba recibir a nadie hoy y…

- ¿No planeaba recibir a nadie? - dijo ella -. Ay, perdón por interrumpir. No quise ser grosera.

Por fin, esa noche me di cuenta de que esa mujer estaba hundida en una miserable actitud. Tal comportamiento no me era ajeno, ya que por años estuve humillándome por otros. Casi siempre dejando que me pisotearan.

Tras escuchar las palabras de Celeste, acompañadas por ese vacío en su mirada y la palidez de su rostro, comprendí que acababa de comprar un ave que estuvo encerrada en una jaula, construida por su propia familia. Lo que más me conmovió en ese momento fue que, aunque ella hubiera querido volar, sus alas estaban atadas a una silla de ruedas.

- Celeste, no vuelva a preocuparse por interrumpirme – dije antes de arrodillarme junto a su silla -. Si tiene algo qué decirme, dígamelo. Y no, no planeaba tener a nadie en mi casa.

La joven mujer levantó la cara, parecía sorprendida. Tal vez quiso hablar y no logró despegar sus labios, porque alcancé a ver un suave temblor en su boca. Entonces, aprovechando que estaba a la altura adecuada, cerní la silla con la mirada. Tristemente, ni la silla parecía ser de la hija de una familia rica. Entonces, me puse de pie.

- Sinceramente, no sé cómo explicar lo que hice hoy. Ni siquiera estoy seguro de por qué lo hice – dije -. El punto es que, antes de ir al viñedo, yo no sabía quién era usted ni planeaba traerla a mi apartamento.

El rostro de Celeste no dibujó ninguna expresión. No sé si aquella chica sentía nada más que cierta tristeza que procuraba ocultar, o simplemente no quería dejarme ver emoción alguna. Hasta entonces, no vi otra expresión en su rostro más que seriedad, tristeza y miedo.

- Celeste, tengo que reunirme con algunas personas. No tengo nada organizado para que usted descanse, y creo que no ha comido ¿cierto? - dije -. ¿Le parece bien si me acompaña y de paso cenamos?

La joven aceptó; aunque dijo que sí, me asustó su palidez y mirada fría. Descansé diez minutos, o menos. Una bocina sonó afuera. Frente al edificio, estaba Soren con el autobús encendido. Salí corriendo, le dije que siguiera mi auto y volví adentro para llevar a Celeste al carro. Salimos del estacionamiento del edificio, con el autobús de Soren siguiéndonos.




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